S¨®lo Georgia recuerda a Stalin
Un museo, un monumento y una colecci¨®n de botellas recuerdan al dictador sovi¨¦tico en su patira chica
La memoria de Lenin se conserva en Rusia en miles de placas y monumentos, incluso despu¨¦s de la explosi¨®n de la URSS, aunque a veces con pol¨¦mica por medio, como la que ahora rodea al intento de Bor¨ªs Yeltsin de llevarse su momia del mausoleo de la plaza Roja de Mosc¨². En cambio, casi ha sido borrado el rastro de bronce, hierro, piedra o m¨¢rmol de su sucesor al frente del Estado sovi¨¦tico. Fue un antiguo seminarista georgiano llamado Iosif Dzhugashvili, pero que pas¨® a la historia (incluidas algunas de sus p¨¢ginas m¨¢s siniestras) con uno de sus nombres de revolucionario clandestino, Stalin.Pero hay al menos un lugar en el mundo en el que una encuesta revelar¨ªa que la mayor¨ªa de la poblaci¨®n valora m¨¢s en Stalin lo bueno que lo malo, su ciudad natal de Gori, en la rep¨²blica cauc¨¢sica ex sovi¨¦tica de Georgia. All¨ª, en su plaza principal, se levanta una enorme estatua de bronce del hombre que caus¨® la muerte directa (en los campos de concentraci¨®n o por un tiro en la nuca) de millones de sus compatriotas, y de muchos m¨¢s a causa de la hambruna desatada por las colectivizaciones salvajes.
Nadie puede negar hoy esta realidad hist¨®rica, ni siquiera sus paisanos de Gori, donde la represi¨®n no fue m¨¢s suave que en el resto de la URSS. Pero la mayor¨ªa de ellos prefiere recordar al Stalin que dirigi¨® la lucha contra el fascismo durante la II Guerra Mundial, una contienda que cost¨® a la URSS m¨¢s de 25 millones de vidas. Incluso el presidente georgiano, Edvard Shevardnadze, al que se atribuyen tentaciones de ilegalizar el partido comunista, reconoce que "ese Stalin", al que algunos llaman todav¨ªa "padrecito", es motivo de orgullo para todos los georgianos, igual que el "otro" s¨®lo genera "verg¨¹enza".
No muy lejos de la estatua monumental se conserva a¨²n la modesta casita en la que los padres de Iosif (¨¦l, zapatero; ella, costurera) alquilaron una habitaci¨®n, y en la que ¨¦l naci¨® el 21 de diciembre de 1879. Forma parte de un conjunto que incluye un espl¨¦ndido edificio creado ex profeso para albergar el museo de Stalin. All¨ª se muestra en fotograf¨ªas su vida entera, el rastro de sus siete detenciones y cinco fugas, y diversos objetos personales, incluidos los muebles de su primer despacho en el Kremlin y su m¨¢scara mortuoria, realizada poco despu¨¦s de su fallecimiento, acaecido en Mosc¨² el 5 de marzo de 1953.
En vida del dictador, m¨¢s de medio mill¨®n de personas visitaban al a?o en peregrinaci¨®n patri¨®tica este museo, hoy estatal y cuyo personal cobra sueldos de miseria. El de una gu¨ªa-historiadora, por ejemplo, es de 30laris al mes (poco m¨¢s de 2.000 pesetas). Ahora, los visitantes no pasan de 10.000 y muchos de ellos preguntan por la "otra cara" de Stalin, la peor, la que completa el retrato. Pero apenas si hay rastro de ella, excepto en algunas reproducciones de documentos, como una carta en la que Lenin recomendaba que se le destituyera como secretario general del partido comunista porque era "demasiado cruel".
El museo se completa, en el jard¨ªn contiguo, con el vag¨®n de tren especialmente acondicionado en el que Stalin efectuaba la mayor¨ªa de sus viajes, ya que ten¨ªa un terror casi supersticioso al avi¨®n, que s¨®lo utiliz¨® una vez en su vida para asistir en noviembre de 1943 a la conferencia de Teher¨¢n.
A los georgianos, que presumen de cultivar m¨¢s de 500 variedades de uva, les gusta se?alar que Stalin era un entendido en los caldos de su tierra. Shevardnadze asegura que su preferido era el Kindsmarauli, aunque dice que ¨¦l nunca le vio probarlo.
Hay en Tbilisi, la hermosa capital georgiana, una antigua bodega estatal, hoy privatizada y que comercializa vinos bajo la etiqueta de Savane, que posee un impresionante museo con m¨¢s de 40.000 botellas de 1.700 marcas. Pero lo que m¨¢s atrae la atenci¨®n externa es una colecci¨®n de 450 botellas regaladas a Stalin.
La firma Christie"s ha intentado, sin ¨¦xito, convencer a los due?os de que la dejen sacarlas a subasta, convencida de que valen una fortuna. Lev¨¢n Demetrazhe, el en¨®logo jefe, se muestra orgulloso de que se resista la tentaci¨®n y, aunque no deja traslucir su opini¨®n de Stalin como pol¨ªtico, s¨ª opina sobre sus cualidades de catador: "Distingu¨ªa mucho los sabores, pero beb¨ªa poco. Y le divert¨ªa emborrachar a los dem¨¢s, por ejemplo a Jruschov". No le faltaba con qu¨¦. En tiempos sovi¨¦ticos, y s¨®lo de esta bodega, llegaban cada mes al Politbur¨® comunista m¨¢s de 1.000 botellas.
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