La risa del diablo
El d¨ªa en que Mingote fue elegido acad¨¦mico de la Lengua se oyeron carcajadas; gente que se re¨ªa de ¨¦l, no con ¨¦l. La semana pasada visit¨¦ en Madrid la exposici¨®n de Chumy Ch¨²mez, que comparte el espacio del Centro Cultural Conde Duque con muestras de la m¨¢s sofisticada pintura espa?ola reciente. Y est¨¢ a¨²n fresco en la calle El fogonero del Titanic, el libro de El Roto; libro, s¨ª, digo bien, aunque sea de monos. ?Se ha perdido del todo la noci¨®n de las categor¨ªas est¨¦ticas? No s¨¦ d¨®nde vamos a llegar.En un tiempo vivido por Manet y Degas, el hombre que ha escrito con m¨¢s genio sobre el arte, Baudelaire, eligi¨® como h¨¦roe de sus propuestas a un tal G. ?Y qui¨¦n era ese G.? Un caricaturista popular, Sulpice-Guillaume Chevalier, que, mientras el impresionismo estaba cambiando la percepci¨®n y el color del mundo objetivo, publicaba bajo el nombre de Gavarni unas vi?etas sat¨ªricas en los peri¨®dicos parisinos de la ¨¦poca. Baudelaire fue muy sensible al arte menor de los dibujantes c¨®micos, sobre los que ide¨® un amplio tratado filos¨®fico del cual, a lo largo de los a?os, fue publicando avances. Pero Gavarni, un hombre tan modesto (o tan temeroso de la mala fama social del autor de Las flores del mal), que rog¨® a Baudelaire referirse a ¨¦l s¨®lo por la inicial de su seud¨®nimo, estar¨ªa hoy sepultado en los archivos del periodismo gr¨¢fico de no ser porque nuestro poeta (en El pintor de la vida moderna, uno de los libros fundamentales de la historia del pensamiento art¨ªstico) encarn¨® en ¨¦l grandiosamente las virtudes del "hombre de mundo": hombre que comprende el mundo y las razones misteriosas y leg¨ªtimas de todas sus costumbres.
?Es tan complejamente tr¨¢gica nuestra realidad actual que s¨®lo las tiras de chistes nos hacen justicia po¨¦tica? Me atrevo a sugerir que Baudelaire tambi¨¦n ver¨ªa hoy como prototipos de su "hombre del mundo entero" a los Forges y M¨¢ximo, a Peridis, a El Roto, que otras veces se llam¨® Ops y Andr¨¦s R¨¢bago (cito selectivamente a quienes disfruto todos los d¨ªas, pero hay m¨¢s nombres en otras publicaciones, claro est¨¢).
Uno de los conceptos m¨¢s rebuscados pero precisos que Baudelaire maneja al escribir sobre "lo c¨®mico y la caricatura" (as¨ª precisamente se llama el libro que en espa?ol recoge estos textos, publicado, como otros de su producci¨®n te¨®rica, por La Balsa de la Medusa/ Visor) es el de Risa sat¨¢nica. Para ¨¦l existen dos tipos de comicidad, la significativa y la absoluta, siendo Francia un pa¨ªs que -tendente por naturaleza a lo ¨²til- cultiva m¨¢s la primera que la segunda. Pero tanto el elusivo Monsieur G. como Daumier o artistas extranjeros practicantes del grabado sat¨ªrico como Hogarth o Goya logran diab¨®licamente, por su humorismo profundo, absoluto y excesivo, la risa que jam¨¢s duerme, una risa que "desempe?a perpetuamente su funci¨®n desgarrando y quemando los labios del irremisible reidor".
Esa risa punzante y abrasiva, que lleva casi treinta a?os sin descansar y tantas veces nos ha elevado el ¨¢nimo no permitiendo ca¨ªdas en la complacencia, es, y cito a mi propio h¨¦roe personal, la de Forges, el dibujante c¨®mico que m¨¢s he recortado. No es un artista puro, como no lo es ninguno de sus grandes colegas espa?oles, y por eso tengo encima de mi mesa de trabajo tantas vi?etas suyas. No se hacen recortables de Bacon o T¨¤pies. Pero en sus n¨¢ufragos que no contestan en el islote a una llamada de Cindy (o Sardy) Crawford, en sus ancianas de pueblo saltarinas sobre todos los abismos del sentido, en su galer¨ªa de mujeres lectoras de mediana edad con spleen vital y un marido estupefacto por el campeonato de f¨²tbol, en sus despiadadas burlas de la copla flamenca (mi g¨¦nero favorito) o en ese joven con coleta y perilla que el pasado 9 de mayo le ped¨ªa a su padre, lector con barba de Le Monde, hacer la primera comuni¨®n (mi ¨²ltimo recorte), no he dejado nunca de ver -desde que descubr¨ª ahora no s¨¦ en qu¨¦ peri¨®dico el trazo grueso y los suculentos bocadillos entrecruzados de Antonio Fraguas, Forges, F. a secas para los fieles- a un moderno hombre de mundo que "siempre extra?o, violento o excesivo, pero siempre po¨¦tico", como Baudelaire ve¨ªa a su adorado G., "ha sabido concentrar en sus dibujos el sabor amargo o embriagador del vino de la vida".
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