La Europa de las subvenciones
Cuando llegan las elecciones parece imponerse el principio t¨¢cito de que no es un momento apropiado para hablar de lo que est¨¢ en juego. La construcci¨®n europea, la funci¨®n de los ayuntamientos o la forma del Estado son temas que apenas se hacen o¨ªr tras el ruido de otros asuntos con mejor venta. Me temo que los pr¨®ximos comicios no van a ser una excepci¨®n a esta regla y que terminemos sin saber exactamente qu¨¦ piensan los candidatos acerca de las instituciones para las que reclaman nuestra adhesi¨®n.Si alg¨²n tema resulta ahora especialmente inoportuno es el de Europa, sobre todo cuando se aborda desde una ¨®ptica distinta a la ponderaci¨®n de los beneficios que nos reporta. Estamos acostumbrados a ver en ella algo que da o quita. El imaginario patri¨®tico y subvencionado tiende a considerar Europa como una promesa, una cuota o una amenaza. La clase pol¨ªtica no parece especialmente interesada en la idea de formar una opini¨®n, y prefiere alimentarse de la que ya existe acerca de Europa y que es, por lo general, una mezcla de ilusi¨®n y resentimiento. El prestigio de los "emisarios europeos" vive de su capacidad de hacerse valer como duros negociadores ante la propia hinchada. Como es l¨®gico, el "representante" as¨ª acreditado tampoco tiene, por su parte, demasiado inter¨¦s en modificar esta complicidad, de la que resulta una Europa de los repartidores, mensajeros y apoderados.
Los enviados al teatro de operaciones hablan de defender lo propio en Europa como si lo que somos estuviera ya definido, cuando m¨¢s bien ocurre que somos modificados en el concierto europeo. Despu¨¦s de los tratados europeos, ya no somos lo que ¨¦ramos. Aunque la ret¨®rica vaya a remolque de las realidades, hace tiempo que se han difuminado las fronteras que delimitaban los propios intereses. Pero ?hay alguien con el suficiente valor para explicar que Europa no es una fuente de ingresos f¨¢ciles o una reuni¨®n de comisarios extra?os, sino algo que hemos de configurar porque ya no es ni siquiera un asunto de pol¨ªtica exterior? ?Qui¨¦n se atreve a vender que, adem¨¢s de las cuotas y el reparto de bienes escasos, Europa representa una oportunidad, una ampliaci¨®n de lo propio hasta el punto de que no tiene sentido considerar como algo ajeno el destino de los pescadores irlandeses o la industria alemana? ?Tan dif¨ªcil de explicar es el hecho de que con algunas subvenciones nuestras se agravan algunos males ajenos que acaban convirti¨¦ndose finalmente en males tambi¨¦n nuestros?
Es ¨¦ste uno de los pocos temas en los que a la pol¨ªtica le est¨¢ permitido parecerse a la pedagog¨ªa. Hasta ahora hemos avanzado poco en el trabajo de labrar algo verdaderamente com¨²n, pero se trata de un proceso inexorable, porque los mercados comienzan siendo lugares en que trafican los extra?os y terminan configurando unos entrelazamientos a los que tarde o temprano habr¨¢ que dar forma pol¨ªtica.
Con Europa deber¨ªamos conseguir un compromiso an¨¢logo al que en otra ¨¦poca dio origen al Estado social. El desgarro de las sociedades que supon¨ªa el conflicto de clases llevaba a que empresarios y trabajadores no consideraran como intereses propios los intereses del otro grupo social. La l¨®gica del capitalismo conduc¨ªa hacia una ruptura de la sociedad. La sutura no fue posible mientras no se cay¨® en la cuenta de que hay intereses comunes que nos constituyen de una manera m¨¢s radical que nuestra posici¨®n en el sistema productivo. S¨®lo entonces pudo configurarse la idea de un pacto social que est¨¢ en el trasfondo del Estado del bienestar.
He aqu¨ª una confluencia del problema de Europa y la nueva cuesti¨®n social, aunque de un modo distinto de como lo imagina la izquierda subvencionista y la derecha de cuota nacional. La Europa subvencionada vive en la misma inmadurez que el viejo conflicto de clases. Ha contribuido a convertir la solidaridad en algo abstracto e invisible, funciona como una m¨¢quina de indemnizar y transforma a los ciudadanos en clientes.
Es necesaria una formulaci¨®n m¨¢s exigente de la deuda social, para lo cual no parece haber otra posibilidad que reforzar el sentido de pertenencia comunitaria, como viene plante¨¢ndose en el actual debate acerca de la ciudadan¨ªa. La sociedad debe ser entendida como un espacio acordado de redistribuci¨®n configurado sobre el reconocimiento de una deuda mutua. La pol¨ªtica tiene precisamente como tarea contribuir a mantener en forma el v¨ªnculo social, haci¨¦ndolo visible y pr¨¢ctico. Cuando el sentimiento nacional deriva de una simple oposici¨®n a terceros, no permite fundar obligaciones rec¨ªprocas. La comunidad tiende entonces a considerarse como un bloque homog¨¦neo y no como un espacio de redistribuci¨®n que debe ser mantenido en vida. Es entendida como algo dado y no como algo que hay que construir.
La crisis del Estado del bienestar responde a una crisis de solidaridad, como lo manifiesta, por ejemplo, el creciente corporativismo, la econom¨ªa sumergida, la resistencia a las cotizaciones sociales o la generalizaci¨®n de un recurso a la queja que no tiene en cuenta las consecuencias p¨²blicas de las propias reivindicaciones. Esto no quiere decir que los europeos nos hayamos vuelto m¨¢s ego¨ªstas; el an¨¢lisis social de este fen¨®meno indica que son los procedimientos de expresi¨®n de solidaridad los que se han vuelto m¨¢s abstractos y mec¨¢nicos, incapaces de tramitar realmente un inter¨¦s com¨²n. La Europa de las subvenciones ha procedido de hecho a enmascarar las relaciones sociales y a generar una irresponsabilidad difusa y ciega frente a las consecuencias sociales de los propios actos.
Tanto en el interior de los Estados como en el ¨¢mbito europeo, la redistribuci¨®n financiera acaba por ser considerada como algo totalmente desconectado de las relaciones sociales sobre las que debe sustentarse. Pocos asalariados conocen el importe real de las cotizaciones sociales ligadas a su sueldo (la noci¨®n de salario bruto carece de sentido), y el IVA, que representa m¨¢s de la mitad de los ingresos tributarios, es un impuesto "indoloro" del que los consumidores apenas aprecian el esfuerzo que les supone; s¨®lo el impuesto sobre la renta da lugar a una exacci¨®n claramente perceptible por los interesados. Los individuos no disponen de ning¨²n medio para conocer las relaciones entre las contribuciones individuales y su utilizaci¨®n colectiva. Las instituciones pol¨ªticas act¨²an como intermediarios que oscurecen las relaciones sociales, recubriendo la solidaridad real con mecanismos an¨®nimos e impersonales, de tal modo que ¨¦sta deja de percibirse. El resultado es una irresponsabilidad generalizada. Acabamos pensando que los salarios, los precios, los beneficios, las cuotas, los impuestos y las cotizaciones no tienen nada que ver con las relaciones sociales.
En este contexto, la pol¨ªtica tiene mucho que decir, pues, aunque deba respetar los equilibrios econ¨®micos, no es mera gesti¨®n de la econom¨ªa. La pol¨ªtica y los poderes p¨²blicos deben desarrollar en Europa un papel positivo de identificaci¨®n. Las pol¨ªticas p¨²blicas tambi¨¦n tienen la funci¨®n de afirmar valores y dar cuerpo a las aspiraciones comunes, de ser vectores de movilizaci¨®n social, de mantener una imagen de la vida buena com¨²n. La pol¨ªtica se niega a s¨ª misma si renuncia a indicar un objetivo a la sociedad.
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