Estrategas
"He aqu¨ª una forma pl¨¢stica de contemplar la guerra de Yugoslavia: Milosevic extermina a todo un pueblo ayudado por la culpable indiferencia casi general y bendecido por algunos intelectuales mamporreros". Y as¨ª cabr¨ªa seguir reescribiendo, con tan s¨®lo algunos cambios de nombres propios, la lamentable columna que el domingo 16 nos endos¨® el admirado Manuel Vicent (todo el mundo puede tener un mal d¨ªa, sin duda). Lo malo de textos tan maniqueamente sectarios es que se les puede dar literalmente la vuelta y seguir teni¨¦ndose en pie. Y, claro, seguir siendo, en una u otra versi¨®n, igual de impresentables.Quiz¨¢, en un tema tan complejo como la situaci¨®n en los Balcanes, ser¨ªa m¨¢s prudente y razonable intentar an¨¢lisis serenos y matizados, respetuosos de las distintas posibles posturas, y evitar la tentaci¨®n del insulto trompetero, descalificador y zafio, m¨¢s propio de una discusi¨®n de patio de colegio. En el tema yugoslavo, por desgracia, va siendo hora de aceptar que no caben tercerismos ang¨¦licos del tipo "ni unos ni otros", por bien intencionados que puedan ser.
Hay problemas, y ¨¦ste parece con claridad ser uno de ellos, que no tienen soluci¨®n f¨¢cil y limpia. Cabr¨ªa decir que el pacifismo a ultranza -del tipo del que de forma tan respetable, aun cuando destemplada, postula Vicent- equivale a cerrar los ojos (mejor dicho: a seguir cerrando los ojos) ante el exterminio de todo un pueblo. Europa pudo hacer como que no se enteraba del Holocausto jud¨ªo: hoy, la inmediatez de la cobertura medi¨¢tica hace imposible esa consoladora y muchas veces fingida ignorancia. Favorecer la intervenci¨®n armada para defender a los albano-kosovares no puede ser calificado sin m¨¢s como sanguinaria actitud misilera, como arguye Vicent: tambi¨¦n es propio de pacifistas a ultranza tratar de parar la masacre de todo un pueblo cuando todos los dem¨¢s esfuerzos (largamente, exasperantemente intentados) han fallado.
Y es que no es f¨¢cil ser pacifista en un conflicto como el yugoslavo: las opciones son o aceptar ser c¨®mplice de la barbarie al no hacer nada inmediato por detenerla (y pudiendo creer, al mismo tiempo, que as¨ª se tienen las manos m¨¢s limpias), o aceptar la intervenci¨®n como mal menor (pero mal, al fin, y un mal que en apariencia mancha m¨¢s -o m¨¢s perceptiblemente- las manos). Inevitablemente, hay sangre inocente en juego: la de las v¨ªctimas, y la de las nuevas v¨ªctimas que se causan por defender a aqu¨¦llas. Porque no hay que olvidar que la matanza de albanokosovares no comenz¨® con los bombardeos: es muy anterior. Como lo es la barbarie de Milosevic (?recordamos, por ejemplo, lo que ocurri¨® en Bosnia o, como all¨ª no intervino la OTAN, lo damos por bueno y olvidado?).
Estamos, sin duda, ante un dilema moral lo suficientemente profundo y cruel como para que quienes nos sentimos atrapados en ¨¦l (quiero suponer que todos los que nos definimos como sincera y profundamente pacifistas, en todas las circunstancias y en todas las direcciones) merezcamos an¨¢lisis menos hirientemente superficiales y simplistas que el de Vicent. Porque esto no es una pel¨ªcula de buenos y malos. Pero si lo fuera, quiz¨¢ deber¨ªa quedar claro que el malo ser¨ªa en todo caso Milosevic, no la OTAN.- .
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