Rostros en cartel
UN PUNTO DIAB?LICODel mismo modo que un buen aficionado al bricolaje es capaz de introducir mejoras sorprendentes en su vivienda, por modesta que sea, Ruiz-Gallard¨®n ha logrado alicatar su curr¨ªculum, y hasta le ha puesto sauna. As¨ª, sin dejar de ser hijo adoptivo de Fraga y yerno de Utrera de Molina, se ha hecho una fama de hombre culto y dem¨®crata que provoca la consternaci¨®n consecuente entre los suyos y la perplejidad inevitable entre los damnificados de las figuras paternas se?aladas. Sin embargo, no ha podido cambiar de cara, no del todo al menos, pues mantiene, en esencia, los rasgos de empoll¨®n y chivato con los que sali¨® del colegio para hacerse fiscal (qu¨¦, si no). Va demasiado limpio, en fin, como si necesitara ocultar algo sucio detr¨¢s ese cutis inmaculado en el que una simple espinilla causar¨ªa un esc¨¢ndalo insufrible. Y le tiene un miedo patol¨®gico al pelo de la cabeza, cuya atroz uniformidad parece el producto de una vigilancia permanente, cuando no de una permanente a secas. No se sabe de nadie que haya logrado imaginarse despeinado a Ruiz-Gallard¨®n: hay cabezas que no dan pie. En cuanto a las cejas, anchas y pobladas, parece que son mantenidas a raya tambi¨¦n, probablemente con la tijera de las u?as, para que ninguno de sus pelos se salga del conjunto y rompa la uniformidad desmesurada del conglomerado. Algunos de esos pelos, no obstante, especialmente los canosos, son rebeldes como alambres y a poco que su usuario se descuide podr¨ªan provocar una expresi¨®n de p¨¢nico en el arco superciliar. Ya veremos.
Pese a todo, no ha podido el fot¨®grafo borrar de este rostro tan convencional un matiz mefistof¨¦lico que se revela en alg¨²n punto de los ojos, ligeramente empa?ados, o en la comisura de la sonrisa, malignamente reprimida. Si ello fuera posible, dir¨ªamos que ese punto diab¨®lico le viene del Leguina que lleva dentro. En cualquier caso, Ruiz-Gallard¨®n est¨¢ a punto de alcanzar esa edad en la que cada hombre es responsable de su rostro: quiz¨¢ para entonces haya logrado introducir en su expresi¨®n las reformas de alba?iler¨ªa que ya figuran en su curr¨ªculum. Suerte.
UN ROSTRO SIN RELIEVES Este hombre no anuncia Dodotis, aunque la tersura de su piel podr¨ªa evocar las partes pudendas de un beb¨¦. Tampoco vende cepillos de dientes ni viviendas, aunque podr¨ªa hacerlo porque tiene una dentadura muy cuidada y una inmobiliaria muy rentable. Este hombre, pese a que podr¨ªa haberse dedicado a otras cosas, se vende a s¨ª mismo como aspirante para ocupar la alcald¨ªa de la ciudad m¨¢s sucia de Europa, las m¨¢s ruidosa tambi¨¦n, y las m¨¢s perforada. Su rostro carece de relieves geogr¨¢ficos. No es que no tenga nariz, barbilla o boca, sino que ninguno de estos accidentes, incidentes m¨¢s bien, destaca respecto a los dem¨¢s en la b¨²squeda de un significado. Da la impresi¨®n de que su horizonte moral es la lisura: he aqu¨ª un rostro con vocaci¨®n de nuca. S¨®lo si uno se empe?ara en buscarle tres pies al gato, podr¨ªamos hablar de un liger¨ªsimo estrabismo, una improbable asimetr¨ªa ocular, que tampoco nos dice nada interesante acerca de ¨¦l. Los colirios no han evitado que salga con los ojos un poco inyectados en sangre, pero no creemos que se deba a causas psicol¨®gicas. No alcanza tanta complejidad.
Aunque quiz¨¢ estemos enga?ados: toda la neutralidad de este rostro se pone en cuesti¨®n cuando uno conoce su furor picapedrero. De hecho, ha prometido siete t¨²neles m¨¢s para cuando gane las elecciones. Si ?lvarez del Manzano hubiera tenido subconsciente, se habr¨ªa pasado la vida en un div¨¢n, taladr¨¢ndose a s¨ª mismo en busca de la violetera que todos llevamos dentro. Como no es as¨ª, ha sacado a la violetera del subconsciente de Madrid y la ha colocado en medio de la calle de Alcal¨¢, como quien expone al p¨²blico sin rubor los menudillos de la conciencia. Aparte de la man¨ªa excavatoria y estatuaria, no se le conocen otros vicios, aunque en sus a?os mozos ingres¨® por oposici¨®n en el Cuerpo de Inspectores T¨¦cnicos del Timbre, que no sabemos qu¨¦ cosa pueda ser.
L?GRIMAS DE TELENOVELA Cristina Almeida es presidenta del Partido Democr¨¢tico de la Nueva Izquierda, o PDNI, que viene a ser lo mismo que tener un t¨ªo en Alcal¨¢, de ah¨ª que aparezca bajo las siglas del PSOE. Eso, y la necesidad compulsiva de Ferraz de meterle goles a Borrell, que en paz descanse, explica su aparici¨®n en esta foto, aunque antes estuvo en otra donde le hab¨ªan sacado una textura de cad¨¢ver, de carne yerta, que hac¨ªa juego con las tendencias autodestructivas de este partido propiedad de Felipe Gonz¨¢lez. Pero ya sabemos lo que pasa con las segundas partes: tampoco en este nuevo cartel ha resultado muy favorecida, no por nada, sino por la falta de intenci¨®n del fot¨®grafo. O quiz¨¢ por un exceso de esa clase de buenas intenciones que resultan tan ¨²tiles para empedrar el infierno. Cristina sonr¨ªe, s¨ª, pero le han sacado una sonrisa t¨ªpica, t¨®pica, convencional, desprovista de car¨¢cter, una sonrisa, en fin, como de "buena persona". Dig¨¢moslo de una vez: una sonrisa de derechas. Por si fuera poco, el artista le ha colocado tambi¨¦n en el p¨¢rpado inferior del ojo izquierdo una l¨¢grima a punto de derramarse. Observen c¨®mo tiembla ese breve grumo transparente de agua y sal y d¨ªganme si no es una l¨¢grima de telenovela. ?Puede una telenovela ser de izquierdas?, nos preguntamos. Probablemente no, aunque quiz¨¢ s¨ª de Nueva Izquierda, no tenemos datos suficientes sobre este partido adosado circunstancialmente al PSOE.
Todo parece indicar, en fin, que han pretendido construir una Cristina Almeida pr¨®xima, familiar, normal, pero todos sabemos que no hay nada m¨¢s raro que lo normal, de ah¨ª el espanto que en algunos temperamentos puede producir esta foto. Cristina, que es consciente, se ha defendido de ello afirmando que lo importante es lo que lleva dentro. Ya hemos visto que Ruiz-Gallard¨®n lleva un Leguina y ?lvarez del Manzano una violetera. Pero no hemos logrado averiguar qu¨¦ lleva esta mujer, aparte de un medidor de audiencia. A ver si lo ense?a.
UNA PIEZA DE TERRACOTAEste rostro viene a demostrar que la naturaleza tiende al policultivo y que es la intervenci¨®n del hombre la que tiende a convertirlo todo en una sola especie vegetal o animal, cuando no en un pensamiento ¨²nico, de cuyos alrededores se arrancan, como malas hierbas, las opiniones que pongan en peligro lo establecido. Este hombre, en fin, tiene nariz y boca y ojos y cejas sin recortar. Y hasta pelos en las orejas, cuando ya hay unos aparatos especiales, a pilas, muy baratos, que te los arrancan sin dolor. Y no se ha maquillado las ojeras ni ha ordenado al laboratorio fotogr¨¢fico que le hicieran un lifting que disimulara esas dos grietas carnales que parten de la comisura de los labios para crear en su rostro una zona meridional perfectamente diferenciada de las otras regiones. Puro policultivo, pues, que refleja la riqueza de pensamiento que hay al otro lado de la frente. Puede gustarnos o no, pero esa cara est¨¢ respaldada por un proyecto ideol¨®gico hecho a mano, como una pieza de arcilla.
Curiosamente, el artista ha dado a la fotograf¨ªa un tono sepia que en Mor¨¢n evoca el color de la tierra, como si fuera un rostro de museo, una pieza de terracota, en cuyos surcos podr¨ªa leerse una historia, una filosof¨ªa, una gram¨¢tica, incluso un c¨¢lculo: hay mucho c¨¢lculo, si se fijan, en esa mirada que es cualquier cosa menos neutral. Nada que ver con su adversario a la alcad¨ªa, ?lvarez del Manzano, cuyo rostro es puro monocultivo, ya que s¨®lo se ha dejado crecer una neurona. Uno, que detesta las pajaritas, la acepta sin embargo en Mor¨¢n porque en ¨¦l no resulta un adorno hueco, sino un rasgo de coqueter¨ªa, el ¨²nico, que enriquece todo el conjunto. Pero si uno tuviera que elegir entre tantos y tan variados productos que ofrece esta cara, se quedar¨ªa con la cejas, y con las ya mencionadas travesuras capilares que emergen del o¨ªdo, porque son, hormonas aparte, la expresi¨®n de una fuerza moral que no tiene nada que ver tampoco con la moral ¨²nica. A ver qu¨¦ pasa.
EL ESPEJO DEL ALMA He aqu¨ª un rostro sin concesiones a la galer¨ªa, una mirada entre acogedora y distante, quiz¨¢ un punto melanc¨®lica. El conjunto denota una austeridad razonable, sin asperezas ni desabrimientos. Los pendientes, min¨²sculos y lejanos, consiguen crear dos misteriosos focos de cortes¨ªa que suavizan, si ello fuera preciso, la firmeza del maxilar inferior, tan dibujado, o la agresividad de la nariz, cuyas aletas permanecen un poco dilatadas por el agobio de posar. Nos gustar¨ªa mucho saber c¨®mo son los dientes y las enc¨ªas de esta mujer, pero ella ha preferido salir con la boca cerrada, en un gesto de obstinaci¨®n apenas mitigado por un proyecto de sonrisa. No parece que tenga ning¨²n inter¨¦s en resultar simp¨¢tica. Es posible incluso que deteste a los pol¨ªticos simp¨¢ticos y dado que eso no se puede decir, porque resultar¨ªa incorrecto, lo expresa de este modo. Observen ese peinado adusto, formando una masa oscura de enorme gravedad alrededor de la hermosa cabeza, e imag¨ªnenselo completamente suelto. Ser¨ªa otra, sin duda, pero da la impresi¨®n de que est¨¢ empe?ada en ser ella. Cuando uno observa este cartel durante mucho rato, piensa que In¨¦s Saban¨¦s ser¨ªa, al menos desde una perspectiva iconogr¨¢fica, la compa?era perfecta de Mor¨¢n: tienen militancias diferentes, es cierto, pero los dos son due?os de una elegancia discreta y algo antigua, en el mejor sentido, que nos vendr¨ªa muy bien en estos tiempos de Isabel Tocino.
Si fuera verdad que la cara es el espejo del alma, uno ir¨ªa con esta mujer, si no hasta el fin del mundo, s¨ª hasta Vallecas, para recibir una lecci¨®n de aquellos asuntos, casi todos medio marginales, en los que al parecer es experta: educaci¨®n, bienestar social, libertades, solidaridad, cultura, mujer, juventud, explotaci¨®n infantil... ?A qui¨¦n se le ocurri¨®, por cierto, llamarla In¨¦s, que rima con Saban¨¦s? No es probable que esa gracia le haya hecho m¨¢s f¨¢cil la existencia.
ESTUPOR EN LA MIRADA Observen el estupor, o quiz¨¢ el susto, con el que este hombre nos mira. Da la impresi¨®n de que le ha sucedido algo grave y que est¨¢ considerando la posibilidad de cont¨¢rnoslo. Aunque tiene la boca cerrada, hay en ella un movimiento de apertura, una rendija por la que no podr¨ªa entrar una mosca, pero de la que tampoco podr¨ªa salir un mitin. No sabemos si ?ngel P¨¦rez da m¨ªtines. No nos lo imaginamos. El mitin exige un optimismo org¨¢nico o biol¨®gico, y tambi¨¦n un grado de inconsciencia del que este hombre no est¨¢ dotado. M¨¢s que un pol¨ªtico, parece un empleado de gestor¨ªa que cumple escrupulosamente su jornada laboral para luego, una vez en casa, estudiar astrolog¨ªa por correspondencia. Y quien dice astrolog¨ªa dice historia, matem¨¢ticas, f¨ªsica cu¨¢ntica o qu¨ªmica. La lucha de clases no necesita estudiarla porque ya se la sabe. De hecho, trabaj¨® durante varios a?os como conductor del metro. Cuando se conoce este dato, se entiende mejor tambi¨¦n la perplejidad o la tristeza con la que nos mira desde el cartel electoral. No se pueden hacer jornadas de ocho horas bajo tierra, profundizando inevitablemente en uno mismo a medida que se recorren los t¨²neles, y permanecer inocente.
En otras palabras, que para viaje al coraz¨®n de las tinieblas, nada mejor que cuarenta horas semanales, incluso treinta y cinco, a bordo de la locomotora de un tren subterr¨¢neo, perforando la oscuridad en busca del and¨¦n iluminado con tubos de ne¨®n, en donde aparecen de s¨²bito individuos de todas las categor¨ªas. En resumen, que ?ngel P¨¦rez mira a los votantes desde la oscuridad del t¨²nel, pregunt¨¢ndose tal vez, como los Beatles, a d¨®nde va toda esa gente solitaria. Queda por comentar el raro asunto de la barba ligeramente leninista, pero ya no cabe.
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