Las figuras tienen bula
Toda la semana llev¨¢bamos con el asunto del toro, mir¨¢ndolo con lupa: que si les faltaba un cuajo, o bajaban por la culata, o ten¨ªan lega?as en un ojo; vigilando que fuesen por trap¨ªo y potencia los que exige la fiesta torista de San Ferm¨ªn. Y en esto que llegan las figuras y los toros importan un r¨¢bano. Llegan las figuras, les echan unos borregos absolutamente impresentables, y no se produce ni una sola reconvenci¨®n, no se oye ninguna protesta. Como si tuviesen bula. Tienen bula, seguramente, las figuras. O no se explica. No se explicar¨ªa, en caso contrario, tanta condescendencia con el toro, que no era toro; tan triunfalista aceptaci¨®n de su toreo, que no era toreo.
Las tres figuras ofrecieron una clamorosa exposici¨®n de mediocridad e incompetencia. No valen excepciones. Ni siquiera la de Jos¨¦ Tom¨¢s, aunque entre su sentido interpretativo del arte de torear y el de los otros diestros de la terna haya una enorme distancia. S¨ª, Jos¨¦ Tom¨¢s se echaba de inmediato la muleta a la izquierda -lo que ya es un dato significativo- y citaba cruzado dej¨¢ndose ver, mientras las otras figuras se quedaban fuera de cacho, lo que cruzaban era la muleta, bien lejana y oblicua, presentada astutamente al pit¨®n contrario. Pero ah¨ª, con no ser poco, se terminaban la diferencias; porque, a la de embarcar, ninguno de los tres ligaba las suertes; los tres se convert¨ªan en unos adocenados y pl¨²mbeos pegapases.
Guadalest/ Espartaco, Rivera, Tom¨¢s
Toros de Guadalest, sin trap¨ªo, astigordos, sospechosos de pitones; 3? y 6?, escasos de cuerna, romos e impresentables; aborregados.Espartaco: pinchazo bajo, otro hondo, rueda de peones y descabello (silencio); bajonazo descarado (aplausos y saludos). Rivera Ord¨®?ez: estocada trasera ladeada, rueda de peones, dos descabellos -aviso- y descabello (ovaci¨®n y salida al tercio); pinchazo, otro perdiendo la muleta, rueda de peones, dos pinchazos, nueva rueda de peones, dos descabellos -aviso- y descabello (silencio). Jos¨¦ Tom¨¢s: dos pinchazos, estocada corta trasera y rueda de peones (ovaci¨®n y salida al tercio); tres pinchazos y estocada corta (silencio). Plaza de Pamplona, 13 de julio. 9? corrida de feria. Lleno.
Y eso ocurr¨ªa con unos toros que no eran toros. Con unos toros absolutamente improcedentes en la que llaman pomposamente Feria del Toro. Con unos toros que hubiesen producido sonrojo en plazas de talanqueras. Unos toros sin trap¨ªo. Unos toros flojos y mustios. Unos toros sumisos y aborregados, ante cuya docilidad cualquier diestro con un m¨ªnimo gusto y sensibilidad torera habr¨ªa hecho encaje de bolillos.
Estos tres, sin embargo, iban por distintos derroteros. Estos tres -Espartaco, Rivera y Tom¨¢s- ofrec¨ªan del toreo un suced¨¢neo; de su t¨¦cnica, un chapucero remedo; de su arte, una hortera versi¨®n; de su gallard¨ªa y su generosa entrega, un simulacro.
Espartaco se afanaba sudoroso y fren¨¦tico en los derechazos, y sacaba pecho durante sus alardes encimistas, cual si estuviera protagonizando una epopeya. Rivera Ord¨®?ez tiraba largu¨ªsimos los pases, en lo que llaman correr la mano; y, efectivamente, la corr¨ªa, con el prop¨®sito de vaciar lejos la embestida y evitarse problemas. Jos¨¦ Tom¨¢s pon¨ªa firme el adem¨¢n.
El alivio, el pico, la ventaja, una mediocridad supina conformaban el toreo de Espartaco y Rivera Ord¨®?ez; en tanto Jos¨¦ Tom¨¢s, a fuerza de repetirse, acab¨® pareciendo su propia caricatura. Dio las gaoneras, las chicuelinas y las manoletinas, seg¨²n acostumbra. Y en lo que importa -y donde m¨¢s vale-, que es su toreo puro al natural cargando la suerte, apenas dej¨® unos deslavazados apuntes, unas p¨¢lidas muestras, pues la mayor parte de sus faenas las hizo en posici¨®n de firmes -juntas las zapatillas dec¨ªan los cl¨¢sicos-, envarado, practicando la modalidad del unipase, que es el recurso principal de la tauromaquia falsa.
Y sin emoci¨®n de ning¨²n tipo pues resultaba imposible con aquellos toros de pega. Dentro de que ninguno de los seis tuvo trap¨ªo, el lote de Jos¨¦ Tom¨¢s adquiri¨® caracteres de esc¨¢ndalo. Los toros de Jos¨¦ Tom¨¢s no s¨®lo eran chicos y anovillados sino que les faltaban pitones. Los toros que compusieron el lote de Jos¨¦ Tom¨¢s no hubiesen pasado el reconocimiento en plaza alguna y presentarlos en la que tiene a gala llamarse Feria del Toro constitu¨ªa una absoluta desverg¨¹enza.
Claro que nada pas¨®. Nadie hizo la m¨¢s m¨ªnima observaci¨®n acerca de la presencia de los toros. Todos se dieron por buenos. Mientras con el toro de los modestos -y el toreo que les aplicaban- diversos sectores se estuvieron manifestando anal¨ªticos, rigurosos y hasta intransigentes, a las figuras se les conced¨ªa carta blanca. No s¨®lo ocurre en Pamplona. Las figuras, por el mero hecho de serlo, gozan de bula para la trapisonda. Quiz¨¢ sea cosa de los tiempos. Durante toda su existencia secular, la fiesta de los toros, y su p¨²blico, siempre fueron reflejo de la mentalidad de cada ¨¦poca. Ahora, en los albores del tercer milenio, al triunfador y al que ejerce el mando se les rinde pleites¨ªa, mientras al humilde y al perdedor ya les pueden ir dando. Pues eso.
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