La visita a Delibes
Miguel Delibes est¨¢ en su casa, acaba de terminar su siesta habitual y le rodean los ruidos dom¨¦sticos que siempre le ayudaron a mantener la serenidad de la escritura; detr¨¢s de su sill¨®n favorito est¨¢n todos los libros hist¨®ricos de la editorial Destino, donde public¨® desde que gan¨® el Nadal con La sombra del cipr¨¦s es alargada. Ese libro, y el resto de los suyos, est¨¢n en la habitaci¨®n contigua, una sala a¨²n m¨¢s tranquila, rectangular y clara.Donde se sienta hoy Delibes, para recibir el premio Crisol de los Lectores por El hereje -una semana antes recibi¨® igual premio de los lectores de la revista Qu¨¦ leer: votan los lectores, dice ¨¦l, "la ¨²nica democracia existente, estoy encantado"-, es el mismo sitio en que se sent¨® antes de morir Franco para escuchar de labios de Jos¨¦ Ortega Spottorno, fundador de EL PA?S, la oferta de que fuera el primer director de este diario. Dijo que no, "para no equivocarme vez y media, porque si no acertaba armaba un buen desaguisado".
No le ha sorprendido el favor del p¨²blico, que desde septiembre, cuando sali¨® El hereje ha consumido ya 300.000 ejemplares de la novela; siempre tuvo ese favor, que cultiva con tranquilidad: no acude a ferias ni a otros saraos, y ha convertido Valladolid en un castillo que comparte en la lejan¨ªa de la misma paciencia con gente como Francisco Pino, que es mayor que ¨¦l y sigue publicando una poes¨ªa que Gustavo Mart¨ªn Garzo y Esperanza Ortega, escritores vallisoletanos, consideran de una fuerza juvenil que desmiente los 90 a?os. All¨ª, en Valladolid, Delibes escribi¨® El hereje como si se estuviera despidiendo: "Es un libro maduro, trabajado, hecho con ilusi¨®n", nos dijo, y despu¨¦s, como si arrojara una piedra de Castilla en un estanque tranquilo, a?adi¨®: "Fue un punto y aparte en mi literatura, porque lo escrib¨ª cuando un m¨¦dico me diagnosticaba una media muerte". Sobrevive, dice, nada m¨¢s que sobrevive; lo hace leyendo, pero ya no quiere escribir m¨¢s. ?Seguro? Se le ve fuerte y memorioso, y alrededor su hija y su nuera le expresan un cuidado que es igual de profundo y habitual que el que aqu¨ª se percib¨ªa hace muchos a?os, cuando el robusto cazador liaba sus pitillos y estrenaba las gafas de concha negra sobre las que miraba como si percibiera perdices. Los periodistas, en esta visita, le preguntan por la pol¨ªtica y ¨¦l responde hablando de la necesidad de una nueva moral tambi¨¦n para hacer innecesaria la guerra. Y como el premio que le han dado ha tenido como segundo m¨¢s votado El l¨¢piz del carpintero, de Manuel Rivas, el autor de El hereje saca de nuevo la memoria y la pone como regalo en medio de esta sala en la que ya se est¨¢ haciendo tarde para su propio descanso: habla -y esto lo cont¨® este mismo peri¨®dico el ¨²ltimo jueves- de su propio pasado de carpintero: su abuelo lo fue, hizo las butacas del teatro Calder¨®n, y ahora anda Delibes buscando entre la basura contempor¨¢nea de su ciudad la placa dorada que conmemoraba ese hecho familiar tan indestructible...
Hoy sus lectores Manuel Rivas, ?lex Grijelmo y Gustavo Mart¨ªn Garzo se reunir¨¢n en Madrid (Crisol, en la calle Galileo) para hablar de su obra en la entrega de los premios mencionados. Son sus lectores entre miles de lectores, los que empez¨® a tener hace tanto. Una vez fue a ver a P¨ªo Baroja, para decirle que iba muy bien La sombra del cipr¨¦s es alargada. "Don P¨ªo, se han vendido tres mil". Don P¨ªo no se lo crey¨®. "Eso lo dice la editorial por razones comerciales". Delibes y Verg¨¦s, el director de Destino, le dieron argumentos para convencerle de la realidad de la cifra, hasta que Verg¨¦s declar¨®: "Es que ahora compran muchos libros las mujeres". Fue entonces cuando Baroja pronunci¨® la famosa frase:
-Ah, si leen ¨¦sas... Delibes apostill¨®, cuando ya nos march¨¢bamos:
-Verg¨¦s ten¨ªa raz¨®n: desde los a?os cincuenta leen m¨¢s las mujeres que los hombres.
Las mujeres de la casa, al irnos, asent¨ªan con la cabeza.
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