Sobre el "Jard¨ªn de Eros" VICTORIA COMBAL?A
El espectador que visita esta exposici¨®n tiene ante s¨ª un conjunto de piezas de inspiraci¨®n er¨®tica que muestran, de forma tem¨¢tica, como ciertas im¨¢genes, arquetipos y fantasmas son recurrentes a lo largo de ¨¦pocas y de civilizaciones diversas. La pregunta inicial que inspira este trabajo es si existen o no unas constantes en los sue?os y comportamientos humanos en la esfera de la sexualidad. Si la respuesta es afirmativa, y es evidente que lo es, se trata de mostrarlo en im¨¢genes. Del arte llamado "primitivo" al arte de la antig¨¹edad cl¨¢sica, del medievo hasta hoy, de las obras de arte producidas en Oriente como en Occidente, todo ello muestra una continuidad que se revela pasmosa cuanto m¨¢s se ahonda en ella. El mismo asno que inspir¨® a Luciano o a Apuleyo parece inspirar a Andr¨¦ Masson; el oficio m¨¢s viejo del mundo se anuncia en los muros de Pompeya y es inmortalizado por Brassa?; el culto al falo surge en el famoso altar a Dioniso, en Delos, y, de forma ciertamente m¨¢s contempor¨¢nea, en la obra del artista japon¨¦s Tetsumi Kudo o en la del franc¨¦s Pierre Molinier. El placer asociado al dolor brota, disfrazado de motivo religioso, en todas las im¨¢genes de San Sebasti¨¢n, e inspira a artistas tan diversos de nuestro siglo como Otto Dix y Catherine Opie. Por otro lado, la pura exaltaci¨®n de la carne y de la sensualidad de los cuerpos (por razones hist¨®ricas obvias, principalmente femeninos, pero tambi¨¦n masculinos, de la Grecia cl¨¢sica a Mappelthorpe) ha inspirado a toda la humanidad tal vez con el breve par¨¦ntesis de un sensualismo mitigado por la espiritualidad bajo la Edad Media. Muchas de estas im¨¢genes son in¨¦ditas (como el picasso Jeune fille sur un divan, de 1903, comprado por un coleccionista hace 10 a?os en Sotheby"s de Nueva York), y ello es uno de los grandes atractivos de esta exposici¨®n. En su mayor¨ªa, las obras de inspiraci¨®n er¨®tica circulan en manos privadas -el origen de muchas de ellas es el encargo privado- y cuando ¨¦stas se encuentran en museos, no siempre se muestran p¨²blicamente. Uno de los ejemplos m¨¢s conocidos es el del museo de N¨¢poles, que guarda celosamente las pinturas er¨®ticas provenientes de los muros de Pompeya -pero este ejemplo se repite hasta la saciedad en los museos estadounidenses, donde un nuevo puritanismo ha cancelado la visi¨®n de todo lo que parece demasiado osado para la moral convencional. Nuestra selecci¨®n no pretende, en ning¨²n momento, ser representativa de todo el arte de inspiraci¨®n er¨®tica. Eso es sencillamente imposible por varias razones. Una de ellas es que casi todos los artistas de todos los tiempos han abordado en un momento u otro el tema, que resulta ser uno de los m¨¢s vitales, profundos y complejos de toda la naturaleza humana. Otra es el hecho de que las piezas capitales, desde la Maja desnuda de Goya a la Venus del espejo de Vel¨¢zquez, de la Judith de Cranach a la Virgen de la leche de Fouquet, del Ba?o turco de Ingres a la Venus de Urbino de Tiziano, del Sans¨®n y Dalila de Rubens al San Juan Bautista de Caravaggio, todas est¨¢n en los grandes museos y su traslado es impensable. Por las caracter¨ªsticas del lugar, del presupuesto y del tiempo disponible, esta exposici¨®n no es una muestra de pretensiones hist¨®ricas ni acad¨¦micas, sino una visi¨®n personal y orientada de un tema determinado, el del erotismo. En este sentido, la asesor¨ªa art¨ªstica de Jean Jacques Lebel es fundamental en la orientaci¨®n de la exposici¨®n. Lebel introdujo el happening en Europa, y su obra como artista se ha caracterizado siempre por un fuerte componente er¨®tico. De alguna forma, pues, puede decirse que la mirada liberadora y antimetaf¨®rica de Jean Jacques Lebel se ha yuxtapuesto, as¨ª, a mi mirada, ciertamente distinta, por razones, para empezar, de sexo. La selecci¨®n de esta exposici¨®n incluye, pues, dos puntos de vista y refleja, adem¨¢s, lo que la propia historia evidencia: una inmensa mayor¨ªa de obras realizadas por artistas hombres, en las que la mujer suele ser presentada como un objeto de deseo, y un siglo XX, en cambio, en el que las artistas mujeres (en primer lugar las surrealistas y much¨ªsimas m¨¢s a partir de los a?os sesenta) expresan libremente su imaginario er¨®tico. As¨ª pues, el espectador ver¨¢, si es mujer, algunas im¨¢genes que tal vez le chocar¨¢n, pero tambi¨¦n otras con las cuales se identificar¨¢. En este sentido, no compartimos en absoluto la mirada, tan puritana, de ciertas feministas: creemos que el arte ha de ser libre, que la expresi¨®n del deseo, desde cualquier ¨®ptica sexual, es una forma de liberaci¨®n. En cuanto a las distinciones entre lo que es er¨®tico y lo que es pornogr¨¢fico, existe una distinci¨®n obvia: la pornograf¨ªa aspira tan s¨®lo y en primer lugar a la excitaci¨®n sexual y no posee como principal inter¨¦s la est¨¦tica. El arte er¨®tico es, ante todo, arte. Ello no excluye el que, si se estudia la pornograf¨ªa como un terreno visual espec¨ªfico, no se detecten ciertas modas; tampoco excluye el hecho de que numerosos artistas se hayan sentido inspirados por la pornograf¨ªa, de Picasso a Saura, por s¨®lo citar a dos grandes. Pero el problema, en s¨ª mismo, no tiene soluci¨®n, pues lo que es considerado obsceno y lo que no lo es depende, simplemente, de la tolerancia de cada cultura, de los h¨¢bitos y las costumbres de cada pueblo. Siguiendo con el concepto de nuestra selecci¨®n, creemos que la idea de la exposici¨®n est¨¢ m¨¢s cerca de los criterios que rigen los gabinetes del coleccionista, con sus repeticiones y lagunas, que de las muestras colectivas al uso concebidas por los historiadores del arte. Para la selecci¨®n contempor¨¢nea, se ha evitado especialmente caer en la trampa de la moda y del mercado (hoy en d¨ªa casi sin¨®nimos). No est¨¢n, pues, ni Jeff Koons ni Mathew Barney, ni Pierre et Gilles ni otros representantes de lo que puede verse hasta la saciedad en otros lugares, y es precisamente esta mirada independiente, cuya franqueza no excluye sutiles correspondencias que el visitante tan s¨®lo descubrir¨¢ en una segunda visita, lo que ha motivado ya un enorme inter¨¦s en la prensa especializada extranjera. El hecho de haber subdividido la exposici¨®n por temas no s¨®lo obedece a nuestro prop¨®sito de mostrar la recurrencia de los fantasmas sexuales, sino tambi¨¦n al deseo de modificar, y de una forma incluso l¨²dica, los par¨¢metros expositivos convencionales, basados en la ordenaci¨®n cronol¨®gica, en la distinci¨®n y jerarquizaci¨®n de la alta y baja cultura, etc¨¦tera. De ah¨ª que Jard¨ªn de Eros muestre, en este sentido, objetos kitsch, postales y otros documentos extra¨ªdos de la vida misma, destinados a que el espectador vea las diferencias entre los objetos art¨ªsticos y su tan frecuente degradaci¨®n o banalizaci¨®n. Varios grabados de los siglos XVIII y XIX muestran, por ejemplo, como ya hace 100 o 200 a?os pod¨ªa hablarse de un kitsch er¨®tico. En suma, se trata de una exposici¨®n fuertemente reflexiva cuyo prop¨®sito no es otro que hacer pensar al visitante sobre este tema tan humano y complejo como es el erotismo.
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