La manada
MARTA SANTOS Tres novillos suecos fueron a los sanfermines. Hab¨ªan le¨ªdo a Hemingway y ten¨ªan muchas ganas de visitar Pamplona. Estaban hartos del Mediterr¨¢neo, la paella con colorante y las vacas de la costa levantina. Bajaron del tren con el pellejo blanquecino y los cuernos achicharrados de calor. Se pusieron un pa?uelo rojo al cuello y fueron a visitar la manada. Los toros navarros los miraban con burla y con recelo. Les dec¨ªan que no estaban preparados para beber vino directamente del porr¨®n, ni para trabar amistad con los miuras lugare?os, ni mucho menos para correr a las personas, porque las personas de Pamplona no tienen nada que ver con las de Goteborg. Todos los a?os, les dec¨ªan, hay dos o tres toros accidentados que salen con las tripas al aire por meterse donde no saben poner la pezu?a. Los novillos suecos, sin embargo, hicieron caso omiso de las burlas y se fueron al encierro. Desoyendo las advertencias, hab¨ªan desayunado porridge y huevos fritos con jam¨®n. Se hab¨ªan vestido con especial cuidado y calzaban las alpargatas de rigor. La puerta se abri¨® y un toro que esperaba detr¨¢s de los palos grit¨® "?ya salen!" Una manada de se?ores sali¨® corriendo por el suelo empedrado. Los hab¨ªa de todas clases. Chicos j¨®venes, hombres medianeros y alg¨²n que otro anciano para darles a los toros la ilusi¨®n de alcanzar a una persona. Una vaca noruega, la ¨²nica f¨¦mina que corr¨ªa, se adelant¨®. Varios toros pamplonicas le segu¨ªan la pista, pero la noruega ten¨ªa m¨¢s velocidad. De pronto, sin embargo, tropez¨® y se tuvo que refugiar en un socav¨®n que encontr¨® por sorpresa, mientras los toros espectadores gritaban "?vaca ten¨ªas que ser!" Los se?ores corr¨ªan que se las pelaban. Algunos rumoreaban que antes de salir, hab¨ªan sido dopados con chorizo frito, calimocho y aspirina machacada. Sin embargo, este a?o los se?ores iban m¨¢s pac¨ªficos que en anteriores sanfermines y los lugare?os tuvieron la esperanza de no tener que ver en los telediarios la noticia de otro toro alem¨¢n que hab¨ªa perdido un asta, o de otro toro de Kansas City que hab¨ªa perdido los ojos y la rabadilla. Los novillos suecos, aunque sent¨ªan el est¨®mago pesado, hicieron enconados esfuerzos por estar a la altura y dejar el pabell¨®n natal en buen lugar. Corrieron durante dos tramos largos; pararon unos instantes a descansar y beber un trago de agua del abrevadero p¨²blico instalado a tal fin, y reanudaron la carrera. Todo iba bastante bien. Los toros pamplonicas saltaban y re¨ªan. Las vacas navarras los jaleaban. La vaca noruega se hab¨ªa cambiado los escarpines y hab¨ªa regresado al encierro con renovado ah¨ªnco. Dos miuras norteamericanos se cayeron y se fragmentaron un asta y un trozo de pezu?a, pero no fue nada serio. De pronto, uno de los novillos suecos, que en Suecia se dedicaba a fabricar cerillas, tuvo la osad¨ªa de palmearle la oreja a un se?or. El se?or se encabrit¨® y, cual no fuera la sorpresa de los toros presentes, grit¨®: "?No me toques la oreja, que soy de EH!" Inmediatamente, un grupo de se?ores simpatizantes rodearon al se?or de la oreja y, todos a una, atacaron al novillo sueco. Los toros presentes apenas tuvieron tiempo para reaccionar. El novillo sueco fue insultado y vapuleado, y antes de que toros y vacas pudieran ayudarle fue manteado sobre una ikurri?a. Los pac¨ªficos toros y las pac¨ªficas vacas pamplonicas saltaron al encierro muy indignados y defendieron al novillo sueco, que temblaba de p¨¢nico, y a sus dos amigos, que no entend¨ªan por qu¨¦ se hab¨ªa armado tanto tiberio por tocar una oreja. El servicio de seguridad hizo un amago de intervenci¨®n, pero los toros y vacas lograron controlar a los se?ores encabritados. Personal m¨¦dico de urgencia hizo su pronta aparici¨®n y se llevaron en camilla al novillo agredido. Un fot¨®grafo de Estocolmo tir¨® una diapositiva, pero perdi¨® el carrete por culpa de una vaca pamplonica que le besaba el cogote constantemente. Al d¨ªa siguiente, la noticia dio la vuelta al pa¨ªs y la manada completa fue al hospital a llevarle flores al novillo sueco. Le pidieron disculpas por el revuelo, pero solicitaron p¨²blicamente que, por favor, ninguna res extranjera volviera a tocar la oreja de un se?or pamplonica, porque algunos son unos se?ores muy suyos.
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