Trece kilos SERGI P?MIES
Cada vez que se da a conocer el ganador del Premio Internacional Catalu?a me imagino la misma escena. Alguna brillante personalidad bostezando en un lugar remoto de Londres, Bombay o Sidney. De repente, suena el tel¨¦fono y una voz lejana le comunica que un modesto pa¨ªs sin Estado acaba de concederle un premio. Antes de que la personalidad le mande a paseo, el interlocutor tel¨¦fonico a?ade: "?Ah!, por cierto: el premio consiste en 13 millones de pesetas". La personalidad traga saliva, se sienta y, en el idioma en el que tenga a bien expresarse, exclama: "?Ha dicho 13 millones?". Luego, m¨¢s relajada, repasa su biograf¨ªa pregunt¨¢ndose qu¨¦ demonios habr¨¢ hecho para merecer semejante distinci¨®n y empieza a sentir una irrefrenable simpat¨ªa por este peque?o pa¨ªs. Situa Catalu?a en el atlas y con una lupa se interroga sobre c¨®mo ser¨¢ el poblado, si se parecer¨¢ al de Ast¨¦rix y si sus gentes comer¨¢n jabal¨ª a la luz de la luna. Como los ganadores del Premio Internacional Catalu?a suelen ser gente culta y preparada, enseguida asumen la responsabilidad y el honor que supone el galard¨®n y buscan una causa a la que donar, parcial o totalmente, el importe del mismo. En el caso de Doris Lessing, la escritora que pas¨® por Barcelona para recibir el premio de este a?o, invertir¨¢ el dinero en libros."En ?frica tienen hambre de libros. Si les mandas libros, lloran de gratitud", ha declarado. El acto de concesi¨®n del premio se celebr¨® en el Palau de la Generalitat. En la puerta, un grupo de yugoslavos reclamaba el cese de los bombardeos de la OTAN. Arriba, en la inmensa sala elegida para la ocasi¨®n, se congregaba una nutrida representaci¨®n del mundillo cultural: traductores, angl¨®filos, escritores, editores, agentes literarios y, sobre todo, lectores de la obra de una mujer que, a los 80 a?os, parece no dar ninguna batalla por perdida. La escenograf¨ªa del acto parec¨ªa obra de Albert Boadella. De fondo, una fe¨ªsima pintura mural en cuya c¨²spide aparec¨ªa una Virgen de Montserrat. Un poco m¨¢s abajo, un retrato de cuando el Rey de Espa?a todav¨ªa era pr¨ªncipe. Descendiendo un poco m¨¢s, una estatua de Sant Jordi y, en un plano inmediatamente inferior, el presidente Pujol completando un perfecto escalaf¨®n conceptual. A la derecha del presidente, Doris Lessing y el consejero Pujals. A la izquierda, Baltasar Porcel y Marta Pessarrodona. Cerrando la escena, cual marm¨®reas columnas laterales, un par de mossos d"esquadra vestidos con traje de gala. Tras unos breves parlamentos introductorios, tom¨® la palabra Doris Lessing, justo en el momento en el que el carill¨®n del Palau marcaba -pesado- las ocho, y ley¨® su discurso en un tono sereno maleado por la ac¨²stica y por algunas r¨¢fagas de cansancio. Defendi¨®, entre otras causas, la novela como forma de aproximaci¨®n a la realidad, record¨® la impresi¨®n que en su d¨ªa le caus¨® el libro de Orwell sobre Catalu?a y sugiri¨® que si un librito pudo cambiar sus ideas, un peque?o pa¨ªs -"not spanish, not french"- tambi¨¦n pod¨ªa aportar muchas cosas a nuestro destartalado mundo mundial. Se la escuch¨® con respeto, aunque algunas de sus lectoras luchaban para que los auriculares de la traducci¨®n simult¨¢nea no estropearan un peinado trabajado con horas de peluquer¨ªa. Se la aplaudi¨® con una emoci¨®n agradecida, el mismo agradecimiento que Pujol demostr¨® en uno de esos discursos improvisados que, lejos del baile electoral y del cuerpo a cuerpo pol¨ªtico, tan bien se le dan. Habl¨® de la importancia de los valores morales, record¨® sus tiempos de lector de novelas (Gald¨®s, Balzac, Stendhal, Mann) y pronostic¨® que, en el futuro, la respuesta a los problemas de la sociedad pasar¨¢ obligatoriamente por saber escuchar la voz de los poetas y de los novelistas. L¨¢stima que tan profundas palabras fueran pronunciadas mientras los pobres mossos d"esquadra soportaban una rigidez digna de una estatua humana de La Rambla (una sugerencia: ya que somos tan civilizados, modernos y sensibles para premiar a alguien tan respetable como Doris Lessing, ?por qu¨¦ no empezamos por eliminar estos ofensivos s¨ªmbolos de liturgia medieval en nuestros actos oficiales para dar ejemplo?). Al final, los m¨¢s atrevidos se acercaron a saludar a la premiada, que continuaba sonriendo. Durante un segundo, nuestras miradas se cruzaron y pens¨¦ que los que son v¨ªctimas de la violencia y de la injusticia, los que son apaleados debido a sus ideas, torturados por el color de su piel o explotados por miedo a morir de hambre, siempre podr¨¢n acudir a personas como Doris Lessing, capaces de transmitirles, s¨®lo con una curtida y trabajada sonrisa, solidaridad, compasi¨®n, confianza y fuerza.
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