Los pies de Fataumata
No conozco a esa se?ora, pero su ex¨®tico nombre, Fataumata Touray, su pa¨ªs de origen, Gambia, y su residencia actual, la catalana ciudad de Banyoles, me bastan para reconstrituir su historia. Una historia vulgar y predecible a m¨¢s no poder, comparable a la de millones de mujeres como ella, que nacieron en la miseria y probablemente morir¨¢n en ella. Ser¨ªa est¨²pido llamar tr¨¢gico a lo que acaba de ocurrirle ?porque acaso hay algo, en la vida de esta se?ora, que no merezca ese calificativo teatral? Para Fataumata y sus cong¨¦neres morir tr¨¢gicamente es morir de muerte natural.No necesito ir al hospital Josep Trueta, de Girona, donde ahora est¨¢n sold¨¢ndole las costillas, las mu?ecas, los huesos y los dientes que se rompi¨® al saltar por una ventana del segundo piso del edificio donde viv¨ªa, para divisar su piel color ¨¦bano oscuro, su pelo pasa, su nariz chata, sus gruesos labios, esos dientes que fueron blanqu¨ªsimos antes de quebrarse, sus ojos sin edad y sus grandes pies nudosos, hinchad¨ªsimos de tanto caminar.
Son esos enormes pies agrietados, de callos geol¨®gicos y u?as viol¨¢ceas, de empeines con costras y dedos petrificados, lo que yo encuentro m¨¢s digno de admiraci¨®n y reverencia en la se?ora Fataumata Touray. Est¨¢n andando desde que ella naci¨®, all¨¢, en la remot¨ªsima Gambia, un pa¨ªs que muy poca gente sabe d¨®nde est¨¢, porque ?a qui¨¦n en el mundo le interesa y para qu¨¦ puede servir saber d¨®nde est¨¢ Gambia? A esos pies incansables debe el estar todav¨ªa viva Fataumata Touray, aunque es dificil¨ªsimo averiguar de qu¨¦ le ha servido hasta ahora semejante proeza. All¨¢, en el ?frica b¨¢rbara, echando a correr a tiempo, esos pies no la salvaron sin duda de la castraci¨®n femenina que practican en las ni?as p¨²beres muchas familias musulmanas, pero s¨ª de alguna fiera, o de plagas, o de esos semidesnudos y tatuados enemigos que, por tener otro dios, hablar en otra lengua, o haber heredado otras costumbres, estaban empe?ados en desaparecerla a ella, sus parientes y toda su tribu.
Aqu¨ª, en la civilizada Espa?a, en la antiqu¨ªsima Catalu?a, esos pies alertas la salvaron de las llamas en que quer¨ªan achicharrarlos a ella y a buen n¨²mero de inmigrantes de Gambia, otros enemigos, tatuados tambi¨¦n probablemente, y sin duda rapados, y desde luego convencidos, como aquellos salvajes, que Fataumata y su tribu no tienen derecho a la existencia, que el mundo -quiero decir Europa, Espa?a, Catalu?a, Banyoles- estar¨ªa mucho mejor sin su negra presencia. Tengo la absoluta certeza de que, en la vida a salto de mata que lleva desde que naci¨®, Fataumata no se ha preguntado ni una sola vez qu¨¦ horrendo crimen ha cometido su peque?a, su min¨²scula tribu ahora en v¨ªas de extinci¨®n, para haber generado tanta animadversi¨®n, para despertar tanta ferocidad homicida en todas partes.
Metiendo mis manos al fuego para que me crean, afirmo que el viaje protagonizado por esos pies formidables desde Gambia hasta Banyoles representa una odisea tan inusitada y temeraria como la de Ulises de Troya a ?thaca (y acaso m¨¢s humana). Y, tambi¨¦n, que lo que dio fuerzas a la mujer encaramada sobre esos peripat¨¦ticos pies mientras cruzaba selvas, r¨ªos, monta?as, se apretujaba en canoas, sentinas de barcos, en calabozos y pestilentes albergues infestados de ratas, era su voluntad de escapar, no de las flechas, las balas o las enfermedades, sino del hambre. Del hambre vienen huyendo esos pies llagados desde que Fataumata vio la luz (en una hamaca, en un claro del bosque o a orillas de un arroyo), del est¨®mago vac¨ªo y los v¨¦rtigos y calambres que da, de la angustia y la rabia que produce no comer y no poder dar de comer a esos esqueletitos con ojos que en maldita hora pari¨®. El hambre hace milagros, estimula la imaginaci¨®n y la inventiva, dispara al ser humano hacia las empresas m¨¢s audaces. Miles de espa?oles, que hace cinco siglos pasaban tanta hambre como Fataumata, escaparon de Extremadura, Andaluc¨ªa, Galicia, Castilla, y realizaron esa violenta epopeya: la conquista y colonizaci¨®n de Am¨¦rica. Fant¨¢stica haza?a, sin duda, de la que fueron copart¨ªcipes, entre much¨ªsimos otros, mis antecesores paternos, los hambrientos Vargas, de la noble y hambrienta tierra de Trujillo. Si hubieran comido y bebido bien, vivido sin incertidumbre sobre el alimento de ma?ana, no hubieran cruzado el Atl¨¢ntico en barquitos de juguete, invadido imperios multitudinarios, cruzado los Andes, saqueado mil templos y surcado los r¨ªos de la Amazon¨ªa; se hubieran quedado en casita, digiriendo y engordando, adormecidos por la molicie. Quiero decir con esto que la se?ora Fataumata Touray, a la que quisieron quemar viva en Banyoles por invadir tierras ajenas y tener una piel, una lengua y una religi¨®n distintas de las de los nativos, es, aunque a simple vista no lo parezca, una hembra de la raza de los conquistadores.
Hace apenas cuarenta a?os otra oleada de miles de miles de espa?oles -no es excesivo suponer que entre ellos figuraban algunos t¨ªos, abuelos y hasta padres de los incendiarios de Banyoles- se esparci¨® por media Europa, ilusionada con la idea de encontrar un trabajo, unos niveles de vida, unos ingresos, que la Espa?a pobretona de entonces era (como la Gambia de hoy a Fataumata) incapaz de ofrecerles. En Alemania, en Suiza, en Francia, en Inglaterra, trabajaron duro, sudando la gota gorda y aguantando humillaciones, discriminaciones y desprecios sin cuento, porque eran distintos, los negros de la Europa blanca. ?sa es vieja historia ya. Los espa?oles ya no necesitan ir a romperse los lomos en las f¨¢bricas de la Europa pr¨®spera, para que las familias murcianas o andaluzas puedan parar la olla. Ahora cruzan los Pirineos para hacer turismo, negocios, aprender idiomas, seguir cursos y sentirse europeos y modernos. No hay duda que lo son. Espa?a ha prosperado much¨ªsimo desde aquellos a?os en que exportaba seres humanos, como hace ahora Gambia. Y la memoria es tan corta, o tan vil, que un buen n¨²mero de espa?oles ya han olvidado lo atroz que es tener hambre, y lo respetable y admirable que es querer escapar de ¨¦l, cruzando las fronteras, inmigrando a otras tierras, donde sea posible trabajar y comer. Y se dan el lujo de despreciar, discriminar (y hasta querer carbonizar) a esos negros inmigrantes que afean el paisaje urbano.
Lo que Fataumata Touray hac¨ªa en Banyoles lo s¨¦ perfectamente, sin el m¨¢s m¨ªnimo esfuerzo de imaginaci¨®n. No estaba all¨ª veraneando, difrutando de las suaves brisas mediterr¨¢neas, saboreando los recios manjares de la cocina catalana, ni practicando deportes estivales. Estaba -repito que es la m¨¢s digna y justa aspiraci¨®n humana- tratando de llenarse el est¨®mago con el sudor de su frente. Es decir: fregando pisos, recogiendo basuras, cuidando perros, lavando pa?ales, o vendiendo horquillas, alfileres y colguijos multicolores en las esquinas, ofreci¨¦ndose de casa en casa para lo que hubiera menester, a veces ni siquiera por un salario sino por la simple comida. Eso es lo que hacen los inmigrantes cuando carecen de educaci¨®n e ignoran la lengua: los trabajos embrutecedores y mal pagados que los nativos se niegan a hacer. No deb¨ªa de irle tan mal a Fataumata en Banyoles, cuando, al igual que un buen n¨²mero de gambios, se qued¨® en esa bonita localidad, y puso a sus grandes pies a descansar. ?Pensaba que hab¨ªa llegado por fin la hora de la tranquilidad, de estarse quieta?
Vaya ilusi¨®n. Fataumata lo supo en la madrugada del 19 de julio, cuando, en la vivienda de inmigrantes de la calle de Pere Alsis donde vive, la despertaron las llamas y la sofocaci¨®n, y sus r¨¢pidos pies la hicieron saltar de la tarima y, luego de descubrir que las lenguas de fuego ya se hab¨ªan comido la escalera -los incendiarios sab¨ªan lo que hac¨ªan-, la lanzaron por una ventana hacia el vac¨ªo. Esos pies le evitaron una muerte atroz. ?Qu¨¦ importan esos estropicios que acaso le inutilicen las manos, las piernas e impidan a su boca masticar, si la alternativa era la pira? En cierto sentido, hasta cabr¨ªa decir que Fataumata es una mujer con suerte.
Esta es una historia banal, en la Europa de finales del segundo milenio, donde intentar quemar vivos a los inmigrantes de pieles o culturas o religiones ex¨®ticas -turcos, negros, gitanos, ¨¢rabes- se va volviendo un deporte de riesgo cada vez m¨¢s extendido. Se ha practicado en Alemania, en Francia, en Inglaterra, en Italia, en los pa¨ªses n¨®rdicos, y ahora tambi¨¦n en Espa?a. Alarmarse por ello parece que es de p¨¦simo gusto, una manifestaci¨®n de paranoia o de siniestras intenciones pol¨ªticas. Hay que guardar la serenidad e imitar el ejemplo del alcalde de Banyoles, se?or Pere Bosch, y del consejero de Gobernaci¨®n de la Generalitat, se?or Xavier Pom¨¦s. Ambos, con una envidiable calma, han negado enf¨¢ticamente que lo ocurrido fuera un atentado racista. El se?or Pom¨¦s ha a?adido, con ¨¦nfasis y poco menos que ofendido: "No se puede hablar de xenofobia en la capital del Pla de l"Estany". Bien, el prestigio de esa civilizada localidad queda inmaculado. Pero ?c¨®mo explicamos entonces que, con toda premeditaci¨®n y alevos¨ªa, unas manos prendieran fuego a la vivienda donde dorm¨ªan Fataumata y sus compatriotas? "A una gamberrada" (En otras palabras: una travesura, una mataperrada).
Ah, menos mal. Los j¨®venes que quisieron convertir en brasas a Fataumata Touray, no son racistas ni xen¨®fobos. Son gamberros. Es decir, muchachos d¨ªscolos, traviesos, malcriados. Se aburr¨ªan en las noches apacibles de la capital del Pla de l"Estany y quisieron divertirse un poco, intentar algo novedoso y excitante. ?No es t¨ªpico de la juventud transgredir la regla, insubordinarse contra las prohibiciones? Se excedieron, desde luego, nadie va a justificar lo que hicieron. Pero tampoco hay que magnificar un episodio en el que ni siquiera hubo muertos. Esta explicaci¨®n -inspirada en el noble patriotismo, sin duda- tiene un talon de Aquiles. ?Por qu¨¦ estos j¨®venes enfermos de tedio, nada racistas, no quemaron la casa del alcalde, el se?or Pere Bosch? ?Por qu¨¦ esos muchachos nada xen¨®fobos no hicieron un raid con su galones de gasolina hacia la vivienda del consejero se?or Pom¨¦s? ?Por qu¨¦ eligieron el cuchitril de Fataumata? S¨¦ muy bien la respuesta: por pura casualidad. O, tal vez: porque las casas de los inmigrantes no son de piedra sino de materiales innobles y arden y chisporrotean much¨ªsimo mejor.
?Se sentir¨¢ aliviada la se?ora Fataumata Touray con estas explicaciones? ?Sobrellevar¨¢ con m¨¢s ¨¢nimo su probable cojera y cicatrices ahora que sabe que sus quemadores no son racistas ni xen¨®fobos, sino unos chiquilines majaderos? Todo es posible en este mundo, hasta eso. Pero, de lo que estoy totalmente seguro es que ella no se quedar¨¢ a convivir con sus desconocidos incendiarios en la capital del Pla de l"Estany. Que, apenas salga del hospital, sus sabios pies se echar¨¢n una vez m¨¢s a andar, a correr a toda prisa, sin rumbo desconocido, por los peligrosos caminos llenos de fogatas de Europa, cuna y modelo de la civilizaci¨®n occidental.
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