Efectos colaterales
Dec¨ªa Michel Foucault que no hay estructura que garantice por s¨ª sola el ejercicio de la libertad. Las instituciones democr¨¢ticas, a lo sumo, contribuyen a protegerla. Sin embargo, la democracia tambi¨¦n produce efectos colaterales que da?an la libertad y amenazan a sus propias instituciones. Uno de ellos est¨¢ ahora de actualidad: el GIL. A menudo, el origen de estos eccemas que desfiguran la democracia es la utilizaci¨®n de los mecanismos democr¨¢ticos para capear responsabilidades delictivas. Una vez en la pol¨ªtica, lo ¨²nico que se hace es ampliar la trama de la protecci¨®n de intereses y extender la mancha de corrupci¨®n de las instituciones. De modo que, si el Estado de derecho todav¨ªa no ha ca¨ªdo en la anemia, estas operaciones s¨®lo son una manera de ganar tiempo. Y, a la larga, m¨¢s grande ser¨¢ la ca¨ªda. A menudo, se hacen comparaciones entre Gil y Le Pen. Entre otras muchas diferencias hay una que tiene que ver con la tradici¨®n pol¨ªtica de uno y otro pa¨ªs. En Espa?a, Gil no necesita coartadas. Se permite ejercer su exhibicionismo sin necesidad de hurgar en tradici¨®n ideol¨®gica alguna, le basta con poner en circulaci¨®n permanente la infamia y la demagogia. Le Pen necesita cubrirse con todos los oropeles del nacionalismo racista. Y dar a su movimiento un car¨¢cter pol¨ªtico del que Gil puede prescindir. La ideolog¨ªa identifica de modo inequ¨ªvoco a Le Pen, pero tambi¨¦n le da una mayor estabilidad electoral. Gil puede incluso pasar por gracioso en programas de televisi¨®n y radio a los que les tiene sin cuidado que escupa insultos, groser¨ªas fascistoides y bromas xen¨®fobas porque s¨®lo les interesa lo que llaman morbo, aunque, en realidad, sea simple acopio de miseria humana. Pero, con su chabacano estilo personal como ¨²nica coartada, su presencia parece destinada a ser m¨¢s ef¨ªmera. Los partidos pol¨ªticos democr¨¢ticos tienen siempre dificultades para encontrar el modo y las complicidades para enfrentarse a estos fen¨®menos. Nunca faltan los aprendices de brujo que especulan con el Gil de turno con la esperanza de perjudicar electoralmente a su adversario. La historia del crecimiento del Frente Nacional en Francia con la complicidad, en alg¨²n caso incluso activa, de Mitterrand es ilustrativa. Pero el debate acaba llegando siempre a un mismo punto: ?es una buena t¨¢ctica el todos contra Gil? o ?lo que se hace al convertirlo en enemigo com¨²n es reforzarlo?
El GIL no es solo un eccema populista, es el intento de crear zonas impunes en el Estado de derecho. Por eso no se puede mirar a otra parte. Los partidos pol¨ªticos tienen que practicar la beligerancia ideol¨®gica contra quien se pone la democracia por montera. Una democracia se consolida cuando la cultura democr¨¢tica est¨¢ arraigada en la ciudadan¨ªa. Aunque nuestros partidos hayan hecho mucho menos de lo exigible para que en Espa?a creciera la planta erradicada de la cultura democr¨¢tica, no pueden desentenderse del riesgo de banalizaci¨®n absoluta de la pol¨ªtica democr¨¢tica. Los partidos democr¨¢ticos no pueden colaborar con el GIL, ni que sea por omisi¨®n. Todo acuerdo con el GIL, adem¨¢s de ser democr¨¢ticamente desmoralizador, introduce al que lo hace en el terreno de la sospecha. Y los gobernantes tienen que asegurar la defensa de las instituciones empezando por la justicia permanentemente amenazada por Gil.
La clase pol¨ªtica espa?ola ha ido creciendo como una oligarqu¨ªa emparentada directamente con el poder econ¨®mico y obsesionada en sus batallitas ante la perplejidad de una ciudadan¨ªa que est¨¢ pasando del escepticismo a la indiferencia. La escasa diligencia en afrontar los problemas de corrupci¨®n y la persistencia en la confusi¨®n entre lo p¨²blico y lo privado hace que haya gente dispuesta a dejarse regalar los o¨ªdos por cualquier demagogia. La responsabilidad de los ayuntamientos en que los partidos democr¨¢ticos han desplazado a Gil es enorme. Ser¨ªa catastr¨®fico que fueran incapaces de conectar con la ciudadan¨ªa y hacer una buena gesti¨®n.
Aznar ha enviado al PP hacia la moderaci¨®n. Gil tiene todav¨ªa alg¨²n voto por barrer, especialmente en sectores de la derecha que esperaban el triunfo del PP como la hora de la revancha. Con esta idea va ahora Gil al asalto de Madrid, buscando desesperadamente la condici¨®n de aforado, confiando en que la justicia llegue tarde. Cabe esperar que su proyecto sea tan ef¨ªmero como otros que le precedieron. Pero, adem¨¢s de firmeza pol¨ªtica, el caso Gil exige una firmeza judicial e institucional que, de momento, brilla por su ausencia. No hay que minimizar los efectos colaterales.
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