Postal
MIQUEL ALBEROLA Estoy tumbado de espaldas en una colchoneta de pl¨¢stico sobre el mar, como un alegato hidrost¨¢tico de Arqu¨ªmedes de Siracusa, y ¨¦sta me parece una patria suficiente, incluso razonable y refrescante. S¨®lo est¨¢ llena de aire, como las dem¨¢s, y si se hincha demasiado tambi¨¦n estalla y trae consecuencias imprevisibles. Siempre hay alguien bajo el sol que llega a confundir el aire de la colchoneta con su alma, por eso el fondo del mar est¨¢ lleno de patriotas con el t¨®rax colonizado por cangrejos y camarones. Aunque algunos tipos alcanzan esta misma sensaci¨®n hipost¨¢tica en seco y a la sombra, y creen que su ¨²lcera est¨¢ en correspondencia con la situaci¨®n pol¨ªtica general. Es bueno remojarse la cabeza de vez en cuando para evitar desparramarse uno mismo hasta el fondo por el sumidero del ombligo, pero yo voy a la deriva entre el reptil geol¨®gico de Cullera y la cabeza de elefante de D¨¦nia, y este caos me parece suficiente objetivo pol¨ªtico para llegar al d¨ªa siguiente. En la orilla resuena un fragor de hojas de peri¨®dico y algunos transistores emiten agudos cantos de sirena que tratan de justificar pactos municipales de complicada digesti¨®n, pero yo ya s¨®lo aspiro a alimentarme de pulpo seco, mojama y anchoas. El salaz¨®n es mi mascar¨®n de proa, aunque en tierra firme tambi¨¦n me movilizan los helados de vainilla y los granizados de lim¨®n. La corriente ameniza mi dejadez y voy dando vueltas como las saetas de un reloj, y sin embargo el tiempo ha dejado de ser una referencia inquietante para m¨ª. Por encima de los dedos de mis pies veo a otros que como yo huyen sobre una colchoneta, que es uno de los escasos reductos de lucidez veraniega y una met¨¢fora de libertad. Aqu¨ª s¨®lo manda Poseid¨®n con el consentimiento de Zeus, quien lo apart¨® de los bosques, que fueron su dominio hasta que la industria naviera trajo la deforestaci¨®n griega, y le di¨® esta extensi¨®n de agua salada para que algunos escap¨¢semos de nosotros mismos sobre un neum¨¢tico. Ahora mi himno es la brisa del Lamento de Antonio Carlos Jobim y mi bandera consiste en regresar a tierra para tomar una cerveza muy fr¨ªa en la terraza con los ojos clavados en el mar y luego quedarme frito hasta que me despierten las ranas del marjal.
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