La guerra y los principios
1. Primero fueron Javier Solana y Emma Bonino, despu¨¦s han ido apunt¨¢ndose todos los dirigentes de la OTAN: esta guerra se hace por principios, dicen, no por petr¨®leo ni por intereses. Se entiende la buena intenci¨®n: explicar a la ciudadan¨ªa que no hay otro m¨®vil que parar a Milosevic. Pero hay que andar con sumo cuidado porque las ideas cunden. La guerra por principios es extremadamente peligrosa: su forma m¨¢s manifiesta es la guerra santa. La guerra por principios puede ser un argumento tranquilizador cuando la opini¨®n p¨²blica siente que los principios enunciados son los suyos. Pero eso no es garant¨ªa de nada. ?Qui¨¦n establece los principios? La guerra santa tambi¨¦n es una guerra por principios y tambi¨¦n puede tener el consentimiento de la poblaci¨®n. ?Es por ello una guerra defendible? A m¨ª me parece que el ¨²nico criterio ¨¦tico en relaci¨®n con la guerra es negativo. No se puede justificar la guerra en nombre del bien, sino para evitar un mal. Por eso me parece absurdo hablar de guerras justas o injustas. Las guerras, como comentaba recientemente Jaime Vandor, s¨®lo pueden ser necesarias o innecesarias. Y la necesidad la determina la evitabilidad de un mal mayor. De hecho, ¨¦sta es la esencia de la propia idea democr¨¢tica: crear mecanismos que impidan que el poder se extralimite. Y la extralimitaci¨®n del poder es la figura m¨¢s patente del mal: la tortura, la depuraci¨®n, la limpieza ¨¦tnica, la pena de muerte, la deportaci¨®n, etc¨¦tera. Desde este criterio, parar a Milosevic era necesario. El modo como se ha hecho ya es m¨¢s discutible. De momento, la deportaci¨®n no se ha evitado.2. La aceptaci¨®n del derecho de injerencia es un avance. Limita el perverso derecho de soberan¨ªa e invita a caminar hacia una constituci¨®n b¨¢sica de car¨¢cter universal. Kant ya advert¨ªa que la ¨²nica forma objetiva de progreso es el progreso jur¨ªdico. De la arbitrariedad de los principios tenemos que pasar a una nueva regulaci¨®n jur¨ªdica internacional. Se impone que la ONU regule el derecho de injerencia. Y establezca claramente las modalidades de su ejercicio. Para que nadie tenga que volver a arrogarse extrajur¨ªdicamente el papel de gendarme por principios. Si la ONU no es capaz de hacerlo habr¨¢ certificado su obsolescencia.
3. Hay dos concepciones de la diversidad. Una dice: todos somos diferentes y, por tanto, procuramos convivir y mezclarnos respet¨¢ndonos los unos a los otros. Otra afirma: la diferencia est¨¢ en la pertenencia, cada cual pertenece a un pa¨ªs, a una etnia, y lo que se trata es de que se respeten sin mezclarse. Esta segunda acepci¨®n conduce al ghetto, a la multiplicaci¨®n de los pa¨ªses y de las fronteras y, tambi¨¦n, a los conflictos de civilizaciones y a las limpiezas ¨¦tnicas. Volver a encerrar a cada cual en su espacio identitario propio es lo que se est¨¢ consagrando como soluci¨®n. En Kosovo a estas alturas ya no hay otra. Pero la rigidez de las identidades colectivas reduce a los individuos a una sola pertenencia dominante y vuelve a poner puertas a la sociedad abierta.
4. Todo razonamiento te¨®rico debe partir de un principio de increencia que se puede enunciar as¨ª: "Pensar es aceptar que los prejuicios no pueden ser compartidos en tanto que prejuicios". Puede coincidirse en ellos con otras personas por simpat¨ªa, pero nunca por doctrina o determinaci¨®n. Este principio distingue el pensamiento de cualquier forma de creencia ya sea laica o religiosa. La guerra favorece la cultura del prejuicio. En Europa dos prejuicios convergen: el prejuicio atlantista, que da por buena cualquier decisi¨®n con tal de que la lidere Estados Unidos como portadores de la buena nueva de la desregulaci¨®n universal, y el prejuicio antiamericano, que sataniza cualquier actuaci¨®n en que est¨¦ presente el polic¨ªa global portador de intereses perversos, como si el resto de gobiernos del mundo s¨®lo actuaran por altruismo o por impotencia. Me parece que est¨¢ llegando el momento de invertir los t¨¦rminos del razonamiento. La apelaci¨®n a la maldad americana sirve para alentar indefinidamente la cultura de la irresponsabilidad en la que Europa se educ¨® durante los cuarenta a?os de posguerra en que vivi¨® mejor que nunca pero sin derecho a r¨¦plica, como zona protegida en el equilibrio entre las dos potencias. La intervenci¨®n de la OTAN en Yugoslavia es el ¨²ltimo episodio de esta irresponsabilidad. Europa ha sido incapaz de afrontar el problema durante diez a?os de desavenencias internas. Como siempre, ha acabado aterrizando el amigo americano. Y as¨ª seguir¨¢ mientras nos movamos entre la sumisi¨®n (prejuicio atlantista) y el victimismo (prejuicio antiamericano). La cuesti¨®n es esta: ?qu¨¦ tiene que hacer Europa para que Estados Unidos no tenga que sacarnos, una vez m¨¢s, las casta?as del fuego? Hasta que Europa no sea capaz de contestar a esta pregunta seguiremos viendo c¨®mo los americanos acuden con todo su arsenal a remediar los fracasos europeos y c¨®mo cada vez el coro antiamericano viene a completar el panorama del inmovilismo europeo. Saber que el malo es el otro, aunque nos haya salvado la vida, siempre tranquiliza las conciencias. Pero Europa, si quiere ser alguien, tiene que asumir que sus intereses como potencia no siempre coincidir¨¢n con los de Estados Unidos. Lo cual obliga a preguntarse: ?Europa ha defendido bien sus intereses al aceptar en Washington el nuevo horizonte estrat¨¦gico de la OTAN? Podemos dejar la pregunta para despu¨¦s de la guerra. Pero no deber¨ªa obviarse en los Parlamentos europeos. 5. Hablar de una guerra r¨¢pida, limpia y sin riesgos es una contradicci¨®n en los t¨¦rminos. Los tiempos de la guerra siempre tienen un margen de imprevisi¨®n: la capacidad de resistencia del adversario nunca se puede determinar de modo absoluto porque al factor t¨¦cnico hay que a?adir el factor psicol¨®gico, que si ya de por s¨ª es un misterio es especialmente incontrolable cuando se trata de dirigentes pol¨ªticos como Milosevic, que llevan la violencia hasta sus ¨²ltimas consecuencias, desligada de cualquier legitimaci¨®n ideol¨®gica. Las armas destruyen y matan: la expresi¨®n guerra limpia s¨®lo cabe en una sociedad que ha optado por la ignorancia de la muerte.
Es innegable que la tecnolog¨ªa permite una precisi¨®n que en la Segunda Guerra Mundial habr¨ªa sonado a fantas¨ªa. Es indudable que con las bombas que han ca¨ªdo sobre Yugoslavia a?os atr¨¢s las muertes se hubiesen contado por decenas de millares. Y es cierto tambi¨¦n que la tecnolog¨ªa aumenta el factor de desigualdad en la guerra. Pero el riesgo es inherente a la guerra: por desigual que sea la relaci¨®n de fuerzas, el menos fuerte siempre tiene alguna capacidad de causar da?o, m¨¢xime teniendo en cuenta lo que Enzensberger llama el car¨¢cter autista de personajes como Milosevic, "la incapacidad de distinguir entre destrucci¨®n y autodestrucci¨®n". El empe?o de la propaganda aliada de plantear la guerra como si no fuera guerra tiene graves consecuencias en el desarrollo del conflicto porque condiciona las estrategias, determina el lenguaje y confunde a la propia opini¨®n p¨²blica. Y plantea una duda moral: ?la vida de un soldado propio vale m¨¢s que la de un civil ajeno?
6. ?Por qu¨¦ la OTAN ha puesto la guerra bajo el signo de la mentira de la guerra limpia? Porque pensaban que era la ¨²nica forma de que las opiniones p¨²blicas occidentales pudieran asumir la guerra. De la comida esterilizada al sexo virtual, de la comunicaci¨®n electr¨®nica a la muerte sin dolor, de la prohibici¨®n del tabaco a la apoteosis del preservativo, las sociedades avanzadas no han cesado en la b¨²squeda de un modo de vivir que deje al cuerpo y al alma al amparo de los riesgos del contacto y de la contaminaci¨®n. Introducir el factor guerra en este contexto obliga a envolverla en persigl¨¢s. Del mismo modo que queremos creer que los hijos no dan problemas, que las separaciones no son traum¨¢ticas y que el ¨¦xito no requiere esfuerzo, estamos obligados a aceptar que la guerra puede ser limpia y sin riesgos.
7. Las estrategias militares quedan condicionadas por la exigencia de que la guerra no parezca guerra. Se anuncia que no habr¨¢ intervenci¨®n terrestre para tranquilizar a la ciudadan¨ªa, con lo cual se da espacio de maniobra a Milosevic. Se recurre permanentemente al eufemismo, envolviendo a la guerra con un halo de mentira y de irrealidad que finalmente socava el consenso. La definici¨®n de objetivos se hace dif¨ªcil porque se sabe que un estrago -lo que el lenguaje euf¨¦mico llamar¨ªa da?os colaterales mayores- puede llevar a detener la ofensiva sin haber resuelto el problema que la provoc¨®, por miedo a la reacci¨®n de la opini¨®n p¨²blica. La ciudadan¨ªa quiere creer que la guerra ser¨¢ r¨¢pida y cuando ve que se alarga no sabe si ha sido enga?ada o si se est¨¢ perdiendo la batalla. Se quiere hacer la guerra sin asumir la responsabilidad de hacerla. En este ejercicio de irresponsabilidad Aznar ha hecho verdaderas filigranas.
Buscando la desaz¨®n de la opini¨®n p¨²blica occidental, Milosevic aceler¨® la limpieza ¨¦tnica. Y si en un principio el c¨¢lculo parece haberle salido mal (las im¨¢genes de la deportaci¨®n dieron mayor legitimidad a la intervenci¨®n aliada -demostraron que era necesaria-), con el tiempo la desesperada situaci¨®n de los albanokosovares que la guerra deb¨ªa liberar convierte la estrategia aliada en un fracaso. Y, sin embargo, ahora, lo peor que podr¨ªa pasar es que la guerra se parara sin haber resuelto nada. No queda m¨¢s remedio que llegar hasta el final. Y final s¨®lo hay uno: acabar con Milosevic y repatriar a los kosovares.
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