Vitalidad y poes¨ªa: Pere Quart LLU?S IZQUIERDO
Las memorias, tan de agradecer algunas como compensaci¨®n al ritmo lento con el que se producen las novelas mejores, enlazar¨ªan en mi caso autom¨¢ticamente con las penas del ayer. Mucha vida callada se fue con un franquismo que resumen las anteriores palabras en cursiva, y que la pel¨ªcula de Carlos Saura La prima Ang¨¦lica ven¨ªa a simbolizar con la infinitiva canci¨®n recordar las penas del ayer, una de sus mejores secuencias, impresas de ¨¢cida melancol¨ªa. Con todo, y a contrapelo de aquella dictadura y su mon¨®tono goteo de turiferarios, alguna voz verdadera se hac¨ªa escuchar. Una de ellas, fundamental, fue la del poeta Pere Quart. En el declive de los a?os cincuenta, me ocurri¨® tener que presentarme en el Palacio de Justicia para responder de mi firma, una m¨¢s junto a las varias al pie de un documento acusador de los malos tratos sufridos por el joven pol¨ªtico Jordi Pujol. Naturalmente hab¨ªamos infamado el buen nombre de Espa?a y ofendido la discreci¨®n con la que sobradamente actuaba la Brigada Social. Mientras esperaba, advert¨ª un caballero de compostura grave. Me present¨¦ y me dio su nombre: Joan Oliver. Gracias a la represi¨®n, mira por d¨®nde, conoc¨ªa a un hombre, y gran poeta, que hab¨ªa de dejar huella indeleble en mi vida. Dentro de la s¨®rdida cuaresma del franquismo ("el gris ¨¦s la fortuna del pa¨ªs", dice inconfundible un verso de Pere Quart), un joven pose¨ªdo de la s¨®lida impreparaci¨®n religiosa de aquellos a?os trababa relaci¨®n con una presencia real, alguien que en cuanto hablaba parec¨ªa poner en movimiento, junto al ayer, el pulso inmediato del hoy, como si este ahora -aquel de entonces- fuera cobrando una densidad y una proyecci¨®n que lo hac¨ªan tan memorable como coloquial. Uno se ve¨ªa pasando por uno de esos instantes dadores de vida, imprescindibles y substantivamente ¨²nicos. Pero no era un instante ¨²nico y, por suerte para Anna y para m¨ª, la relaci¨®n con Joan Oliver, que tan jugosamente transparentaban los versos de Pere Quart, se sucedi¨® con frecuencia y un enriquecimiento de historia viva que fue un regalo constante para nosotros. A menudo sarc¨¢stico, el poeta Pere Quart encarnaba no obstante una figura precisa de la civilidad, t¨¦rmino por lo dem¨¢s socorrido en la sociedad de lo mismo; pero si una poes¨ªa c¨ªvica de v¨ªvido aliento hay que mencionar, la del gran amigo hay que situarla en su protagonismo ejemplar. Las muchas noches en el bar Mirasol de Via Augusta, en torno a caf¨¦ y copa menguantes con parsimonia y delectaci¨®n de interlocutores a la escucha de un rosario de an¨¦cdotas y comentarios, fueron un aut¨¦ntico curso de esa literatura verdadera que s¨®lo se aprende mediante la pr¨¢ctica de la atenci¨®n gratuita. Entre 1964 y 1966 vivimos en Cincinnati (USA). Un contrato universitario, logrado por mediaci¨®n de Xavier Rubert, supuso nuevas perspectivas sobre el mundo, aunque la sola idea de ausentarnos de la espaciosa y nunca como entonces triste Espa?a era ya bastante para animar a una joven pareja. La cena de despedida que compartimos con Joan Oliver y su mujer Eul¨¤lia fue tan inolvidable como los versos que para la ocasi¨®n escribi¨® el poeta. En aquel par de a?os, y aparte de las preocupaciones familiares, la figura de nuestro amigo se nos aparec¨ªa como un imperativo de retorno. Si las lecciones acad¨¦micas en USA obligaban a un cierto aprendizaje del desarraigo, las vivencias con los amigos y aquellas sesiones sin programa del Mirasol no dejaban de apuntar, o retrotraernos, al pa¨ªs. Lo de retrotraer lo digo porque el retorno era volver a la fortuna del pa¨ªs, que era gris, pero no s¨®lo por el color del h¨¢bito policial de entonces, sino adem¨¢s por la substancia algo gris del paisanaje, esa proclividad al tencont¨¦n como medida de convivencia que en parte nos honra y en parte ofrece una soluci¨®n algo desle¨ªda del famoso pero espor¨¢dico arrebato. Hay una l¨ªnea de dirigismo t¨¢cito, y que se supone ejemplar por parte de algunos, que afect¨® al mism¨ªsimo Pere Quart, mejor dicho a su hom¨®logo Joan Oliver. Fue con motivo de sus colaboraciones en la revista Destino, por colaborar ah¨ª y hacerlo -?de qu¨¦ otro modo, en los a?os cincuenta?- en castellano. Un esencialista, de los que nunca se equivocan porque tienen la vida resuelta, se lo recrimin¨®. La verdad es que el sujeto en cuesti¨®n qued¨® -recurso expresivo del poeta- como un auriga. Joan Oliver hab¨ªa vuelto de su exilio en Chile en 1948, recientes a¨²n las heridas de la guerra civil, y en la sordidez de la represalia franquista. Necesitaba rencontrarse con su tierra y sus amigos; si el favor de la cr¨ªtica a su respecto no es hoy tan entusiasta como en los a?os sesenta (en 1969 Josep Maria Castellet reuni¨® en De Joan Oliver a Pere Quart comentarios de Molas y de Formosa, de Ferrater Mora y ¨¦l mismo, de Vallverd¨² y Porcel, de Horta e Izquierdo), s¨®lo cabe atribuirlo a la baja lamentable del gusto por una palabra popular inteligente cuya muestra impecable son las Corrandes d"exili. Incluidas en Sal¨® de Tardor (1947), t¨ªtulo emblem¨¢tico al que puso un pr¨®logo en la reedici¨®n de 1985, un a?o antes de morir, configuran el sentimiento de tantos catalanes republicanos dispersos por el mundo: "Avui en terres de Fran?a / i dem¨¤ m¨¦s lluny potser, / no em morir¨¦ d"enyoran?a / anys d"enyoran?a viur¨¦". El Oliver, perd¨®n, el Pere Quart m¨¢s depurado e impl¨ªcitamente ir¨®nico tambi¨¦n, se pronuncia constante en unos versos de contenci¨®n noucentista y sutil realismo resplandeciente. Es un libro, quemasd¨¢ por mucho que hoy no se lleve, emocionante, colpidor ser¨ªa la palabra. Y su autor no pierde la perspectiva cr¨ªtica entre el pa¨ªs y sus mitos o sublimaciones de las carencias habituales. Para los lectores de la ¨¦poca, Vacances pagades (1960) -a las que antepuso un estudio excelente Sergi Beser en la edici¨®n biling¨¹e de 1965- ironizan el momento con tan agudo sarcasmo que, junto a La pell de Brau escrita por Espriu, conforman el emblema contestatario de lo que cabr¨ªa denominar "lecturas para resistentes". Pero Sal¨® de Tardor rezuma una intensidad l¨ªrica que devuelve la persona del poeta en una ¨¢cida ternura, entre desolada y anhelante de reconstruir la vida, de rehacerse con ella. Como un rom¨¢ntico curtido por La Fontaine, la m¨¢xima de Pere Quart ser¨ªa plut?t souffrir que mourir. S¨ª, sufrir o alimentar nostalgias es o puede ser, al fin y al cabo, la parad¨®jica forma cabal de la esperanza; o del imperativo de transmitirla al que siempre, menos solemne en su acento que Espriu, se mantuvo fiel. La poes¨ªa c¨ªvica existe, y el ¨¢nimo juvenil de no perderla es eterno; como existen la palabra participable, el ingenio riguroso y l¨²dico y la evidencia de que el hombre, si existe, se habita como poeta. El vaiv¨¦n ejemplar de Joan Oliver a Pere Quart, de uno a otro el mismo, conforma un legado imborrable en el panorama de las letras del siglo; no importa el subibaja de la bolsa literaria. Pues hay algo m¨¢s importante que el devengo de intereses inmediatos, y es la medida que una obra nos da del acento profundo que la recorre. La de Pere Quart cifra el sufrimiento no s¨®lo de los desterrados, sino que expresa el robo interior, el expolio de un sue?o republicano que el franquismo pretendi¨® aniquilar. De ah¨ª la gran tensi¨®n que vibra en sus versos, la imposible disyuntura en su caso del autor y del hombre, una identificaci¨®n entre obra y persona que -de Ferrater Mora a Beser y a todos quienes le conocimos- todav¨ªa supone tanto una maravilla como una raz¨®n de ser. En su primer libro, Les decapitacions (1934), Pere Quart fustigaba ya los fascismos y sus Benito y Adolf (br¨¨tol total!), dedic¨¢ndoles sendos poemas de profundidad, pero lo que l¨²cidamente le alarmaba era la decapitaci¨®n de la libertad. Decapitaci¨®n que, como el t¨ªtulo, acostumbra a ser plural y ante la que s¨®lo cabe estar pluralmente preparado. Tanto para comprender e intuir lo que fueron vidas ejemplares como para seguir, aun so?ando despiertos, a lo largo del camino, la obra perequartiana es una apuesta por la memoria y el futuro que ning¨²n lector atento a comprender y comprender-se puede eludir. De unos amigos, m¨¢s j¨®venes entonces, se desped¨ªa as¨ª, para que volvieran tambi¨¦n: "Tamb¨¦ es viu de la paraula / entre gent de bon tractar; / del somriure i de la faula, / compartida, arran de taula, / com el pa". El sentido de la palabra real, que es la provista de mayor misterio, fue la exploraci¨®n incesante a la que se dedic¨® el Pere Quart de Joan Oliver con una elegancia que le ven¨ªa de la mejor nobleza, la de ser "Quart entre molts germans, / jo era el m¨¦s fort, i l"inventor de jocs, / i el m¨¦s aspre tamb¨¦". La poes¨ªa catalana, basti¨®n arm¨®nico de la resistencia a la homologaci¨®n y al tedio, lleg¨® con nuestro poeta a una suma precisa de la ¨¦tica y el discurso a compartir mejor templados. Volver a ¨¦l es volver a las fuentes incontaminables del idioma.
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