HORAS GANADAS Profetas RAFAEL ARGULLOL
Si el siglo XX hubiera acabado tras la II Guerra Mundial, no habr¨ªa duda de que su profeta m¨¢s representativo ser¨ªa Friedrich Nietzsche. Nadie como ¨¦l hab¨ªa anticipado oscuramente pero, asimismo con genial paradoja, n¨ªtidamente el violento oleaje ideol¨®gico que acabar¨ªa inundando Europa tras el tenso vaiv¨¦n de dictaduras y revoluciones. Este car¨¢cter prof¨¦tico de Nietzsche, la seducci¨®n de sus visiones y el poder de sus presagios, no pasaron desapercibidos pese al escaso ¨¦xito acad¨¦mico de sus escritos, y lo cierto es que, ya en la ¨²ltima d¨¦cada de su vida, postrado mentalmente, la influencia del fil¨®sofo no dej¨® de aumentar continuamente en los c¨ªrculos literarios y art¨ªsticos. El viraje del siglo -con la muerte de Nietzsche en 1900- estuvo marcado por su estela, casi por su estigma, como puede deducirse de los escritos simbolistas y expresionistas, aunque no en menor medida de los manifiestos libertarios de la ¨¦poca. Pero Nietzsche ten¨ªa una clara conciencia de su tentativa prof¨¦tica y, al menos en alguna de sus vertientes estil¨ªsticas, as¨ª lo pon¨ªa de manifiesto. La culminaci¨®n de este lenguaje para la humanidad futura -desagradable, por tanto, a pesar de su belleza -la hallamos en As¨ª habl¨® Zaratustra, su libro m¨¢s inmediatamente c¨¦lebre, aunque sus otras obras nunca est¨¢n exentas del furor del vidente. S¨®lo la iron¨ªa, en la que tambi¨¦n era maestro, y el gusto literario salvan a Nietzsche de sus fantas¨ªas redentoras. Prolongado, no obstante, el siglo XX media centuria m¨¢s, dejadas atr¨¢s las grandes guerras y revoluciones europeas e incluso, por el momento, el espectral apocalipsis de la guerra fr¨ªa, inmersos en la perspectiva del horizonte ¨²nico -un imperio, un sistema, una mitolog¨ªa-, la silueta prof¨¦tica de Friedrich Nietzsche aparece debilitada ante la de otro profeta, involuntario ¨¦ste, que no preconizaba cataclismo alguno para el futuro puesto que ni siquiera ten¨ªa el convencimiento de poder captar los indicios del presente: Kafka. A diferencia de Nietzsche, Franz Kafka parece estil¨ªsticamente ajeno a sus posibilidades como profeta. Tiene presentimientos, pero no presagios, y sus personajes son de una paciencia poco acorde con los furores visionarios. En su obra no se dictan alternativas al porvenir, quiz¨¢ porque en la perspectiva de sus h¨¦roes el porvenir no es sino una inacabable espera. Sin embargo, ning¨²n otro escritor supo encarnar de tal modo y con tal anticipaci¨®n nuestros a?os. Kafka, como Musil o Kraus, manejaba como materia prima favorita de su literatura la burocracia austroh¨²ngara y los laberintos emocionales de un mundo brutalmente escindido entre lo tradicional y lo moderno. Pudo, por tanto, convertirse en cronista de aquella sociedad. Pero, en realidad, invirti¨® el punto de vista; la impresionantemente densa y atrasada Administraci¨®n austriaca adquiri¨® el rango de tortuosa intuici¨®n acerca de los mecanismos universales que dominar¨ªan el futuro. En la red inextricable en que se adentraba la organizaci¨®n social humana Kafka realiz¨® dos descubrimientos decisivos, no s¨®lo para su tiempo, sino tambi¨¦n para el nuestro: la imposibilidad de establecer el origen primero de las normas y la imposibilidad de identificar el destino de las decisiones. El proceso, una de sus obras maestras, expone la primera de las posibilidades a trav¨¦s de la detenci¨®n y el procesamiento de Josef K. La acusaci¨®n es tan fantasmal como la esperanza de absoluci¨®n. El hombre se ve atrapado en la jerarqu¨ªa del absurdo, el sustituto final de todas las jerarqu¨ªas establecidas por la humanidad a lo largo de su historia. El problema es que en un estadio semejante la ley se hace tanto m¨¢s omnipresente cuanto mayor es la sospecha acerca de su origen. En el fragmento Sobre la cuesti¨®n de las leyes, Kafka formula la hip¨®tesis de que, en ¨²ltima instancia, tras el aparato de poder no haya ley alguna. Kafka, como profeta de la inercia, arrincona y sustituye a los profetas del cambio. La legislaci¨®n m¨¢s refinada es aquella que oculta al hombre la inexistencia de ley, sugestion¨¢ndole, adem¨¢s, con su potencia universal e inexcusable. No obstante, siendo esto determinante, todav¨ªa lo es m¨¢s que la inercia impida vislumbrar el rumbo de elecciones humanas aparentemente libres. Al advertir sobre la fragmentaci¨®n indefinida de la existencia -y sobre nuestra impotencia para reconstruir los fragmentos- Franz Kafka fue uno de los escritores que m¨¢s insistentemente pusieron de relevancia el riesgo de monstruosidad moral de una vida supuestamente atenta a los c¨®digos. En este sentido la metamorfosis de Gregorio Samsa, el hombre convertido en insecto, es s¨®lo la met¨¢fora por la que toma cuerpo lo monstruoso que late en la vida cotidiana. Pero esa pesadilla secreta, a veces inconfesable, a veces simplemente inconsciente, no ata?e s¨®lo al viejo territorio de la censura, sino tambi¨¦n al mucho m¨¢s actual e incomunicable de la autocensura. El siglo, que se inici¨® al ritmo fren¨¦tico de las voluntarias profec¨ªas de Nietzsche, languidece con el tempo lento del involuntario profeta Kafka: m¨¢s all¨¢ del v¨¦rtigo, del que tanto nos enorgullecemos, la representaci¨®n transcurre con una indolencia, que no sabemos a donde conduce, espor¨¢dicamente interrumpida por sobresaltos de temor. Y aun cuando nos congratulamos de que hayan desaparecido los estridentes tambores de otro tiempo, no dejamos de escuchar, al fondo, el incordiante zumbido del monstruoso insecto.
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