Ning¨²n amor por las geograf¨ªas IGNACIO VIDAL-FOLCH
Hace unos pocos d¨ªas Juan Pablo Ballester estrenaba su condici¨®n legal de asilado pol¨ªtico, pero ya hace mucho que no frecuenta los restaurantes de comida cubana, los bares con m¨²sica de su tierra, ni lee las revistas de los inmigrantes. Todav¨ªa le preguntan a menudo si no extra?a a la familia, a los amigos que dej¨® en Cuba. Responde: "No"; sus amigos ya no viven en la Isla, y de hecho, ahora que por fin puede viajar legalmente fuera de Espa?a, el primer pa¨ªs que piensa visitar es Estados Unidos, donde la mayor¨ªa de ellos se han refugiado. Biznieto de un catal¨¢n que emigr¨® a Cuba y luch¨® como soldado voluntario en la guerra del 98, y que all¨ª se qued¨® -el sable todav¨ªa cuelga de una pared en el piso de los abuelos en Matanzas-, Ballester curs¨® los doce a?os de estudios de Bellas Artes y luego llev¨® una vida profesional activa como artista, lo que le permiti¨® gestionarse un visado para viajar a Madrid en 1991 y participar en una exposici¨®n que s¨®lo exist¨ªa en su mente y en la de los amigos que enviaron la solicitud. Para costearse el billete de avi¨®n, su madre le dio su anillo de compromiso, una joya, herencia de familia. "Y la pobre estaba encantada de que yo me fugase", dice Ballester. Por todo equipaje, cuarenta d¨®lares en el bolsillo y una maleta con las diapositivas de sus trabajos y un mont¨®n de fotograf¨ªas de la familia: "Lo que me daba terror era que por ese detalle me adivinasen en la aduana la intenci¨®n de fugarme", recuerda. Emigr¨® harto de su pa¨ªs, no s¨®lo por una convicci¨®n intelectual de asqueo del Estado policial, sino tambi¨¦n como consecuencia del desmoronamiento de todo. "Los cacareados "logros de la revoluci¨®n" se fueron al carajo cuando Gorbachov visit¨® La Habana, no para anunciar la llegada de la perestroika, como todos cre¨ªamos esperanzados, sino para anunciar que se hab¨ªa acabado la ayuda rusa, que es de lo que viv¨ªa Cuba". Una vez en Espa?a, consigu¨ª¨® un empleo por tres meses como camarero en un restaurante cubano en Barcelona, y en esta ciudad, donde ha reanudado su actividad como artista, lleva ya seis a?os. Han quedado atr¨¢s las primeras extra?ezas: "como que todo el mundo hablase de dinero, de cu¨¢nto te ha costado esto, cu¨¢nto voy a cobrar por lo otro... En Cuba el dinero apenas existe. Tambi¨¦n fue un choque descubrir que aqu¨ª existe algo llamado la Seguridad Social; en las clases de marxismo nos hab¨ªan dicho que en los pa¨ªses capitalistas, o eres rico o, si enfermas, te mueres en la calle. M¨¢s duro fue descubrir que, como emigrante ilegal, no ten¨ªa derecho a acogerme a ella". Los primeros a?os en Espa?a fueron "de agobio". "Como no ten¨ªa contrato, no pod¨ªa alquilar un piso. Como no ten¨ªa permiso de residencia, no pod¨ªa salir de Espa?a. Amigos que me hab¨ªan recibido cordialmente, al enterarse de que pensaba quedarme, me dieron la espalda; supongo que ver¨ªan en m¨ª a una posible fuente de problemas econ¨®micos. He hecho estancias en tres comisar¨ªas de Barcelona; en 1997 me internaron en el centro de expulsi¨®n de Murcia -una especie de campo de concentraci¨®n, con sus alambradas y todo- para deportarme a Cuba, de lo que me salv¨® la intervenci¨®n del Defensor del Pueblo". Todas esas experiencias han sido incorporadas a sus fotograf¨ªas, con la creaci¨®n de un proyecto art¨ªstico y autobiogr¨¢fico titulado Basado en hechos reales, que va creciendo a?o tras a?o. Actualmente participa en dos exposiciones colectivas -en la galer¨ªa Art al Rec de Barcelona y en el centro del Muelle de la R¨¢bida de Huelva-, en noviembre expondr¨¢ sus ¨²ltimas obras en una galer¨ªa barcelonesa y en el a?o 2000, lo har¨¢ en la Casa de las Am¨¦ricas de Madrid. Adem¨¢s del sentido existencial de inestabilidad, com¨²n a todos los exiliados, y aunque Ballester est¨¢ dotado de un sentido del humor y de una vitalidad explosivos, carg¨® alguna de las neurosis t¨ªpicas de los que proceden de una dictadura comunista: la paranoia de que sus conversaciones telef¨®nicas son escuchadas, el correo es le¨ªdo, los alrededores hierven de chivatos y un desasosiego parecido a la claustrofobia cuando entra en el vest¨ªbulo un hotel: en la entrada de un hotel de La Habana, adonde hab¨ªa ido a entregar una carta a un turista espa?ol, fue detenido por la polic¨ªa. En Barcelona comparte piso con otra emigrante cubana. Ambos padecen "una man¨ªa de manual de psiquiatr¨ªa: cada medio a?o tenemos que vaciar la casa, hay que desprenderse de los libros, los muebles, las cosas que no sean extrictamente imprescindibles, debatir si vale la pena o no conservar cada libro. Como si hubiera que estar siempre preparado para hacer la maleta y levantar el vuelo". Menos angustioso, pero tambi¨¦n irritante para un hombre que como ¨¦l se considera de izquierdas, es soportar el filiste¨ªsmo "progre" de quienes le afean que escapase de aquella dictadura o elogian la sanidad y la ense?anza gratuitas castristas "que se mantienen con el porcentaje que se sustrae de los salarios..., pero la ret¨®rica revolucionaria lo atribuye a la grandeza de la Revoluci¨®n, como si Fidel en persona pagase, magn¨¢nimo, los hospitales. A veces todav¨ªa me sublevo, como durante una cena a la que asist¨ªa un psiquiatra barcelon¨¦s que elogiaba el aspecto de los cubanos, y explicaba a la parroquia que como all¨ª se come menos y se hace mucha bicicleta, todos los cubanos est¨¢n de muy buen ver. A punto estuve de tirarle la sopa a la cara. Pero por lo general, y a pesar de los problemas burocr¨¢ticos, olvido que no soy de aqu¨ª. Y como de todas formas estoy perdiendo el acento cubano, cuando me preguntan, digo que soy canario o andaluz, y as¨ª eludo los "interrogatorios" y las discusiones sobre lo obvio y las opiniones de los que han visitado Cuba en un viaje de turismo de quince d¨ªas y a su regreso quieren explicarme c¨®mo es mi pa¨ªs". Le decimos a Ballester que puesto que "vive y trabaja en Catalu?a", ahora es catal¨¢n, y se encoge de hombros: "No creo en el amor a las geograf¨ªas. Me da igual haber ca¨ªdo aqu¨ª o en Filipinas; lo decisivo son las cosas peque?as, el c¨ªrculo de unos cuantos amigos". El discurso nacionalista de la cultura oficial y el fundamentalismo de la normalizaci¨®n ling¨¹¨ªstica le caen "como una bomba en la cabeza, y no por frivolidad o est¨¦tica, sino porque procedo de un pa¨ªs que tambi¨¦n manipula la cultura con fines pol¨ªticos; moralmente no me puedo abstraer de estas cosas que me recuerdan que soy un extranjero; me duele, por ejemplo, que una plaza en el Institut del Teatre quede desierta porque los aspirantes no dominaban el catal¨¢n; y, en general, que gran parte de la cultura est¨¦ subvencionada por la Generalitat y, por consiguiente, siga el discurso oficial; me afecta moralmente y en abstracto. Aunque en lo pr¨¢ctico y en la vida cotidiana no me ha influido tanto, casi siempre he trabajado con la iniciativa privada". Repasamos los t¨®picos sobre los catalanes: ?es cierto que somos cerrados, emocionalmente fr¨ªos? "Hay de todo, pero s¨ª es cierto. Cuando intentan consolarme, siempre me dicen que los catalanes tardan en abrirse y cuando lo hacen es para toda la vida, pero entretanto me lo he tenido que currar tanto que estoy aburrido y ya no me interesa. Cuando alguien no es as¨ª, seguro que es charnego, que su padre o su madre es de Burgos, Huelva o Londres, o de cualquier otro lugar...".
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