Simplemente domingo
Lo ¨²nico cierto es que la previsi¨®n meteorol¨®gica se estaba cumpliendo a media ma?ana. Los term¨®metros, con las especificidades comarcales oportunas, rayaban los treinta grados. Sin embargo la temperatura electoral estaba un poco fr¨ªa. El termostato de la democracia y el del turismo no son convergentes. O nunca debiera votarse en domingos ni fiestas de guardar. Aunque eso tampoco aportaba ning¨²n dato para disipar la incertidumbre que planeaba sobre algunas cabezas. No era necesario ser Rafael Blasco para saber que a mediod¨ªa, la mayor¨ªa absoluta estaba en la playa. Estaba por ver que las urnas consiguieran trasvasarse la ocupaci¨®n de la franja litoral y se consumaran los pron¨®sticos de los gur¨²s m¨¢s acreditados. Las periferias hab¨ªan preferido la crema protectora a las papeletas y la nevera port¨¢til a la urna, que no dejaba de ser otra clase de ejercicio democr¨¢tico. En todo caso, el poder valenciano hab¨ªa estado moviendo influencias en Madrid para que por la tarde asomaran algunas tormentas y el electorado regresase a cumplir con sus obligaciones. En la ciudad era asim¨¦tricamente distinto: en los barrios se detectaba cierta inquietud electoral, pero en el centro de Valencia no hab¨ªa ning¨²n s¨ªntoma de que en este d¨ªa hubiese una convocatoria para elegir a los representantes municipales, auton¨®micos y europeos. Sin embargo, en el Colegio Hermes de Patraix, algunos electores en bermudas y chanclas naufragaban ante el proceloso mar de papeletas blancas, azules y sepia que hab¨ªa sobre las mesas, y se daban una nueva oportunidad en la barra del club de jubilados, mientras las urnas esperaban con las fauces abiertas y acuciaba el fragor de las timbas tras los parabanes. -Ponme un vaso de leche, que estoy mareado. No, una horchata. -?En qu¨¦ quedamos? -Eso digo yo. A esa hora la calle de San Vicente canalizaba una colosal corriente migratoria de domingueros urbanos hacia la plaza de la Virgen, aunque eso no se significaba en la caja de limosnas del trompetista pobre que se esforzaba en soplar Perfidia con mucha dignidad. Mientras tanto, a la puerta del C¨ªrculo de Bellas Artes, ?lex Alemany, el pintor del r¨¦gimen, realizaba un retrato al aire libre con caballete como si no pasara nada. Y as¨ª era. A no ser porque en el interior de la entidad se celebraba una subasta sin que aflorara la pasta, pese al empe?o oral del oficiante. -?ste, enmarcado cambia much¨ªsimo. M¨¢s all¨¢, en la calle del Trench, hacia la plaza Redonda, hab¨ªa otras mesas muy concurridas, con monederos, gafas, relojes, cinturones y regaliceros con barba de d¨ªas. Y en la de los Derechos, los vendedores ind¨ªgenas, asi¨¢ticos y africanos hac¨ªan posible el mercado negro de cachorros de chihuahua, loros de Senegal, periquitos ingleses y polos de Burberrys, hasta configurar un ecosistema humano, animal y textil muy denso y variado. La presencia de unos trileros, que con media patata y un garbanzo trataban de dar el sablazo a los transe¨²ntes, constitu¨ªa la ¨²nica referencia electoral evidente. En las terrazas de la plaza de la Reina algunos rezagados todav¨ªa buscaban el sentido del voto en el lomo del boquer¨®n en vinagre, pero enseguida se recuperaba la normalidad. Por la calle del Miguelete, entre un pasillo falso de Lacoste, Adidas, Reebok y Nike, se llegaba a los bailes regionales que la Junta Central Fallera hab¨ªa convocado en la plaza de la Virgen, como si fuese la v¨ªspera de San Jos¨¦. Frente a la Bas¨ªlica hab¨ªa una alfombra de arroz de boda y restos de traca, y en el interior el cura hablaba de las estrellas de Europa y del apocalipsis, mientras la Real Cofrad¨ªa se empleaba a fondo con el merchanding de escapularios y estampitas. Y all¨ª enfrente estaba el Palau de la Generalitat abandonado, y la mayor¨ªa absoluta en la playa o comprando pajaritos. Y en las mismas puertas de las Cortes vend¨ªan globos.
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