?ridas periferias
Las periferias son los trozos centr¨ªfugos del crecimiento urbano, partes de la ciudad que s¨®lo conocen sus propios residentes. Con los a?os, y la experiencia, el t¨¦rmino urban¨ªstico ha ido adquiriendo una connotaci¨®n negativa derivada de esa condici¨®n al l¨ªmite, desconocida, segregada. El crecimiento compulsivo y r¨¢pido de las ciudades europeas ha solido generar esos barrios banales, ca¨®ticos, a veces sin servicios o mal vestidos, que no nos atrevemos a presentar como paisaje urbano. Lo es, ya lo creo que lo es: es un paisaje impersonal, con el que casi nadie en la ciudad se identifica pero que, vista su impertinencia y extensi¨®n, no es menos representativo de ella. Lo que pasa es que no se ve, es decir la mayor¨ªa de los ciudadanos no lo ven, s¨®lo sus sufridos habitantes, con lo que se tiende a ningunearlos. Los primeros las autoridades municipales. Es cierto que no todas las barriadas perif¨¦ricas son iguales, pero esa condici¨®n impersonal les define bastante. A veces son brillantes en su arquitectura reci¨¦n estrenada, pero no dejan de sobrecoger en su frialdad (ocurre, por ejemplo, en muchos pedazos de la enorme banlieu parisina). Otras son un puro desastre urbano, del que s¨®lo la inventiva de sus habitantes suele sacar destellos de sociabilidad. Lo malo es que, a la vista de lo que se construye, se tiene la sensaci¨®n de que, a¨²n con excepciones, las periferias son las mismas de siempre. Que siguen resistiendo fatal las comparaciones con los centros hist¨®ricos (no es casualidad que al turismo no se le ocurra pisarlas). Y, en m¨¢s de un caso, continuan su expansi¨®n sacrificando territorio d¨¦bil y sensible, aquel que se toma sin considerar valores ambientales: la huerta perif¨¦rica de la capital valenciana es una buena muestra. La situaci¨®n de las periferias se caracteriza porque apenas cambia. Los ayuntamientos procuran ocultarlas, al tiempo que las sacrifican cuando lo creen conveniente (un ejemplo: Barber¨¢ decide en 1997 recortar el plan de inversiones en barrios en beneficio de proyectos vistosos de "¨¢mbito de ciudad"). La segregaci¨®n no es por encontrarse en el l¨ªmite sino por su abandono inversor y de mantenimiento. Un barrio escogido no tan al azar nos puede servir de ejemplo: Orriols en Valencia, pero podr¨ªa haber sido en su momento Mil Viviendas en Alicante. En Orriols, construido en los infelices sesenta, no existe una sola plaza p¨²blica, no hay pr¨¢cticamente ¨¢rboles, la densidad edificada no cumple est¨¢ndares actuales, la mayor¨ªa de sus viviendas no satisfacer¨ªa las normas de habitabilidad vigentes, alg¨²n peque?o jard¨ªn que se acondicion¨® est¨¢ destruido, es imposible que su identidad sea representada por un s¨ªmbolo urbano... S¨®lo las reminiscencias rurales de sus habitantes, los ardores de su poblaci¨®n juvenil y la sociabilidad de sus residentes, anima el barrio. No el urbanismo. Las tareas de regeneraci¨®n urban¨ªstica a realizar en Orriols son ingentes, sus carencias no se solucionar¨¢n porque en un futuro se haga un parque cercano al barrio o porque un equipamiento metropolitano se acondicione a su vera. Habr¨ªa que comenzar por crear en el barrio un aut¨¦ntico centro, lo que quiz¨¢s exigir¨ªa vaciar total o parcialmente alguna de sus manzanas. Pero ese tipo de intervenci¨®n no lo percibir¨ªa el conjunto de la ciudad y no se plantea. A Orriols, como a tantos otros barrios, se le sacrifica cada a?o. Los barrios perif¨¦ricos de nuestras ciudades, al igual que los centros hist¨®ricos, necesitan renovaci¨®n y rehabilitaci¨®n. Pero suelen estar necesitados de muchas m¨¢s reformas que las tramas hist¨®ricas, ya que no re¨²nen ni su calidad arquitect¨®nica, ni la fuerza de su paisaje urbano, ni la condici¨®n de venerabilidad. Simplemente ocurre que muchos se concibieron mal y se ejecutaron peor. Regenerarlos pasa directamente por emprender en ellos reformas audaces, inversiones emblem¨¢ticas (monumentalizadoras las llamaba Oriol Bohigas) y tambi¨¦n muchas peque?as e imaginativas actuaciones de habitabilidad y embellecimiento. Han de ser intervenciones que recuperen la complejidad del tejido urbano, la mezcla de usos, y abandonen la idea de monofunci¨®n residencial en esas tramas perif¨¦ricas, al tiempo que incorporan criterios medioambientales ignorados cuando se crearon. Ser¨ªan muy ¨²tiles para los barrios perif¨¦ricos planes que se propusieran acabar con su actual extrema aridez (a la que contribuye extremadamente unas calles convertidas en garajes) y que combinasen las tareas de reforma con las de mantenimiento. El futuro de la gran mayor¨ªa de las ciudades europeas estar¨ªa en su reparaci¨®n y en la tentativa de perfeccionarlas, no en su crecimiento hacia afuera. Esa opci¨®n tambi¨¦n genera actividad econ¨®mica pero supone cambiar la mentalidad urban¨ªstica y ambiental, e incluso sociol¨®gica de la ciudad. Empezando por la del sector de la construcci¨®n, cuya carencia de inventiva es proverbial. Porque, a pesar de todo lo expuesto, el futuro de las ciudades tambi¨¦n pasa por las periferias existentes. No en vano viven en ellas la mayor¨ªa de la poblaci¨®n. Y tambi¨¦n tienen derecho a ser confortables y bellas.
Carles Dol? es arquitecto-urbanista.
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