Un encierro largo, peligroso y con un herido grave
Uno de los cinco toros del hierro debutante de Guadalest asesta una cornada en una pierna a un corredor
Acaba el encierro y Casa Juanito se convierte en un front¨®n de cuerpos sudorosos. Todos los corredores se aprietan en el interior de uno de los ¨²ltimos bares de la calle de Estafeta. El objetivo: alcanzar un mil¨ªmetro cuadrado de suelo para ver... el encierro; mejor, para verse en la televisi¨®n. Nadie se quer¨ªa perder la oportunidad para resucitar cada uno de los segundos que completaron los siete minutos y medio, el tiempo que dur¨® el viaje a los corrales de los cinco toros (uno se lesion¨® antes de salir) de Guadalest. En total, 450 segundos, casi el doble de lo habitual. La magia del encierro no es otra que la del tiempo detenido. Una ciudad organiza nueve d¨ªas de zafarrancho en torno a un chasquido del minutero. Los toros de Guadalest debutaban en San Ferm¨ªn y, como turistas curiosos, se empe?aron en prolongar ese instante irrepetible.
Y, entre ellos, Pobret¨®n y Fresquito fueron, de todos los astados, los m¨¢s remisos a abandonar la fiesta sin m¨¢s. El primero, casta?o de 475 kilos, realiz¨® todo el recorrido despistado y mir¨®n sin acertar a dar cr¨¦dito a lo contemplado; el segundo, negro bragado de 530 kilos, se cobr¨® en sus defensas el ¨²nico herido grave. Fue llegar a la curva de Telef¨®nica, a escasos metros de la plaza, y sus derrotes se encontraban con el cuerpo de Jos¨¦ Gabriel Ichaso, de 32 a?os. El joven de Burlada (Navarra) pugnaba por escapar de las acometidas del burel. Ech¨® pie al vallado y su cuerpo qued¨® desprotegido e inerte a merced del animal. Fresquito lanz¨® hasta tres derrotes. Acert¨® uno y ¨¦se le dej¨® una cornada de 15 cent¨ªmetros desde el muslo derecho a la rodilla.
Primeras ca¨ªdas
Ya desde el inicio quedaron pruebas evidentes de lo que podr¨ªa ser aquello. En la subida de Santo Domingo, las reses desfilaron en manada ejercit¨¢ndose en la limpieza en seco del margen izquierdo. Fue doblar la curva camino del Ayuntamiento cuando se produjeron las primeras ca¨ªdas. La manada, abierta y desafiante. En la recta de Mercaderes, Pobret¨®n se llevaba por delante a un joven en actitud de for?ado: el cuerpo encunado entre los pitones. Poco m¨¢s tarde, al doblar hacia Estafeta, nuevos patinazos y el grupo definitivamente partido. La acometida de uno de los toros acab¨® con una tuber¨ªa por los aires, primero; despu¨¦s, al adoquinado. Tres toros por delante, y los dem¨¢s analizando concienzudamente las caracter¨ªsticas de las calles y anatom¨ªas pamplonesas. Primero, el casta?o; despu¨¦s, mucho despu¨¦s, el negro. Parones, vueltas del rev¨¦s, tarascadas y los corredores buscando a cuerpo limpio las arrancadas de las reses.
Ya camino del callej¨®n, se vivieron los momentos m¨¢s dram¨¢ticos. Pas¨® Pobret¨®n y de su mal genio sufrieron enseres y cuerpos. Aqu¨ª, contra el vallado; m¨¢s all¨¢, contra el incauto. Faltaba lo peor: Fresquito. Un cord¨®n formado por los mozos intentaba evitar que el animal volviese a dar marcha atr¨¢s. Sin salida, primero fue Jos¨¦ Gabriel Ichaso el que sufri¨® las consecuencias, y poco m¨¢s all¨¢, a unos metros de la arena, otro mozo era arrollado en la cuna de los pitones.
Acababa un encierro eterno. Poco m¨¢s de siete minutos irreales. Delante del televisor, los cuerpos apretados y los comentarios al uso sustituidos por exclamaciones, reconocimientos sorpresa -"?Mira, Julen se ha ido al suelo!"- y palmetadas furiosas a la altura del om¨®plato. La tensi¨®n se relaja, comienza el momento de pensar en el almuerzo. Detr¨¢s, queda el recuerdo de 450 segundos expuestos a la locura de verse atropellado. Unos instantes tensos, eternos y divinos.
Babelia
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