El misterio de los p¨¢jaros del Tapaj¨®s
Mi¨¦rcoles 16 de junio. Navegamos hacia el sur por el gigantesco Tapaj¨®s. A las 14.30 nos hemos detenido para comer un delicioso pescado con harina de mandioca. ?Seguimos? ?Vamos! Las 15.09: nos cruzamos con un ensimismado pescador de camarao. Sobre la copa de un ¨¢rbol, unos urub¨²s de cabeza roja levantan el vuelo alarmados. Por encima de nuestras cabezas, una pareja de patos m¨¢s parecen huir que ir. Instintivamente giro en redondo: lo mismo, todo lo alado vuela. ?Vaya sensibilidad al arranque del motor! Ahora remontamos la corriente pegados a la orilla. Son casi las cuatro ?Y otra vez! Los p¨¢jaros salen escupidos como movidos por un resorte. En todas direcciones. A cualquier distancia. El motor no puede ser la causa. ?Qu¨¦ tienen en com¨²n un ave del lejano horizonte norte con otra de otra especie del lejano horizonte sur? Corro a proa y me ayudo con las dos manos para imitar el vuelo de los p¨¢jaros; tambi¨¦n giro sobre m¨ª mismo, con los brazos en cruz, para subrayar la universalidad, homogeneidad, isotrop¨ªa y sincron¨ªa del fen¨®meno. El piloto me sonr¨ªe como disculp¨¢ndose por no entender bien el chiste. Y ya sal¨ªa de la cabina cuando ?zas! ?Otra vez! El piloto admite ahora el prodigio, pero sin entusiasmo: "No todo es comprensible en la selva. A veces pasan cosas". ?Qu¨¦ rara emoci¨®n se apodera simult¨¢neamente de todas las aves? ?Una premonici¨®n c¨®smica? ?Un ataque ubicuo de alegr¨ªa? ?Un se¨ªsmo imperceptible? ?Un nuevo campo de fuerzas desconocido? Lo que queda del d¨ªa es una tensa guardia con todas las c¨¢maras al alcance de la mano... Mi¨¦rcoles 23. Hemos encontrado el rinc¨®n que busc¨¢bamos para reproducirlo en el museo. Una semana de trabajo y todo est¨¢ en la mochila: notas, muestras, fotos, dibujos... Misi¨®n cumplida. Regresamos. El barco est¨¢ a tres horas de canoa, no lejos de la ¨²nica caba?a de caboclos en una inmensidad. Nos deslizamos entre los ¨¢rboles del bosque inundado. Una pareja de p¨¢jaros amarillos inventa un juego: seguirnos. A las 14.00 comemos un bocado sin dejar de remar. Llega muy poca luz hasta nosotros. Una manchita de sol aqu¨ª, otra all¨¢. A las 16.00, los p¨¢jaros todav¨ªa nos siguen. ?Qu¨¦ descaro! Las 16.18: la selva enmudece por un instante, como si alguien la hubiera desenchufado, y, acto seguido, los p¨¢jaros amarillos salen chillando por el primer pedazo de cielo disponible. Por la misma claridad cruzan tres garcetas blancas. ?Una semana exacta! Un ritmo diario, mensual o anual puede tener un sentido, pero ?semanal?...Domingo 27. Faltan tres d¨ªas para que se cumpla otra semana, pero antes de una hora llegaremos a Santarem, fin de trayecto. Me acomodo en la popa. La estela se despide del paisaje, y yo, de un pescador muy concentrado dentro de su canoa. Con unos prism¨¢ticos esp¨ªo un aguilucho instalado en lo alto de un ¨¢rbol, pero el p¨¢jaro se mueve y sale del campo de visi¨®n. Miro directamente: el espect¨¢culo es una burla a la teor¨ªa del ritmo semanal, las 15.11, se dir¨ªa que una inquietud panor¨¢mica asalta a todos los p¨¢jaros de la cuenca amaz¨®nica. Seguimos. Y vuelve a ocurrir: las 15.27. Continuamos. Santarem, a la vista. Las 15.44: entramos en el puerto sorteando las embarcaciones fondeadas. El ambiente es apocal¨ªptico. No se ve a nadie pasear por el muelle, pero en las barcas la gente se arremolina en torno a receptores de radio y televisi¨®n. ?Estar¨¢n comentando el misterio de los p¨¢jaros por la CNN? Justo al tocar el muelle estalla un estruendo de gritos y petardos. Son las 15.46. ?Goool de Ronaldooo! Brasil acaba de marcar en Par¨ªs su tercer gol a Chile en la Copa del Mundo de Francia.
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