Anguita, orillado
Dicen que son malos tiempos para el profetismo, pero siempre lo han sido. Sabemos que trata de una constante hist¨®rica, que a quien se adelanta, los que le siguen, le persiguen. As¨ª se explica que, entre nosotros, Julio Anguita, despu¨¦s de una campa?a que el propio interesado califica sin dudar de mod¨¦lica, s¨®lo ha cosechado la escasez. Ven¨ªa, encendido, de predicarnos la par¨¢bola de las dos orillas y ha terminado por quedar orillado. Le han acusado de tozudez y de inflexibilidad pero tiene bien demostrado lo contrario porque ha sabido alternar la franela con el percal, cargarse de raz¨®n fustigando a los socialistas o de comprensi¨®n votando en el Congreso con los populares en caso de extrema necesidad. Ha sido desde hace a?os para el PP eso que en t¨¦rminos laborales se denomina un trabajador fijo discontinuo. Julio Anguita fue perspicaz en sus visiones digitales y acompa?¨® gustoso al vicepresidente primero en aquellas cabalgadas parlamentarias que hicieron, por fin, del f¨²tbol un asunto de inter¨¦s nacional. De ah¨ª que se vedara a la explotaci¨®n por los particulares, por muchos derechos que hubieran comprado en ¨¦pocas anteriores. Ellos se anticiparon en la entrega del f¨²tbol gratis a las clases m¨¢s desfavorecidas y ahora las urnas s¨®lo registran la incomprensi¨®n de los votantes hacia esos servidores p¨²blicos. La incomprensi¨®n, o el desafecto, tal como refieren las cr¨®nicas taurinas del s¨¢bado, seg¨²n las cuales El Juli, al brindar un toro a Francisco ?lvarez Cascos en la plaza del Bibio de Gij¨®n, recibi¨® una pita soberana del respetable. Mucha pedagog¨ªa, pero el pedagogo rey de la pinza, ha salido ahora pinzado.
Enseguida, algunos se aprestar¨¢n a hacer le?a del ¨¢rbol ca¨ªdo y otros derramar¨¢n l¨¢grimas de cocodrilo profiriendo elogios que, como casi siempre, dan un sonido f¨²nebre. Muy pocos son los que tienen demostrada la autenticidad de sus sentimientos como para salir airosos de la prueba del algod¨®n. Entre los periodistas, desde luego, Jota Pedro y entre los pol¨ªticos, con toda seguridad, la c¨²pula m¨¢xima del PP. En todo caso aceptemos que del pulso de Anguita siempre estuvieron ausentes los temblores. Reconozc¨¢mosle, por ejemplo, su diligencia en acusar como criminales de guerra ante el Tribunal Penal Internacional para la antigua Yugoslavia nada menos que al presidente norteamericano, Bill Clinton, y al secretario general de la Alianza Atl¨¢ntica, Javier Solana. Luego, ante el temible I?aki Gabilondo, sin arredrarse, el coordinador de la Presidencia Federal de Izquierda Unida reiter¨® la condici¨®n criminal de Solana, como algo t¨¦cnico, mientras que a Aznar y a Blair los minusvalor¨® como simples coadyuvantes.
Pero, diez a uno, a que el mejor de los elogios le llegar¨¢ a Julio Anguita de la pluma acad¨¦mica de Luis Mar¨ªa Anson. Es seguro que sabr¨¢ mantenerse a la altura que acredit¨® el pasado viernes cuando a prop¨®sito o desprop¨®sito de la clausura de curso de la Escuela Superior de M¨²sica en el palacio de El Pardo se refiri¨® al triunfador de las finanzas, Juan Villalonga, acompa?ado por la belleza y el buen gusto, por la sencilla discreci¨®n de Adriana Abascal, callada y sonriente, ante el concierto Beethoven-Malher. Obs¨¦rvese ahora el remate po¨¦tico de Anson al a?adir, citando a Gerardo Diego bajo la sombra de Silos, que la m¨²sica m¨¢s extrema, es el silencio de la boca amada. Y advi¨¦rtase cu¨¢n lejos quedan estos textos ansonianos de la vulgaridad zafia unida a otros intentos de avanzar por el dif¨ªcil¨ªsimo camino del elogio. As¨ª suced¨ªa con las pr¨¢cticas de Ernesto Gim¨¦nez Caballero, denostadas por Ram¨®n P¨¦rez de Ayala en carta al escultor Sebasti¨¢n Miranda, donde dec¨ªa del autor de "Inspector de alcantarillas" que su m¨¢ximo placer estribaba en aposentarse en el ciego del hombre poderoso y halagarle el recto con caricias in¨¦ditas y que si acaso ve¨ªa a lo lejos un peque?o orificio se cre¨ªa estar en medio de amplios horizontes. ?Qui¨¦n lo sabr¨¢ mejor que Luis Mar¨ªa por cuya mediaci¨®n se public¨® esa carta en ABC?
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.