M¨¢s "corn¨¢s" da la urna
En las inmediaciones de la plaza de toros hab¨ªa algunos cabestros de distinto pelaje sorbiendo verm¨², a la espera de que asomasen los cochazos de los apoderados y poder matar el rato. Desde las cinco de la tarde, dos centenares de autobuses hab¨ªan estado descargando aficionados y embuti¨¦ndolos en los tendidos para que viesen a seis oradores, seis, pero sobre todo a ese torero l¨ªder y liberal al que la plaza de Valencia ya se le queda peque?a y que estar¨¢ en los carteles del pr¨®ximo San Isidro. Mientras esta figura se pon¨ªa en el hotel la camisa con chorreras y la taleguilla muy ce?ida, ayudado por su mozo de espadas, Gregorio Fideo, una tropa de animadoras con pompones de colores trataba de mantener la tensi¨®n en la grada con coreograf¨ªas muy inquietas. El coso hab¨ªa sido repartido en compartimentos estancos para cargos oficiales, candidatos y algunos tratantes de ganado. Para entonces, a pie de faena, Rafael Blasco ya estaba con el disco duro encendico. No lejos de ¨¦l, ya hab¨ªa algunos apoderados con la camisa muy abierta y mordiendo un cigarro. Entre tanto los conductores chupaban una colilla junto al Mercedes. El asunto estaba a punto de estallar, y la afici¨®n a duras penas se conten¨ªa con un v¨ªdeo sobre las hechuras del diestro. Con el retraso habitual, sonaron los clarines del PP e irrumpi¨® la cuadrilla en pase¨ªllo. Alguacilillos, matadores, banderilleros, picadores, monosabios y mulillas entraron en tromba por un pasillo de vallas que desembocaba en los tercios. A estas alturas, el espect¨¢culo ya estaba a medio camino entre una corrida, un partido de b¨¦isbol y el festival de Eurovisi¨®n. Quiz¨¢ por eso Zaplana dio la vuelta al ruedo antes de lidiar y se fundi¨® en un abrazo con ese torero lisiado llamado Vicente Ruiz El Soro. Primero sali¨® el pe¨®n de brega Fernando Giner a dar unos capotazos al patriotismo chico, hasta el sudor fr¨ªo. Se lo brind¨® enseguida al primer espada, con querencia irrefrenable, lo que despert¨® algunas sonrisas con muela de oro. Sonaron de nuevo los clarines y el banderillero Jos¨¦ Joaqu¨ªn Ripoll se le anticip¨® al picador Carlos Fabra. Fabra tuvo que quedarse al quite, mientras Ripoll trataba de sacar el toro de los tercios, pero no se le ocurri¨® otra cosa que hablar del r¨ªo Segura, y el olor lleg¨® hasta la bandera. El picador varilarguero quiso paliar el arre¨®n de la oposici¨®n con puyas de cruceta, pero cuando iba a dar el puyazo la carioca invoc¨® a Aznar sin parar y a echar capullos a Zaplana. Nadie sabe para qu¨¦ salt¨® ese espont¨¢neo llamado Jos¨¦ Manuel Garc¨ªa Margallo. Lo hace cada cuatro a?os y desaparece sin dejar rastro. Menos mal que Rita Barber¨¢ sali¨® en estampida por el patio de chiqueros, pero su afon¨ªa le seg¨® el trap¨ªo. Esta torera bronca dio un estoque de galletazo y pidio urnas repletas de gaviotas, lo que le vali¨® el agasajo de Pepe Marqu¨¦s, El Titi y otras reliquias vivientes. Hasta que por fin sonaron los clarines definitivos. Y le lleg¨® el turno a ese torero l¨ªder y Jovellanos que enseguida hizo el lance del delantal, dio una gaonera, unas revoleras y se puso la capa en la espalda para hacer el b¨², como si fuera Joselito. Entonces cambi¨® a la muleta, hizo unos adornos para dar el derechazo moderno y explic¨® lo mal que torearon los socialistas, que dejaron la plaza en la ruina. Se aceler¨® con el AVE y las autov¨ªas y solt¨® una estocada a volapi¨¦, pescuecera, al catalanismo. Y se qued¨® a la suerte suprema, asustando a la plaza: "No est¨¢n aseguradas las dos orejas y el rabo". Y sali¨® a hombros, por la puerta grande.
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