Democracia y guerra
Reconozco que me encuentro abrumado por los descubrimientos que algunos comentaristas ponen ¨²ltimamente de relieve en los peri¨®dicos y las radios. A saber: que las guerras matan y que en ellas muere gente inocente. A partir de tan novedosas iluminaciones, no son pocos los que reclaman con urgencia el fin de los bombardeos aliados sobre Serbia y Kosovo, sin condici¨®n previa alguna, para dar paso a una soluci¨®n pol¨ªtica o diplom¨¢tica del conflicto. Algunos de estos predicadores me recuerdan a la imagen del cartujo evocada por Don Quijote cuando se?alaba "que los religiosos, con toda paz y sosiego, piden al cielo el bien de la tierra, pero los soldados y caballeros ponemos en ejecuci¨®n lo que ellos piden..., y como las cosas de la guerra no se pueden poner en ejecuci¨®n sino sudando, afanando y trabajando, aquellos que la profesan tienen mayor trabajo que aquellos que en sosegada paz y reposo est¨¢n rogando a Dios favorezcan a los que poco pueden". En efecto, es f¨¢cil, y sale gratis, condenar la inutilidad de los bombardeos, criticar los errores en las operaciones y, como consecuencia, solicitar el inmediato alto el fuego, pase lo que pase despu¨¦s. Pero ¨¦sta es una de esas circunstancias en las que nuestras emociones dif¨ªcilmente casan con nuestros an¨¢lisis, por lo que nos vemos obligados a una dolorosa elecci¨®n, bien que la hagamos todos como los cartujos, tranquilamente arrellanados en el sof¨¢ de nuestro cuarto de estar, cenando ante el televisor mientras contemplamos horrorizados, entre cucharada y cucharada, el exterminio ¨¦tnico de los albanokosovares, la extensi¨®n de las plagas en los campos de refugiados, el dolor de los heridos en los bombardeos, la destrucci¨®n y el fuego de los ataques de la OTAN, todo ello envilecido por la manipulaci¨®n pol¨ªtica y por nuestra propia facundia de improvisados monjes, dedicados a darnos golpes de pecho ante el altar del televisor.Al fin y al cabo, podemos pensar, tampoco los soldados de hoy son esos aguerridos y quijotescos caballeros que padec¨ªan por "lo m¨¢s trabajoso y m¨¢s aporreado, y m¨¢s hambriento y sediento, miserable, roto y piojoso" de las guerras, sino que se asemejan a los bur¨®cratas de cualquier especie. Un piloto de combate de nuestros d¨ªas es lo m¨¢s parecido a un oficinista, y he de decir que esta met¨¢fora se la debo en parte a Santiago Carrillo. Se levanta el aviador de buena hora, da un beso a su mujer y lleva los ni?os al colegio, antes de presentarse en la base. Luego agarra el avi¨®n, se da una vuelta por Serbia, lanza unos cuantos misiles, destruye un par de puentes, o un pabell¨®n de cualquier embajada amiga, y vuelve a casa para la hora de cenar. De modo que la guerra no es lo que era, salvo en lo que ata?e a las v¨ªctimas. Ha perdido prestigio, y algunos creen que eficacia. Razones a?adidas, piensan muchos, para que ¨¦sta se acabe cuanto antes. Cuanto antes es preciso acabarla, desde luego, pero no como sea. La acumulaci¨®n de errores de los aviadores aliados, la obstinaci¨®n de Milosevic, el horror de la sangre vertida, y nuestra voluntad de que no se nos atragante el postre por culpa del telediario, no pueden llevarnos a conclusiones precipitadas que s¨®lo sirvan para amparar nuestra buena conciencia de ciudadanos amantes de la paz. El fin de toda guerra es precisamente la paz, pero una paz duradera, estable y justa, antes que nada para los que padecen en su propia carne el conflicto. No vaya a ser que por lograr la paz en los corazones atormentados de los ciudadanos occidentales contribuyamos a la masacre definitiva de pueblos enteros que se juegan, simple y llanamente, su supervivencia f¨ªsica. ?stas que siguen son algunas reflexiones que, desde la duda y el divorcio moral que a cualquier ciudadano corriente le produce una situaci¨®n de violencia, me parece oportuno hacer. No son todas las que se me ocurren ni, me temo, servir¨¢n gran cosa para despejar el encono de los ¨¢nimos. Creo, no obstante, que contribuir a un debate tan delicado como el que la situaci¨®n demanda es, ya, una obligaci¨®n c¨ªvica, por confusos que nos podamos hallar en muchos aspectos.
1. La nueva guerra de los Balcanes no ha sido desencadenada por los pa¨ªses aliados, sino por Milosevic. No comenz¨® hace dos meses, sino hace ocho a?os, con el programa de limpieza ¨¦tnica y de creaci¨®n de la Gran Serbia que el aut¨®crata lanz¨®, ante la pasividad culpable de las democracias occidentales. La intervenci¨®n aliada en Kosovo se ha producido despu¨¦s de soportar la amarga experiencia de Bosnia-Herzegovina y de in¨²tiles intentos negociadores, gestiones diplom¨¢ticas y pactos imposibles. Tambi¨¦n se ha llevado a cabo tras las demandas, a veces angustiosas, de l¨ªderes intelectuales de la comunidad internacional que se espantaban de la par¨¢lisis de Occidente ante las matanzas, violaciones, abusos y vejaciones de todo tipo ejercidas por los nuevos se?ores de la guerra de los Balcanes: Milosevic, Karadzic, Cosic, Arkan y tantos otros.
2. Los bombardeos aliados no han podido sorprender a nadie. Durante meses, la OTAN advirti¨® a Milosevic de que pasar¨ªa a la acci¨®n si no aceptaba las condiciones m¨ªnimas impuestas en Rambouillet, tendentes a garantizar una cierta estabilidad en la zona. No hubo entonces protestas de Rusia, ni de otras potencias, ni los cartujos de turno entonaron sus preces, como tambi¨¦n se echaron en falta las manifestaciones, los duelos y los ruegos por el genocidio constante y sistem¨¢tico de los musulmanes kosovares a manos de las milicias y la polic¨ªa serbias.
3. Desde un punto de vista democr¨¢tico, la neutralidad o la equidistancia no son admisibles en la confrontaci¨®n, aunque uno pueda rechazar los m¨¦todos empleados. No es necesario dividir el mundo entre buenos y malos, ni es eso a lo que me refiero, para aceptar que la intervenci¨®n aliada se ha hecho en nombre de casi una veintena de pa¨ªses democr¨¢ticos, defensores de los derechos humanos y de las libertades individuales, con la sola excepci¨®n del r¨¦gimen turco. Este detalle es frecuentemente olvidado por quienes reivindican el protagonismo de las Naciones Unidas y se lamentan por la ilegalidad de la intervenci¨®n. El papel de la ONU debe ser potenciado, pero es imposible desconocer sus recientes fracasos como mediadora en los conflictos, la farsa que encierra la vigencia del derecho de veto en el Consejo de Seguridad, la asimetr¨ªa interna y externa de los reg¨ªmenes y Gobiernos all¨ª representados, y la predominancia en su seno de los comportamientos burocr¨¢ticos. Las propias carencias puestas de relieve por ACNUR, a la hora de manejar el problema de los refugiados kosovares, permiten dudar de la eficacia de la Organizaci¨®n de las Naciones Unidas para solucionar situa-
Democracia y guerra
ciones como la actual, independientemente de lo deseable de su contribuci¨®n. El que instituciones todav¨ªa menos representativas de la comunidad internacional que la propia OTAN, y no creadas para circunstancias de este g¨¦nero, como es el G-8, hayan sido elegidas como marco de negociaci¨®n y entendimiento con Rusia es otro hecho expresivo de la necesidad de una reforma en profundidad de la ONU.4. La suposici¨®n de que la intervenci¨®n aliada se ha llevado a cabo por motivos no exclusivamente humanitarios -tal y como ¨¦stos son com¨²nmente entendidos- es m¨¢s que plausible, pero eso no la deslegitima necesariamente. Europa contin¨²a digiriendo con dificultad los resultados de la ca¨ªda del muro de Berl¨ªn y la reunificaci¨®n alemana. La incapacidad de nuestros Gobiernos para establecer una autoridad internacional que garantice la estabilidad en el continente y aporte seguridad y tranquilidad a los pa¨ªses del centro y del sur del mismo, recientemente incorporados a la democracia, es lamentable. Pero nuestras quejas no bastan para poner orden. ?C¨®mo garantizar a las minor¨ªas, religiosas, ¨¦tnicas o ling¨¹¨ªsticas, su pervivencia en el marco de una Europa democr¨¢tica frente a la agresi¨®n de los nuevos dictadores? En ocasiones, s¨®lo el empleo de la fuerza puede disuadir a los criminales de sus acciones, y castigarlos si se obstinan en ellas. Pero Europa hace mucho que abdic¨® de ser ella la que administrara esa fuerza en su propio territorio, descansando su empe?o en el m¨²sculo americano. No se puede anatematizar a ¨¦ste por su acci¨®n y, al mismo tiempo, no dar un solo paso para sustituirlo. Si los europeos somos incapaces de poner orden en Europa, alguien tendr¨¢ que hacerlo.
5. Esta guerra debe acabar cuanto antes, y es plausible que no sea con una victoria total de la OTAN, como el propio presidente Clinton declina ya intentar. Pero si la OTAN sale seriamente da?ada, en su prestigio, en su operatividad y en su eficacia, frente a las opiniones p¨²blicas de los pa¨ªses integrantes de la Alianza, el modelo democr¨¢tico se ver¨¢ perjudicado. Son muchos los pueblos que se miran en el espejo de las naciones europeas, como un ejemplo de prosperidad econ¨®mica, libertades individuales, gobierno de mayor¨ªas y respeto a las minor¨ªas. Millones de ciudadanos, en Europa y fuera de ella, aspiran a seguir el camino de esos pa¨ªses que, pese a tantas guerras, conflictos y divisiones como han padecido, mantienen la bandera de la tolerancia c¨ªvica, el di¨¢logo, el mestizaje y el derecho a la diferencia, en un r¨¦gimen de igualdad ante la ley. De la soluci¨®n que se d¨¦ a este conflicto, de cu¨¢les sean las condiciones de la paz, depende no s¨®lo el destino inmediato de millones de kosovares y serbios, sino, en gran parte, el futuro de la democracia en el mundo.
?stos son, a mi juicio, algunos puntos, quiz¨¢ no muy novedosos, quiz¨¢ en exceso pol¨¦micos, sobre los que no me parece innecesaria la insistencia mientras los bombardeos se prolongan. El conflicto de Kosovo posee muchos m¨¢s perfiles, entre ellos el nada desde?able del an¨¢lisis del papel de los nacionalismos en las confrontaciones armadas entre los pueblos. La prudente advertencia, hecha por tantos l¨ªderes espa?oles, de que "aquellos nacionalismos nada tienen que ver con los nuestros" me parece bien desde el punto de vista de lo pol¨ªticamente correcto, aunque las ra¨ªces del nacionalismo sean siempre las mismas: exclusi¨®n, discriminaci¨®n, sometimiento a la tribu. Por lo dem¨¢s, sea cual sea el desarrollo y conclusi¨®n de las operaciones b¨¦licas, ya es seguro que los Balcanes van a albergar durante a?os una fuerza de ocupaci¨®n internacional muy superior a la que hasta ahora han recibido. No puede decirse que esto sea un ¨¦xito de nadie, aunque puede augurarse que tranquilizar¨¢ a no pocos millones de centroeuropeos no directamente envueltos en la confrontaci¨®n. Hay quien piensa que es exagerada la comparaci¨®n, por lo dem¨¢s frecuente, entre Hitler y Milosevic, y que es imposible imaginar que el dictador yugoslavo amenace, como los nazis hicieron, las democracias europeas. Sin embargo, cuando menos podemos concluir que el suyo no es el mejor ejemplo para las democracias nacientes en los pa¨ªses antes gobernados por reg¨ªmenes comunistas. Por eso, desde la inevitable duda, en medio de la lucha entre raz¨®n y sentimientos que la apelaci¨®n a la fuerza supone para las actuales generaciones de europeos, merece la pena recordar lo escrito por Bertrand Russell en 1941: "Lleg¨® un momento que result¨® evidente que Alemania destruir¨ªa la independencia de las democracias una por una si ¨¦stas no se combinaban en la defensa armada. Desde ese momento, la ¨²nica esperanza para la democracia era la guerra". Palabras duras de leer para quienes abominamos de la violencia porque nos recuerdan que, desgraciadamente y hasta hoy mismo, forma parte de la condici¨®n humana.
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