Psicolog¨ªa y confesi¨®n
Un grupo de 43 sacerdotes asturianos, igual que pasa en muchas parroquias de Espa?a, ha decidido afrontar la crisis de la confesi¨®n. La gente cat¨®lica cada vez se confiesa menos desde hace unos a?os porque les parece inoperante el modo como se practica la confesi¨®n. El seglar ha adquirido una mayor¨ªa de edad que el Concilio Vaticano II no s¨®lo observ¨®, sino que acept¨®; y, para este seglar actual, la forma del sacramento de la penitencia le parece demasiado infantil. Y observa que no le produce bien alguno para su desarrollo moral. Esa contabilidad cicatera, por la que hay que describir los pecados en n¨²mero, especie y circunstancias, no parece serio desde el punto de vista realista. El pecado no es algo abstracto, describible como quer¨ªa la filosof¨ªa aristot¨¦lico-escol¨¢stica por g¨¦nero, especie y n¨²mero. Lo importante no es un acto aislado del cual somos, por lo general, poco responsables. Lo que describe nuestra postura moral no es un hecho aislado, sino la actitud ante la vida, en la cual est¨¢ implicada la persona. Adem¨¢s, ya sabemos que somos d¨¦biles, y nuestro problema es esa debilidad concreta en peque?os actos puntuales, que para superarla, la psicolog¨ªa no puede pensar que se remedia por medio de ninguna cicater¨ªa. San Pablo ya observ¨® que ¨¦l no hac¨ªa el bien que quer¨ªa, sino el mal que no quer¨ªa. El problema est¨¢ en procurar cambiar nuestra actitud de conjunto, que no puede medirse con el escalpelo de esa confesi¨®n que parece un balance de detalle. Adem¨¢s, el psiquiatra Castilla del Pino, como hace muchos siglos vio San Agust¨ªn y, hoy, monse?or Brenninkmeyer, ve que el arrepentimiento psicol¨®gico emotivo o exteriorista no supone ning¨²n cambio sustancial, sino un ejercicio poco eficaz y poco sincero con el que uno se suele enga?ar y complacer a s¨ª mismo. El cambio se produce con la reparaci¨®n del mal hecho, y no con ficticias elucubraciones de detalle, que nos hacen olvidar lo importante y fijarnos, como criticaba Jes¨²s, en la menta y el comino, igual que hac¨ªan los hip¨®critas fariseos, que terminaban por creerse perfectos, siendo orgullosos y crueles. Una mirada a la historia nos certificar¨¢ de lo que digo, porque el sacramento de la penitencia ha variado enormemente con los siglos; y lo que, despu¨¦s del cristianismo primitivo, se practic¨® un¨¢nimemente durante seis siglos por lo menos, y no lleg¨® a cambiarse sino en el sigloXIII con el Concilio IV de Letr¨¢n, y concretar minuciosamente s¨®lo en el de Trento tres siglos m¨¢s tarde. Basta leer a los investigadores cat¨®licos como Poschmann, Funk, Rahner, Vogel y otros muchos para saber lo que ocurri¨® y nadie nos lo ha dicho al hablar del sacramento. En el sigloVI un monje irland¨¦s quiso introducir en Europa la nueva modalidad inventada por ¨¦l de la confesi¨®n privada y auricular, a la que se opusieron los obispos de todo el mundo europeo, como los espa?oles reunidos en el Concilio III de Toledo en el a?o 589, donde condenaron esta pr¨¢ctica novedosa como "atrevimiento execrable". Y ahora es la ¨²nica forma que quiere exigirnos Roma, y tambi¨¦n algunos obispos espa?oles temerosos ante la insistencia de la Curia vaticana. ?Es que aquella costumbre de siglos era la que romp¨ªa el lazo de uni¨®n entre cristianos, produciendo un cisma como dice uno de nuestros obispos al criticar duramente esta costumbre pastoral de la absoluci¨®n general? En ella los cristianos est¨¢n reunidos para sentirse pecadores en conjunto, y hacer prop¨®sito de mejorar su vida y realizar algo concreto en favor de la caridad entre pr¨®jimos. ?Cabe mayor exageraci¨®n que hablar de cisma, sin darse cuenta precisamente de que quienes practican esta absoluci¨®n general valoran m¨¢s el efecto del sacramento, y se sienten m¨¢s unidos a la comunidad de los cristianos que es la Iglesia, y no s¨®lo la jerarqu¨ªa?Querer inspirarse en los antiguos cristianos m¨¢s cercanos a la ense?anza del Evangelio, ?es m¨¢s personal o menos personal? Porque aquellos cristianos y Santos Padres dejaban la absoluci¨®n sacramental -como es l¨®gico si bien se piensa- s¨®lo para los pecados p¨²blicos m¨¢s graves contra la comunidad: el homicidio, la apostas¨ªa y el adulterio. Matar al hermano que tiene la fe del Evangelio, salirse de la comunidad creyente o enga?ar al hermano con su mujer. Lo dem¨¢s se perdonaba por actos no sacramentales: como la reconciliaci¨®n mutua, la reparaci¨®n del mal efectuado, el cumplimiento de nuestros deberes sociales, la lectura del Evangelio como se dec¨ªa en la antigua misa de San P¨ªoX, incluso la recepci¨®n de la Eucarist¨ªa arrepentido. Durante el ¨²ltimo Concilio VaticanoII se pregunt¨® a los obispos all¨ª reunidos los criterios que ten¨ªan para renovar el perd¨®n de los pecados, y contestaron algo muy parecido a lo que fue durante siglos costumbre en nuestra Iglesia para la mayor¨ªa de los pecados, y la absoluci¨®n general para los pocos que acabo de se?alar. Pero la Curia no les hizo caso, volviendo la espalda a la realidad de los cat¨®licos.
Pero no hay ¨²nicamente esos caminos; tambi¨¦n pod¨ªamos aprender de los cristianos orientales que conservan mejor que nosotros las costumbres antiguas. S¨®lo se confiesan los m¨¢s practicantes cinco o seis veces al a?o, y, por lo general, ¨²nicamente una vez en tiempo de Pascua. Y lo hacen en forma general diciendo al sacerdote: "Me siento pecador en todo", y se centra el penitente en el arrepentimiento y reparaci¨®n en alg¨²n modo del mal cometido contra el amor al pr¨®jimo. Porque ya Santo Tom¨¢s dec¨ªa que todo pecado era en alg¨²n modo un pecado contra la caridad, y era necesario compensarlo con un amor al pr¨®jimo concreto. Los cambios que ha habido en la historia de la confesi¨®n han sido no por cuestiones dogm¨¢ticas, sino por razones pastorales, como dicen los te¨®logos que han estudiado esta historia, y como ahora quieren hacer muchos sacerdotes en contacto con la realidad, y no arrellanados en su sill¨®n de mando promotor de rutinas desfasadas.
Y otro problema es el falso concepto de identificar confesi¨®n detallada, sea de la manera que sea, con el sentido del sacramento. Lo que se ha llamado direcci¨®n espiritual y psicol¨®gica no es propiamente la labor del sacramento. Incluso, ?cu¨¢ntas tiran¨ªas espirituales se han ejercido por estos confesores, como se?alaba San Juan de la Cruz en su Llama de amor viva? Un famoso sacerdote pa¨²l, el padre Escribano, escribi¨® un excelente libro dedicado a los confesores para que no exigieran ese tipo de confesiones abusivas que no conducen a nada bueno. Hoy se ha aclarado que las angustias humanas y los problemas del car¨¢cter se deben consultar a un psic¨®logo experto, pero nunca convertirse el confesor en un falso psicoterapeuta, cosa que casi seguro lo har¨¢ mal. El sacramento no es una t¨¦cnica humana. Lo m¨¢s que puede hacer es la escucha paciente, como me dec¨ªa un amigo jesuita de vocaci¨®n tard¨ªa, que cuando se sent¨® al confesonario por primera vez vio que, sin decir apenas nada al penitente, la confesi¨®n le resultaba buena a ¨¦ste.
Los enga?os, incluso sexuales, son m¨²ltiples, como se?ala el famoso te¨®logo y fil¨®sofo, profesor de la Universidad de Lovaina, Jacques Leclercq, el cual observaba hace ya a?os que las j¨®venes solicitaban la confesi¨®n minuciosa de su vida y problemas, pero en cuanto se casaban prescind¨ªan de ella porque las mujeres felices en su matrimonio abruman poco al cura. Se?al de la confusi¨®n y mezcla equivocada que supone la confesi¨®n detallada de la vida.
A la vista de todo ello, ?por qu¨¦ no cambiar las costumbres obsoletas acerca de la confesi¨®n, para bien de los cat¨®licos? Esta reflexi¨®n la hago en bien de la labor que est¨¢n haciendo muchos curas que no se ven comprendidos por su jerarqu¨ªa.
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