Jorge y Maruja
Pagu¨¦ la comida con la tarjeta de cr¨¦dito y el camarero me devolvi¨® equivocadamente la de una mujer, una tal Maruja Contreras, que cuando quise localizar ya hab¨ªa salido del restaurante con la m¨ªa. No hice nada por arreglar la situaci¨®n. Pens¨¦ que ya se encargar¨ªa ella, o que el asunto se resolver¨ªa solo. Atravesaba una ¨¦poca de odio a los tr¨¢mites y no med¨ª bien las consecuencias. Entre tanto, iba a todas partes con la tarjeta de cr¨¦dito extra?a en la cartera, como una identidad falsa, una pr¨®tesis, hasta que al tercer d¨ªa me anim¨¦ a utilizarla en otro restaurante de la calle Vel¨¢zquez. Nadie advirti¨®, pese a mi barba, que era muy improbable que me llamara Maruja, lo que me anim¨® a continuar emple¨¢ndola, aunque sin abusar, con la misma liberalidad o avaricia, seg¨²n se mire, con que habr¨ªa utilizado la propia. Quiz¨¢ me exced¨ª en una corbata absurda, de primavera, con demasiados colores, un detalle poco austero para mi car¨¢cter que no me habr¨ªa atrevido a perpetrar en mi personalidad de Jorge, que es como en realidad me llamo, Jorge Contreras: tengo el mismo apellido que Maruja, de ah¨ª la confusi¨®n del camarero. Al mes, recib¨ª la habitual lista de gastos de mi tarjeta de cr¨¦dito y me sorprendi¨® comprobar que tampoco Maruja hab¨ªa derrochado mi dinero: Cinco o seis restaurantes (todos bastante caros, eso s¨ª), alguna tienda de ropa, un supermercado, y un par de librer¨ªas. Tal vez una relaci¨®n de gastos no sea una cosa muy ¨ªntima, pero mi sensaci¨®n, mientras la revisaba, era la de observar a Maruja por el ojo de la cerradura. Ignoraba c¨®mo era su aspecto (no me hab¨ªa dado tiempo a verla) ni que edad ten¨ªa, aunque mientras revisaba las fechas de las compras y los establecimientos, pod¨ªa rehacer sus itinerarios. Un d¨ªa entr¨® en tres comercios diferentes de la calle Vel¨¢zquez y en el Crisol de Juan Bravo, donde se gast¨® diez mil pesetas en m¨²sica y literatura. Eso me humill¨® un poco, la verdad. Pens¨¦ que quiz¨¢ quer¨ªa hacerse la culta, o hacerme el culto a m¨ª, si consideramos que todo lo suyo lo pagaba yo. Por otra parte, cuando intentaba imaginar a la mujer revisando la cuenta de gastos de su tarjeta para averiguar mis h¨¢bitos de consumo, crec¨ªa la humillaci¨®n, pues ¨¦stos eran m¨¢s bien convencionales. Siempre he aspirado a leer El Quijote y a escuchar ¨®pera, pero finalmente escuch¨¦ el Quijote (en la radio) y le¨ª un folleto sobre ¨®pera para poder opinar en p¨²blico. Todo al rev¨¦s.
Empec¨¦ a esperar ansioso, en fin, las cartas del banco y luego analizaba minuciosamente cada objeto adquirido por Maruja. A veces iba a las tiendas en las que los hab¨ªa comprado para pisar el mismo suelo que ella, y tomar en mis manos los objetos que quiz¨¢ tambi¨¦n hab¨ªan estado en las suyas. Durante todo este tiempo, Maruja fue modificando sutilmente su costumbres. Creo que se volvi¨® m¨¢s detallista, y en las ¨²ltimas semanas no era raro que adquiriera flores o prendedores del pelo. Me gustaba imaginar que hac¨ªa todo eso para seducirme y comenc¨¦ a comprar tambi¨¦n como si ella me observar¨¢, oculta, desde alg¨²n rinc¨®n de los establecimientos. Adquir¨ª una colecci¨®n de discos de m¨²sica cl¨¢sica y una peque?a biblioteca de t¨ªtulos fundamentales, aunque todav¨ªa no he le¨ªdo el Quijote. A veces compraba tambi¨¦n ropa interior de mujer para que ella pensara que era un hombre dotado de esa clase de sensibilidad. Fue en lo que m¨¢s dinero me gast¨¦, pero lo compensaba comiendo menos fuera de casa.
Podr¨ªamos haber pasado as¨ª la vida, intercambiando nuestras facturas como si fueran besos, o caricias. Hasta me quit¨¦ la barba con la idea fant¨¢stica de que de ese modo me parec¨ªa m¨¢s a Maruja Contreras. Pero un d¨ªa fui a pagar unas braguitas y aunque nadie se atrevi¨® a decirme que yo no fuera ella, me indicaron que la tarjeta estaba caducada. Y era verdad. Jam¨¢s pens¨¦ que una historia de amor tan extraordinaria pudiera terminar por un problema que hasta ese d¨ªa cre¨ª que s¨®lo afectaba a los yogures. Aunque tampoco quiero enga?arme con respecto a eso: quiz¨¢ la existencia no d¨¦ m¨¢s de s¨ª.
Al poco, debi¨® de vencer tambi¨¦n la m¨ªa, porque recib¨ª una nueva del banco, que como es l¨®gico estaba ya a nombre de Jorge Contreras. Pero no la uso. Ese individuo nada tiene que ver conmigo. Yo me siento m¨¢s Maruja, sin que ello implique un cambio en mi direcci¨®n sexual o algo por el estilo. Quiero decir que lo poco que yo ten¨ªa de valor se lo qued¨® ella con mi tarjeta caducada. Soy un cuerpo vac¨ªo, en fin, un traje colgado de una percha en una casa sin due?o. Quiz¨¢ haya llegado el momento de leer el Quijote.
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