La papelera incolora
PACO MARISCAL El barrio huele a rosas que salpican las aceras. Es un barrio horizontal con casas unifamiliares de una sola planta y fachada ancha. Construcciones distintas a las tradicionales de fachadas estrechas y alargadas, con dos o tres plantas, que quedan todav¨ªa en el centro urbano de Castell¨®n. El barrio perif¨¦rico apareci¨® y creci¨® con otros semejantes en los sesenta y setenta. Aportaron estos barrios una nueva idiosincrasia urban¨ªstica a la estampa de la capital de La Plana. Entonces los PGOU segu¨ªan las directrices del Dios del Sina¨ª, y de quienes acud¨ªan a este rinc¨®n valenciano a por trabajo y mejores condiciones de vida. El barrio de las rosas tiene un aire sure?o y sus primeros vecinos pasean al atardecer a sus nietecillos. El barrio, que se levant¨® entre la huerta y el secano de algarrobos, olivos y almendros, es un referente electoral, una imagen pl¨¢stica del 13-J. Los barrios perif¨¦ricos y el barrio que huele a rosas fueron bastiones electorales de la izquierda durante los ochenta. Ten¨ªan en el PSPV-PSOE su santo y se?a electoral. Hoy mantienen todav¨ªa el voto fiel y constante, el voto no circunstancial ni sujeto al griter¨ªo de las campa?as electorales, ni a las trifulcas y camorras de una mal llamada clase dirigente del partido. No son estos barrios ahora bastiones de la derecha, pero s¨ª de la abstenci¨®n. El 13 de junio le cupo a uno la suerte, obligaci¨®n c¨ªvica, aburrimiento y deleite, de constatar la inscripci¨®n de los votantes en la lista del censo, anotar su paso por las urnas y contar papeletas blancas, azules y salm¨®n. Fue en el barrio perif¨¦rico que huele a rosas. Atm¨®sfera dem¨®cratica y ambiente distendido en la mesa electoral, con dos interventores del PP, uno del PSPV-PSOE y ninguno de los dem¨¢s partidos. Convivencia y respeto entre los miembros de la mesa a lo largo de toda la jornada; tambi¨¦n bromas, chanzas y comentarios pol¨ªticos carentes de insidia que ayudaron a soportar el tedio de un escaso goteo de electores de edad avanzada. Pues fue en ese escaso goteo donde tuvo la c¨ªvica liturgia electoral a su protagonista el 13-J. En el barrio perif¨¦rico de Castell¨®n que huele a rosas, apenas acudieron a la urna el 60% de los electores. Y la ausencia fue preocupante, porque fue una ausencia masiva de electores por debajo de los 35 a?os; los menores de 25 pudieron contarse con los dedos de una mano. Votantes ausentes y nacidos durante la transici¨®n democr¨¢tica; votantes que apenas alcanzaban la mayor¨ªa de edad durante esa misma transici¨®n. La ausencia no fue exclusiva del barrio que huele a rosas. Y la necesaria reflexi¨®n o preocupaci¨®n en torno a la jornada electoral del d¨ªa de San Antonio de Padua deber¨ªa girar en torno a esas ausencias. Reflexi¨®n en torno a la falta de unas motivaciones que hubiesen podido animar a centenares de miles de ciudadanos a acudir a las urnas. Pero esa no es tarea que parezca preocupar demasiado al PP valenciano y triunfante de Eduardo Zaplana; tampoco Juana Serna, dedocr¨¢tica presidenta de la gestora del PSPV-PSOE, est¨¢ por la labor. Donde la gestora dedocr¨¢tica se sigue practicando el arte progresivo del bizqueo. Aunque, si bien se observa, lo trascendente no fueron las escasas 18 o 19 papeletas con que super¨® el PP al PSPV-PSOE; ni las papeletas blancas, azules o salm¨®n con que votaron dignamente otros ciudadanos, maduros o entrados en a?os, a los partidos minoritarios. Lo preocupante fueron esos centenares de miles de papeletas incoloras ausentes, las papeletas de los j¨®venes.
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