Viajes Sir Cook
ABILIO EST?VEZ1 Durante d¨ªas anduvo d¨¢ndole vueltas a la idea. Realiz¨® estudios de hipnotismo, pint¨® de negro uno de los salones de la casa, decidi¨® dejar un cuadrado blanco en una de las paredes, situ¨® en el sal¨®n una c¨®moda butaca y logr¨® disimular dos grandes bocinas. Alguna lejana noche fue la ocurrencia de rebautizarse: Sir Cook. Y escribir, con elegante caligraf¨ªa, un cartel a la entrada de la casa.
2 Porque no se llamaba, por supuesto, Sir Cook. El apellido lo tom¨® de una antigua agencia de viajes y de un viajero famoso. En cuanto al Sir, pens¨® (con l¨®gica) que lo acercar¨ªa al destino de un personaje admirado, as¨ª como que le dar¨ªa un toque de aristocracia o de credibilidad. Pero, antes que el nombre, fue la conciencia de que los otros participaban tambi¨¦n de su obsesi¨®n, y fueron adem¨¢s las fantas¨ªas del Sal¨®n Oscuro, de la hipnosis. Y mucho antes a¨²n, la fascinaci¨®n por los viajes o, como ¨¦l sol¨ªa decir, "por las lejan¨ªas". Lo cierto es que la visita de Ariam, aquel joven enamorado de Olivia, se?al¨® el momento justo en que tuvo lugar la iluminaci¨®n que, de modo tan rotundo, habr¨ªa de cambiar el rumbo de su existencia.
3 Nacido en La Habana cuarenta y tantos a?os atr¨¢s, Sir Cook experimentaba un odio visceral por la ciudad que lo hab¨ªa visto nacer. Lo m¨¢s probable resulta que hubiera muchas razones para ese desamor. Lo importante, en ¨²ltima instancia, ven¨ªa a ser el hecho desnudo de su desagrado por la ciudad en v¨ªas de destrucci¨®n. De La Habana lo detestaba todo (o casi): su grandeza venida a menos; su pobreza venida a m¨¢s; la violencia de sus ruidos: la ubicuidad de la m¨²sica; la intemperancia de su clima; la exageraci¨®n de su luz; la vulgaridad de sus nuevos habitantes (los verdaderos habaneros hab¨ªan huido hacia sitios m¨¢s promisorios). Para colmo, aquel horror de ciudad se estaba convirtiendo en para¨ªso de viajeros desagradables, que ven¨ªan en busca del "buen salvaje" y necesitaban despertar sus instintos embotados. A lo que debemos agregar la vida cotidiana, en extremo dificultosa. De La Habana s¨®lo admiraba la proximidad del mar.
4 Desde ni?o, Sir Cook se dedic¨® a la geograf¨ªa, a los viajes imaginarios. Entonces dec¨ªa que ser¨ªa marino como lo hab¨ªa sido el padre muerto. Y estudiaba libros, mapas, gu¨ªas tur¨ªsticas. Mientras sus compa?eros le¨ªan a Salgari, o a Verne, se entreten¨ªa ¨¦l con libros como Veinti¨²n a?os con los pap¨²es, Ascensi¨®n al Himalaya, Historias de un misionero en ?frica. Estudi¨® la vida de Col¨®n, Magallanes, Marco Polo, Darwin... Ya en la adolescencia quiso entrar en la escuela de marina o en la de aviaci¨®n. Result¨® rechazado por miop¨ªa y por asma (debilidades imperdonables en hombre de mar o cielo). Momento dif¨ªcil de su vida. Ten¨ªa quince a?os y no sab¨ªa a d¨®nde ir. S¨®lo cre¨ªa alcanzar la siguiente certeza: lo menos que puede hacer un hombre es recorrer lo m¨¢s posible el mundo en que vive. En cierta ocasi¨®n, en el colegio, la profesora habl¨® de un fil¨®sofo franc¨¦s que discurr¨ªa la siguiente teor¨ªa: un hombre dedicado a estudiar durante veinte a?os libros y mapas sobre Par¨ªs no era capaz de conocer lo que otro que s¨®lo caminara veinte minutos por los Campos El¨ªseos. La evidencia lo abrum¨®. Cuando termin¨® la ense?anza elemental decidi¨® no continuar los estudios. Consigui¨® trabajo en el aeropuerto, donde goz¨® estudiando la ilusi¨®n que brillaba en los ojos de los que part¨ªan y la sabidur¨ªa tangible en el m¨¢s insignificante gesto de los que llegaban.
5 Su pasi¨®n no decay¨® con los a?os. Se transform¨® en delirio. Como hab¨ªa quedado solo luego de la muerte de la madre, la casa entera conoci¨® la fascinaci¨®n de su due?o, y dej¨® acomodar una fabulosa colecci¨®n de libros de geograf¨ªa y de viajes. Postales y fotos de todas las lejan¨ªas se ordenaron y clasificaron en cuidados archivos. Las paredes se cubrieron de planisferios. El acopio de literatura y m¨²sica sobre los m¨¢s apartados y exquisitos lugares desplaz¨® de la casa cuanto exig¨ªa la ordinaria realidad. En una ocasi¨®n lleg¨® a ser casi enteramente feliz: la tarde en que un amigo le trajo el regalo de una colecci¨®n de pel¨ªculas que, de sus variadas vacaciones por el mundo, hab¨ªa tomado una acaudalada familia de antiguos y elegantes tiempos habaneros. Con viejos rollos de borrosas pel¨ªculas, remont¨® el Rin, subi¨® a la torre Eiffel, pase¨® por el Nilo, camin¨® por la Gran V¨ªa, se sent¨® en un caf¨¦ de Manizales, conoci¨® el Mar del Norte, el volc¨¢n Popocatepetl, la tristeza de Lima y la bah¨ªa de Nueva York.
6 No imagin¨®, sin embargo, que la inclinaci¨®n por las lejan¨ªas enfermara a muchos otros. Tan preocupado por s¨ª mismo, hab¨ªa dejado de interesarse por los dem¨¢s. Y tal vez se creyera un caso ¨²nico. Paseando un d¨ªa por el Malec¨®n, sin embargo, descubri¨® una multitud api?ada junto al muro. Hombres y mujeres se desped¨ªan (riendo, cantando, llorando) y se lanzaban en balsas al mar. Sir Cook no pudo concebir c¨®mo, en aquellas fr¨¢giles embarcaciones, eran capaces de enfrentar la peligrosa Corriente del Golfo. Entendi¨® que s¨®lo un furor similar al suyo pod¨ªa ser la causa de tanta locura. Aquel espect¨¢culo de desvar¨ªo fue juzgado por ¨¦l como una se?al. Corroborada luego por el gent¨ªo en los parques cercanos a los consulados donde cada cual intentaba hacer realidad el sue?o de su viaje.
7 A Viajes Sir Cook, la verdad, no le faltaron clientes. Sobre todo porque se trataba de un trabajo altruista, o lo que es lo mismo, porque Sir Cook nada cobraba. Su m¨¦todo podr¨ªa resumirse as¨ª: el interesado (paciente o viajero, como quiera llamarse) pasaba al Sal¨®n Oscuro. Deb¨ªa sentarse en la butaca. Preguntaba de inmediato Sir Cook a d¨®nde quer¨ªa viajar. De acuerdo con la respuesta, colocaba m¨²sica adecuada que, por lo disimulado de las bocinas, parec¨ªa que llegaba de ninguna parte o de todas a la vez. Proyectaba diapositivas, pel¨ªculas en el cuadrado blanco convenientemente dejado en la negrura de la pared. Iba conversando, al mismo tiempo, con voz convincente, cargada con los artificios de los conocimientos de hipnosis, y desarrollaba, en largo mon¨®logo, la descripci¨®n de la ciudad ansiada por el otro. Ordenaba al interesado (paciente o viajero) que cerrara los ojos. Abandonaba despu¨¦s el cuarto. En media hora, la hipnosis deb¨ªa completar los gozos de la lejan¨ªa verdadera.
8 Durante meses se regocij¨® con la experiencia de ver salir, de su Sal¨®n Oscuro, j¨®venes hermosas que re¨ªan o lloraban (depend¨ªa de los temperamentos) ante la visi¨®n alcanzada de inalcanzables ciudades (Par¨ªs, Roma, Lisboa, Marraquesh, Los ?ngeles, R¨ªo de Janeiro). Vio a ancianos a quienes un paseo por el Barrio G¨®tico de Barcelona hizo temblar de felicidad. Hubo ni?os que dieron saltos al conocer las pir¨¢mides de Egipto. Y mujeres tristes que se alegraron en Amsterdam, y mujeres alegres que se entristecieron en Buenos Aires. La mayor¨ªa de los adolescentes ped¨ªan Nueva York. Y abandonaban la oscuridad del cuarto con rostros iluminados y aturdidos.
9 Una tarde harta de calor apareci¨® un joven, muy joven, salido apenas de la adolescencia y envuelto en el fuerte aroma de un agua de colonia. Dijo llamarse Ariam. A Sir Cook lo conmovi¨® el aire un tanto marginal, bravuc¨®n, que a los dos minutos se transformaba en desamparo. Mostraba una piel blanqu¨ªsima, pelo y ojos negros, y una sonrisa amplia, triste, que se iluminaba con una muela de oro. Avergonzado, no abord¨® de inmediato su deseo por el viaje, mucho menos la ciudad elegida. Dijo que ten¨ªa una novia de catorce a?os y mostr¨® su foto. Al ver la fotograf¨ªa, Sir Cook comprendi¨®. Yo tambi¨¦n me hubiera enamorado, exclam¨® sin sonre¨ªr. Rubia como una walkiria, la adolescente revelaba una seria actitud de desaf¨ªo (y tambi¨¦n de miedo) ante la vida. Parece una actriz de cine italiana, declar¨® Sir Cook, que no record¨® el nombre de Marina Vlady. Los padres se la llevaron, afirm¨® Sir Cook con la voz fuerte y el tono suficiente de los adivinos. Ariam asinti¨®. ?C¨®mo se llama? Olivia. ?En qu¨¦ ciudad vive? El jovencito baj¨® la cabeza, se ruboriz¨®. En Palma de Mallorca, dijo. Vamos al Mediterr¨¢neo, vamos, vamos a Palma, voce¨® casi oper¨¢tico, jocoso, mientras conduc¨ªa al joven al Sal¨®n Oscuro y a la butaca. Se necesita fe, advirti¨® en susurro conciso. Como m¨²sica eligi¨® un disco de Maria del Mar Bonet. Estuvo bastante inspirado en las diapositivas y en el discurso. La circunstancia merec¨ªa inspiraci¨®n. Y habl¨® de las islas, de los reyes, de Chopin, de George Sand, de Robert Graves. Detall¨® el paisaje de monta?as y de playas, con toda la exactitud de que era capaz y con voz de capit¨¢n exaltado.
10 Cuando abandon¨® el Sal¨®n Oscuro, se supo conmovido. Iba dici¨¦ndose que ten¨ªa raz¨®n aquel famoso escritor: a veces la vida se parece a la mala literatura. Hab¨ªa dejado al joven con los ojos cerrados y una leve sonrisa. Esa actitud lo hizo pensar que la cosa marchaba. S¨®lo que en esta oportunidad, m¨¢s que en otras, se repiti¨® aquella duda que le provocaban los infelices que ve¨ªa salir del Sal¨®n Oscuro: y ahora, que regresas a la grosera realidad y te das cuenta de que el viaje no ha sido m¨¢s que ilusi¨®n, ?no te sientes estafado? Flaque¨®. En repetidas oportunidades hab¨ªa perdido la fe en su idea. Crey¨® a veces que resultaba m¨¢s sano ignorar la existencia de ciudades diferentes. M¨¢s saludable creer que La Habana constitu¨ªa el mundo y que las lejan¨ªas resultaban pura superstici¨®n. Ahora, no obstante, experimentaba casi la convicci¨®n del fracaso. El remordimiento lo hizo regresar al Sal¨®n Oscuro antes de que se cumpliera la media hora. Descubri¨® que el joven no estaba all¨ª. Ni en ning¨²n otro lugar de la casa o de la calle. En vano busc¨®, pregunt¨® a vecinos y parroquianos. Ariam, el joven enamorado, hab¨ªa desaparecido. En su lugar, s¨®lo el porfiado aroma del agua de colonia.
11 Despu¨¦s de la desaparici¨®n, Sir Cook no quiso recibir a nadie m¨¢s. Se encerr¨® en su mutismo y anduvo varios d¨ªas triste, preocupado, confuso. No quiso leer. No dese¨® estudiar ning¨²n mapa. Aborreci¨® la idea de las lejan¨ªas. Ni siquiera necesit¨® pasear por el Malec¨®n.
12 Un amanecer, por fin, se llen¨® de valor y entr¨® al Sal¨®n Oscuro. Crey¨® advertir el aroma de Ariam, el muchacho desaparecido, y eso le dio fuerzas. Repiti¨® el disco melanc¨®lico de Mar¨ªa del Mar Bonet. Regres¨® a las diapositivas de Palma, de Lluc, de Valldemosa. Vio el camino de Sant Jordi, los molinos de viento. Contempl¨® el cementerio de Dei¨¤ y la humilde tumba de Mr. Graves. Admir¨® la Costa de los Pinos, el puerto de Andraitx. De Son Servera lo sobresalt¨® una casa en cuyo jard¨ªn pastaban un burro y una yegua. Se necesita fe, repiti¨® en voz alta, fe y valent¨ªa. Con los ojos cerrados, se acomod¨® en el sill¨®n. Se sab¨ªa preparado. Sinti¨® que la serenidad lo invad¨ªa. Estaba convencido de que para el viaje s¨®lo se precisaba disposici¨®n e irrenunciable paciencia.
El ¨²ltimo libro publicado de Abilo Est¨¦vez es El horizonte y otros regresos (Tusquest)
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.