Guiris
MARTA SANTOS Que una no conozca a su padre, tiene un pase. Pero que una no conozca su ciudad, es como para poner una reclamaci¨®n y solicitar el gentilicio de otra, cualquiera, la de enfrente mismo, aunque s¨®lo sea por desesperaci¨®n. Hasta hace media hora, yo era de las chulas que se preciaban de que por las veraniegas calles de nuestra ciudad no hollaba ni un pu?etero guiri. Qu¨¦ paz, pensaba yo. Sin anglosajones, sin protestantes, sin calvinistas, sin residuos del Mayflower, sin personajes de Ingmar Bergman que van por las playas del Levante jugando al ajedrez con la muerte entre la arena. Sin tener que ver esas carnes blancas, a medio hacer, que dan la sensaci¨®n de una croqueta cruda, una alb¨®ndiga sin fre¨ªr s¨®lo apta para el paladar de can¨ªbales salvajes o desesperadas con faja. Sin peluqueras de Liverpool que vienen a matar el hambre, compran una navaja toledana con la hoja de papel Albal y exigen al dependiente que las atienda en ingl¨¦s. Sin obreros de Bremen que se cocinan el torso en San Miguel y en cuanto ven una peluca negra se lanzan al trasero que la soporta sin pararse a mirar si la peluca la lleva Santiago Carrillo o una. Sin bostonianos que se quedan despavoridos en el metro, como si el ¨²nico metro del mundo fuese el de Boston, que comunica con pasillos que tienen calefacci¨®n en vez de, como el nuestro, comunicar con guardas de seguridad que llevan la calefacci¨®n en el car¨¢cter. Sin ver por la Gran V¨ªa a personajes de tebeo: Do?a Croqueta con vestido floreado y pamela de rejilla; el doctor Livingstone, con bermudas verdes y calcetines a rombos; el guerrero Fukiyama, con gafas de culo de botella y siete c¨¢maras colgando de cada extremidad. Se nos termin¨® la buena vida. El efecto Guggenheim pronto saldr¨¢ en ensayos psicopatol¨®gicos y paranormales, al nivel del s¨ªndrome de Estocolmo, el efecto Doppler, la maldici¨®n azteca o el tri¨¢ngulo de las Bermudas. Bilbao se nos ha infestado de gente de pelo de color inveros¨ªmil y ojos desnaturalizados que camina por las calles haci¨¦ndonos preguntas como las que hac¨ªa Nancy, la de la tesis de Ram¨®n J. Sender: "?Cu¨¢l es el pluscuamperfecto del verbo yacer?" ?Pero si aqu¨ª nadie yace, hombre, por favor! ?Es verano y estamos de jarana! La gota que colm¨® el vaso me lleg¨® hace poco. Caminaba por las calles de Deusto y un monstruo abyecto con camiseta floreada, vaquero pret-a-la-basura, c¨¢mara Canon con teleobjetivo, telescopio y un ojo de verdad, se me acerc¨® y me sonri¨®; con esa sonrisa que ponen los guiris cuando ven a una espa?ola en Espa?a, que es una curva ascendente, justo el gesto inverso al que describe su boca cuando ven a una espa?ola en su pa¨ªs y la toman por turca. Todo ¨¦l era amarillo pastel, excepto los ojos, que ten¨ªan la tonalidad rojiza de los hamsters albinos. Llevaba un plano, un libro de viajes escrito en s¨¢nscrito -ingl¨¦s, alem¨¢n, qu¨¦ m¨¢s da, si todas son lenguas muertas-, folletos de todos los colores. Me pregunt¨®, maravillado, por la estatua del tigre que corona el conocido edificio de la Ribera. El hombre no sal¨ªa de su pasmo ante tanta belleza escult¨®rica, ante tanto residuo hist¨®rico, ante tanta creatividad suelta por las calles. Se esforz¨® en hablar ese papiamento que hablan los guiris cuando quieren hablar castellano, y entre papiamento y gestos le atend¨ª como pude. Mitad mercader fenicia y mitad co?a marinera, le solt¨¦ un impresionante discurso que atraves¨® todo el siglo XX de la historia vasca. Le dije que el tigre era un vestigio del tardofranquismo y que hab¨ªa sido creado en los a?os cincuenta por el famoso escultor Mola, de todos conocido. Me pidi¨® que le anotara el nombre del artista en un papel y me extendi¨® un folleto de publicidad de un restaurante. All¨ª escritur¨¦ "Mola" y me qued¨¦ tan ancha. Me alej¨¦ mientras el tipo tomaba setecientas diapositivas con esos ojos abombados de ternero que ten¨ªa. Poco despu¨¦s, entre ca?a y ca?a, coment¨¦ el caso con una amiga y, entre carcajada y carcajada, atin¨® a informarme de que el famoso tigre era el logotipo de una antigua empresa de bicicletas. Est¨¢ claro: las bicicletas son para el verano y los guiris para el Tirol, de donde no deber¨ªan salir en su vida.
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