Efectos colaterales
SEGUNDO BRU Cuando en 1991 Rita Barber¨¢ se alz¨® con la alcald¨ªa de Valencia pese a haber sido derrotada contundentemente en las urnas por la candidata socialista, que obtuvo 50.000 votos m¨¢s que ella, lo que se traduc¨ªa en cuatro concejales de diferencia, el posterior pacto con Uni¨®n Valenciana por el que se imped¨ªa el gobierno de la lista m¨¢s votada, fue presentado como "el respeto a la voluntad popular". Hoy, cuando las ca?as de los acuerdos poselectorales se tornan lanzas contra los populares, sus militantes reciben en los boletines de informaci¨®n interna consignas espec¨ªficas de denunciar cualquier pacto que les haya arrojado del poder, siendo los m¨¢s votados, como una vergonzosa usurpaci¨®n de la misma voluntad popular. Los pactos dirigidos a construir mayor¨ªas donde ning¨²n partido la tiene claramente son, ya lo explicaba el otro d¨ªa el profesor Mart¨ªnez Sospedra en esta misma p¨¢gina, consustanciales e inherentes al propio sistema parlamentario en el que son los representantes del electorado -y no ¨¦ste de forma directa- quienes deciden el alcalde o eligen al presidente. Pero el hecho de que la fragmentaci¨®n electoral pueda conducir a situaciones en que se requieran acuerdos a varias bandas ni quita ni pone legitimidad a los mismos. La mayor¨ªa es una cuesti¨®n puramente aritm¨¦tica, los juicios de valor pertenecen a otra dimensi¨®n. Y frente a ella s¨®lo cabe adoptar la postura de Job: los gobiernos la mayor¨ªa los da y la mayor¨ªa los quita, bendito sea pues su santo nombre. Pero, junto con la evidencia de que los socialistas disponen en Espa?a de un suelo electoral de hormig¨®n armado, la gran sorpresa para los populares ha sido la mayor capacidad que el PSOE est¨¢ demostrando a la hora de aglutinar acuerdos tras las elecciones. Y en cualquier actividad, sea empresarial, militar o pol¨ªtica, quien est¨¢ en condiciones de pactar ampliamente dispone de una considerable ventaja estrat¨¦gica. Lo curioso del caso que nos ocupa es que nada en la situaci¨®n interna de los socialistas y en sus expectativas de gobierno parec¨ªa indicar que pudieran desplazar a los populares como eje de futuros acuerdos. Hay que buscar, entiendo, otras causas ex¨®genas, como son por una parte el hundimiento de IU que fuerza el cambio de actitud de Anguita y, por lo que se refiere a otra formaciones minoritarias, la propia conducta del PP que ha conducido a diversos partidos regionalistas a sentir un m¨¢s que justificado terror a repetir los pactos con ellos. Y todo ello no es en absoluto ajeno a que, tras ver rapadas las barbas de UV, partidos similares hayan preferido buscar acuerdos con los socialistas antes que volver a poner las suyas en remojo gobernando con los populares, tan dados ellos al canibalismo en sus coaliciones. O sea que el indiscutible ¨¦xito personal de Zaplana al fagocitar electoralmente a sus antiguos socios valencianistas es, a mi entender, la principal causa de que el PP pierda el gobierno en Arag¨®n y Baleares, por no hablar de la alcald¨ªa de Sevilla y otras ciudades. No s¨¦ c¨®mo lo consideraran ellos pero si yo fuese Santiago Lanzuela, Jaume Matas, o el mismo Javier Arenas, me detendr¨ªa a pensar que con victorias como la de Zaplana, cuyos efectos colaterales acaban desertizando pol¨ªticamente el entorno para su partido, lo de Pirro fue una broma. Muy cara le ha costado al PP la mayor¨ªa absoluta de aqu¨ª.
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