Notas al margen de un ocaso ANTONI PUIGVERD
El ruido. Inevitablemente, como un viento azuzando las llamas, la augusta dimisi¨®n de Borrell no ha generado la tranquilidad pol¨ªtica que sin duda persegu¨ªa sino, al contrario, un mayor ruido. Lo que pretend¨ªa ser un punto y aparte, un gesto de coherencia (incluso, ?por qu¨¦ no?, una comprensible eleg¨ªa: "no puedo m¨¢s, aqu¨ª me quedo"), se reconvierte en uno de tantos ingredientes del gran fest¨ªn medi¨¢tico, en un condimento picante de rumores y juicios de intenci¨®n, generador de flatulencias internas en el PSOE y de gozosos jadeos en los que se confunden voces de amigos y enemigos. No sabemos muy bien cu¨¢ndo lleg¨® el ruido, pero est¨¢ ah¨ª desde hace a?os y no parece que sea posible, por medio alguno, depurarlo aunque s¨®lo sea un poquito. Nuestra democracia es, por edad, una joven veintea?era, pero parece ya una Celestina desdentada y maloliente entronizando la picaresca, acogiendo bajo su protecci¨®n a todos los malandrines, expulsando a los bienintencionados, infectando con sus tr¨¢ficos, reconvirtiendo en bronca y bullicio lo que durante la transici¨®n parec¨ªa ser prudencia, serenidad, altura de miras. El cazador, la caspa y el acantilado. Borrell no ha sido ajeno a este ruido. Cazador cazado, quem¨® todas las rentas de campe¨®n de las primarias intentando asaltar el castillo de la corrupci¨®n del PP. Era inevitable que, buscando lanas corruptas, saliera Borrell trasquilado. Lo ha sido por causa de sus dos deplorables compa?eros de Hacienda, estos hip¨®critas de corte cl¨¢sico (inflexibles perseguidores de los pecados del pr¨®jimo, los mismos pecados que ellos, a lo grande, comet¨ªan). Pero, de no haber sido por estos consumados hip¨®critas, otros rastros repelentes de los gobiernos de Gonz¨¢lez le habr¨ªan salpicado. Parece una impostura que alguien, por honesto que sea personalmente, se desplace como un purista arrastrando las enormes bolas de hierro de un pasado impuro. La hipoteca del felipismo (sin duda exagerada por robespierres de regad¨ªo y demagogos a sueldo, pero hipoteca al fin) est¨¢ ah¨ª: no es posible no verla. No estar¨¢ cancelada hasta que todos los ministros y dirigentes conectados con los gobiernos de Gonz¨¢lez entiendan que deben buscarse la vida lejos de la pol¨ªtica. Pues ?qu¨¦ sentido tendr¨ªa que se jubilara justamente el ¨²nico que, a pesar de los pesares, tiene arrastre electoral? ?Ser¨¢ Felipe el ¨²nico en comprender que los innegables m¨¦ritos de su etapa han quedado eclipsados por un terrible lastre? Un joven socialista dijo que en el PSOE hay mucha caspa. ?Si se tratara s¨®lo de caspa! El (o)caso Borrell demuestra que no basta con el champ¨² de un peluquero marchoso para eliminar el plomo. Puede que la espuma de Borrell sea el complemento ideal al experimento de las primarias: algo as¨ª como de repente encontrarse frente a un acantilado. Imposible volver atr¨¢s, porque all¨ª est¨¢n las fieras. Hay que saltar. La madeja y la lluvia. En Catalu?a, uno de los primeros en hablar del (o)caso Borrell fue, naturalmente, Pujol. Sabemos por qu¨¦ al cori¨¢ceo presidente le parece mal la pol¨ªtica fundamentada en la denuncia. Aunque no pueda demostrarse nunca nada, casi todo el mundo en Catalu?a sabe que el pujolismo usa el plomo de sus vicios para pescar votos. ?Como? Mezclando, a muy bajos niveles, pol¨ªtica y negocietes, militancia y peque?a renta. La madeja es en Catalu?a tan espesa como, en general, irrelevante. M¨¢s que grandes embolados millonarios, lo que funciona es la cl¨¢sica filosof¨ªa de peix al cove aplicada al por menor. Peix al cove para la gente pr¨®xima: la nostra gent. El peque?o mundo convergente, muy homog¨¦neo, conoce los beneficios de aproximarse al partido (tanto monta: C o U). Suele ser importante callar, no discutir, aceptar directrices, fer bondat. No dudo que este mismo tipo de filosof¨ªa casera funcione igual de bien en los feudos de Baleares, Extremadura o Andaluc¨ªa. El primero en popularizar este tipo de redes fue el p¨ªcaro Juan Guerra, que negociaba prebendas colando de refil¨®n el nombre de su hermano Alfonso. Tambi¨¦n de un hijo de Pujol, no s¨¦ cu¨¢l, se dec¨ªa que se presentaba mostrando nada m¨¢s que una tarjeta con sus dos sonoros apellidos. En fin. Nadie (excepto, seguramente, Fraga) ha sabido sortear como Pujol las heces de sus a?os de gobierno sin mancharse. El otro d¨ªa, en Palam¨®s, un mec¨¢nico que se dedica a reparar barcas deportivas coment¨® sin darle apenas importancia que, para conseguir los dif¨ªciles amarres en el nuevo puerto, "hay que tener el carnet". Lo gordo no es que esto sea o no cierto, sino que un tipo despolitizado como aqu¨¦l lo contara con indiferente naturalidad. As¨ª se hablaba en tiempos de Franco de tantos procedimientos administrativos. Los "afectos al r¨¦gimen" sab¨ªan c¨®mo conseguir enchufes, saltar vallas legales, obtener el empleo deseado, beneficiarse de la cosa p¨²blica. Veinte a?os despu¨¦s, con justificaciones opuestas, funciona otro r¨¦gimen que ha generado parecidos vicios. No va saltar por m¨¢s que se le ataque este flanco. La madeja se refuerza, se blinda, se encierra en s¨ª misma frente a las cr¨ªticas, de la misma manera que la almeja, al ser agredida, se encierra entre sus conchas. A estas alturas, cuando todo parece pringoso, cuando todos -incuso los de las manos m¨¢s sucias- alzan la voz contra la corrupci¨®n, denunciarla es, simplemente, aumentar el ruido. Maragall habl¨® un d¨ªa de la necesidad de un viento higi¨¦nico y potente como la tramontana. Pero en esta imagen ha quedado fagocitado Borrell, hacedor de vientos. Mejor ser¨ªa hablar de la lluvia. Tranquila, persistente y tenaz. Este pa¨ªs recalentado y reseco por tantos a?os de econom¨ªa casera, de secretas heces y conformismos varios, necesista una lluvia que refresque el ambiente y permita que afloren los verdes de la esperanza. Si la coartada es sentimental, la contraoferta debe tambi¨¦n serlo: frente al gesto hura?o y mercantil, la simpat¨ªa; frente al claustro patri¨®tico, una m¨²ltiple y desacomplejada identidad de mu?eca rusa, que las contiene todas. A alguien puede sonarle cursi, pero s¨®lo si la irritaci¨®n (que deja como estela la madeja convergente) se reconvierte en ilusi¨®n, va a saltar el engrudo y ser¨¢ posible la higiene del cambio.
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