Renacimiento del artista
En los comienzos de su vida p¨²blica, Elvis Costello era un tipo abrasivo, un listillo feroz. Consegu¨ªa en 1977 su primer contrato de multinacional al actuar frente al Hilton londinense, donde se celebraba una convenci¨®n de CBS Records, dej¨¢ndose arrestar y llamando as¨ª la atenci¨®n de los ejecutivos yanquis. Pero no supo frenar su lengua afilada: dos a?os m¨¢s tarde se ve¨ªa envuelto en una alcoh¨®lica pelea con m¨²sicos estadounidenses tras referirse a James Brown y Ray Charles en t¨¦rminos racistas; durante largo tiempo, en aquel pa¨ªs, fue considerado un apestado.Una situaci¨®n ingrata y parad¨®jica. Entre los leones brit¨¢nicos de la new wave, Costello era el m¨¢s americano de formaci¨®n: se distingu¨ªa por su asimilaci¨®n de las lecciones del country, los compositores del Brill Building y Tin Pan Alley, el soul, Bob Dylan y los cantautores de su generaci¨®n. Devociones genuinas: llegar¨ªa a caer en el mayor error comercial posible en la carrera de un artista de rock al grabar un sentido disco vaquero en Nashville; con el tiempo, cantar¨ªa con George Jones, contratar¨ªa al guitarrista James Burton, homenajear¨ªa a Grateful Dead, compondr¨ªa con Burt Bacharach y colaborar¨ªa con Roy Orbison, John Hiatt, Ricky Skaggs, Roger McGuinn o la Dirty Dozen Brass Band.
En la pr¨¢ctica, Elvis Costello rompi¨® enseguida con las convenciones del mundillo musical brit¨¢nico (no es casual que abandonara Londres para vivir en Dubl¨ªn). Hab¨ªa surgido entre el estruendo del punk-rock, que pretend¨ªa hacer tabla rasa del pasado, pero su propio nombre art¨ªstico hac¨ªa referencia a figuras hist¨®ricas. Reaccionaba con lucidez a la guerra de las Malvinas al componer Shipbuilding, lamento que colocaba en paralelo la muerte de los soldados con la reanimaci¨®n econ¨®mica de las ciudades con astilleros. Tampoco hac¨ªa gala del antiamericanismo habitual entre sus coet¨¢neos. Despreciaba el mantener imagen cool y trabajaba con personajes desprestigiados como Paul McCartney o la juvenil Wendy James. Y dinamitaba las pretensiones de supremac¨ªa rockista al aproximarse humildemente a otras m¨²sicas: la de c¨¢mara (Brodsky Quartet), el jazz (Bill Frisell, Charles Mingus, Jazz Passengers), el folk irland¨¦s (Chieftains, Christy Moore, The Pogues), los standards (Richard Rodgers, Lorenz Hart, Kurt Weill).
Eso se paga. La proliferaci¨®n de grabaciones y proyectos heterog¨¦neos dificulta tener una visi¨®n panor¨¢mica de su obra. Se cumpli¨® la predicci¨®n de los pesimistas del marketing: en los a?os noventa, Costello pr¨¢cticamente ha desaparecido de las listas de ventas. Para un sector considerable de sus seguidores, su creciente sofisticaci¨®n no compensa su incapacidad de hacer canciones memorables. Por su parte, el artista ha renunciado a recrearse en sus momentos dorados (aunque sus discos cl¨¢sicos se reeditan regularmente bajo sus indicaciones) y se permite libertades insospechadas.
Es capaz de realizar una gira donde el repertorio de cada noche lo decide una ruleta gigante o actuar tanto con sinf¨®nicas como con su pianista Steve Nieve (hay testimonio grabado, aunque s¨®lo se difundiera en Estados Unidos). Como demostr¨® al dirigir el londinense Meltdown Festival en 1995, simplemente desecha la idea de que haya barreras infranqueables entre las diferentes m¨²sicas y sus creadores. Sus intuiciones y audacias hacen m¨¢s respirable el ambiente del pop finisecular.
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