El sello Savall
Inmerso siempre en una actividad fren¨¦tica (basta repasar su imponente discograf¨ªa o su agenda de conciertos), el repertorio de Jordi Savall como cabeza visible de sus diversas formaciones (Hesp¨¨rion XX, La Capella Reial de Catalunya, Le Concert des Nations) abarca no menos de ocho siglos de m¨²sica, una marca dif¨ªcil de superar. Hasta el momento parece haberse detenido en Beethoven, pero no hay nada que nos haga suponer que no piense adentrarse mucho m¨¢s all¨¢. Acaba de crear una firma discogr¨¢fica propia, y sus incursiones en el mundo del cine, que se cuentan por ¨¦xitos, como casi todas las aventuras que acomete, no han hecho m¨¢s que comenzar.
Ra¨ªces y memoria
Las ra¨ªces y la memoria (1249-1699)
Hesp¨¨rion XX. Director: Jordi Savall. Obras de Enzina, Mil¨¢n, Cabez¨®n, Ortiz, V¨¢squez, Cabanilles, Machado, Ruimonte, Valente y an¨®nimas. Iglesia del Palacio Real de El Pardo. Madrid, 23 de junio.
El bloque de conciertos titulado Fiestas reales, segundo de los cuatro que integran el ciclo Los Siglos de Oro en su edici¨®n de 1999, se ha cerrado con un programa muy del gusto de Savall y que ¨¦l mismo ha titulado Las ra¨ªces y la memoria (1249-1699). Recorrer en apenas dos horas m¨²sicas instrumentales y vocales tan diversas no es una empresa f¨¢cil, pero Savall suele solventar este tipo de papeletas con su arrojo, su enorme experiencia y su instinto para saber rodearse siempre de m¨²sicos de altura. Todos ellos hacen gala de la fantas¨ªa que de ellos reclama su director y se ajustan fielmente a su peculiar credo interpretativo. Un credo, por cierto, que parece apoyar sin ambages las pol¨¦micas tesis expuestas por Richard Taruskin en su obligatorio Text & Act, que cuestionan la historicidad o autenticidad de unas interpretaciones de m¨²sica antigua que ¨¦l considera hijas indisociables, en el fondo y en la forma, del siglo XX. As¨ª, por ejemplo, Savall prologa muchas de las piezas con introducciones que son en verdad genuinas invenciones muy en l¨ªnea con los gustos actuales.
Montserrat Figueras es una int¨¦rprete que provoca todo menos indiferencia. Su modo de cantar -surcado de suspiros, con una dicci¨®n problem¨¢tica y falto de continuidad expresiva- cuenta por igual con detractores y admiradores. Ya sea por dem¨¦rito suyo o por la maestr¨ªa de Savall, lo mejor, como casi siempre en los conciertos del catal¨¢n, lleg¨® en las piezas instrumentales (Cabez¨®n, Mil¨¢n, Ortiz, Cabanilles), en las que se respira una mayor fidelidad a la letra y en las que Savall se muestra como lo que es: el violagambista m¨¢s importante e influyente de este siglo, am¨¦n de un excelente concertador. Cuesta creer, sin embargo, que anta?o se realizaran las sutilezas r¨ªtmicas o t¨ªmbricas con las que nos obsequia a menudo el percusionista Pedro Estevan. O que se extremaran tanto las din¨¢micas en los finales de las obras. Pero todo ello forma parte de la impronta con que Savall identifica cuanto hace. Son tantas las conjeturas que suscitan estos repertorios, que cada int¨¦rprete -y ¨¦sta es una de las principales ense?anzas de este ciclo- las resuelve a su arbitrio. Algunos se decantan por la austeridad; Savall apuesta por la fantas¨ªa y cosecha una y otra vez, tambi¨¦n ahora, calurosos aplausos.
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