Espa?olas en Par¨ªs, moritas en Madrid
En la actual temporada tur¨ªstica, la presencia espa?ola en Marraquech puede dif¨ªcilmente pasar inadvertida. Grupos de j¨®venes y menos j¨®venes, pertrechados a menudo de todo lo necesario para su aventura "personalizada" en el desierto, pasean por los zocos de la medina vestidos de Coronel Tapioca o exploradores de El Corte Ingl¨¦s. Pisan fuerte y recio, en una actitud de condescendencia simp¨¢tica con los ind¨ªgenas. Discuten en los caf¨¦s de compras y regateos, de las maneras de eludir la invitaci¨®n aviesa de los bazaristas, de sus encuentros "casuales" con gu¨ªas no oficiales, del peligro hipot¨¦tico de hipot¨¦ticos carteristas. Una amiga me refiri¨® la irrupci¨®n de un mozo de mil bolsillos, distribuidos en su pantal¨®n, chaleco y gorro, en uno de los estancos m¨¢s concurridos de la plaza. Se hab¨ªa adelantado a la cola de los que esperaban y asest¨® contundentemente a su due?o: "?Eh, t¨², dame un paquete de rubio marroqu¨ª!". Me acord¨¦ de la frase de Borges: "Los espa?oles no hablan mejor que nosotros; hablan m¨¢s alto".Esta llegada masiva de nuevos ciudadanos europeos -lo somos ya, por la gracia de Dios, desde hace 14 a?os- me recuerda a veces la que, a comienzos de los sesenta, se volc¨® en Espa?a, ansiosa tambi¨¦n de sol y exotismo. ?Hablaban tal vez de nosotros aquellos franceses y alemanes como nosotros hablamos hoy de los moros? Mientras intentaba establecer un posible paralelo entre ambas situaciones y sus protagonistas, una compatriota admiradora como yo, dijo, "de Marruecos y los ¨¢rabes", se present¨® a saludarme en una de las terrazas a las que suelo ir al anochecer. Hab¨ªa seguido mi intervenci¨®n en alg¨²n acto cultural madrile?o y sintonizaba, afirm¨®, con mis ideas y sentimientos.
"S¨ª, es un pa¨ªs atrasado, pero me gusta. Aunque muchos digan que los moros son muy distintos de nosotros y que no te puedes fiar de ellos, si les educas un poco, te son fieles y se portan bien. Fig¨²rese que en casa tengo a una morita del norte, que habla espa?ol. La pobre no sab¨ªa ni jota de nuestra cocina ni de nuestras costumbres, y he debido ense?¨¢rselo todo: c¨®mo guisar, lavar la ropa en la lavadora, servir la mesa... Si no le dices "haz esto y eso y aquello", se queda sentada en un rinc¨®n, con la fatalidad de esa gente. Pero es limpia y muy escrupulosa con el dinero de la compra. A veces me olvido el monedero en casa y nunca me ha faltado nada...".
La m¨²sica sonaba de modo familiar en mis o¨ªdos. Aunque los emigrantes espa?oles de los cincuenta y sesenta del siglo que nos deja no naufragaban en pateras ni deb¨ªan escalar cercas con torres de vigilancia y alambre de p¨²as, sufr¨ªan no obstante de las humillaciones del racismo cotidiano y administrativo de los pa¨ªses de acogida. Jos¨¦ ?ngel Valente me recordaba hace poco que en 1955, los que llegaban a la estaci¨®n de Ginebra eran separados de los dem¨¢s viajeros y desinfectados por los servicios sanitarios suizos.
De vuelta a casa, mientras me esforzaba -empe?o in¨²til- en poner un poco de orden en mi biblioteca, di con el ejemplar de un manual destinado a ayudar a las sirvientas espa?olas reci¨¦n llegadas a Francia as¨ª como a sus amas todav¨ªa no adiestradas en el manejo del l¨¦xico dom¨¦stico en nuestra lengua indispensable al buen funcionamiento del hogar. Se titula Guide bilingue m¨¦nager, con el dibujo de una espa?olita con delantal y cofia, impreso en Par¨ªs en 1964.
Por una serie de circunstancias que no vienen al caso, el apartamento en el que viv¨ªa con Monique Lange se convirti¨® en oto?o de 1956 en un punto de cita de numerosas sirvientas de la regi¨®n valenciana (fue el a?o de la helada que quem¨® los naranjos y, a consecuencia de ello, millares de peones agr¨ªcolas emigraron con sus familias a la cercana, pero culturalmente remota, Europa). Gracias al c¨ªrculo de amistades de Monique, consegu¨ª colocar a una buena veintena de ellas, a veces en familias tan ilustres como la del etn¨®logo Levi-Strauss. Los domingos y d¨ªas festivos, les bonnes -as¨ª llamaban entonces las se?oras francesas a sus espa?olas- acud¨ªan a casa, solas o con sus maridos, y all¨ª discut¨ªan de las virtudes y defectos de sus patronas y patrones, de sus ritos y costumbres dom¨¦sticos y extra?os gustos culinarios. Un periodista aficionado al comadreo, de los que tanto abundan ahora, hubiera podido componer un sabroso art¨ªculo moteado de negritas sobre las intimidades, grandezas y miserias de algunos famosos.
Pero vuelvo al Guide bilingue m¨¦nager que el azar puso en mis manos. El manual se divide en una serie de apartados referentes a compras, cocina, lavado, planchado, servicio de mesa, etc¨¦tera, cuya lectura, treinta y pico a?os despu¨¦s, me supo a gloria. Por ello me permitir¨¦ reproducir algunos p¨¢rrafos del mismo para ilustraci¨®n del lector de hoy:
"Debe Vd. saber que la Espa?ola no es holgazana, sino dura al trabajo (sic) y no se queja de ¨¦l, sobre todo si se siente en confianza. No se inquiete si un d¨ªa encuentra su cocina invadida por un grupo de amigos o parientes espa?oles, reci¨¦n llegados a Francia sin nada para comer, ni d¨®nde dormir... pero sobre todo no piense que tiene que hospedar, a la fuerza, a toda Espa?a y que los Espa?oles son unos invasores y unos frescos...".
"El Espa?ol tiene el sentido del deber y no el de la reivindicaci¨®n, tan querido del Franc¨¦s. En general, no se queja y acepta su condici¨®n, con esa fatalidad heredada de la ocupaci¨®n ¨¢rabe".
"No intente tampoco discutir y razonar, utilizando su l¨®gica deductiva francesa. En la mayor¨ªa de los casos, el Espa?ol no le comprender¨¢, pues es m¨¢s bien intuitivo".
"Con buena voluntad de las dos partes para adaptarse, para aceptar mutuamente las diferencias de mentalidad... tendr¨¢ en su casa a una empleada espa?ola fiel, trabajadora y alegre...".
Tras estas generalidades sociol¨®gicas -cuyo posible parecido con las expuestas por la buena se?ora sobre su "morita" ser¨ªa pura coincidencia-, el manual se extiende en consejos y explicaciones tocantes a la limpieza, el silencio, las buenas maneras, todos los cuales merecer¨ªan una reproducci¨®n
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in extenso. Ante la imposibilidad de hacerlo, me limitar¨¦ a espigar de ejemplo las reflexiones acerca de la cocina:
"El trabajo de la empleada espa?ola consistir¨¢ en hacer bien la cocina cotidiana y los platos franceses m¨¢s corrientes... Es necesario que en adelante aqu¨¦lla se olvide de las costumbres espa?olas, muy diferentes de las nuestras, y no se acuerde de ellas sino el d¨ªa en que la familia francesa, ¨¢vida de novedad y folklore, le pedir¨¢ de (sic) hacer un plato espa?ol t¨ªpico. El franc¨¦s tiene un privilegio -o una pega- con respecto a las otras naciones: ?tiene un h¨ªgado! Cu¨ªdelo y conserve intacto este ¨®rgano al cual (sic) nos interesamos tanto. No queremos decir con esto que la cocina espa?ola sea incomible ni menospreciada en Francia. ?Lejos de nosotros tal afirmaci¨®n, que ser¨ªa contraria a la realidad y a nuestros propios gustos! Pero el franc¨¦s est¨¢ muy orgulloso de la reputaci¨®n de su cocina y se muestra puntilloso en preservarla", etc¨¦tera.
Fotocopi¨¦ algunas p¨¢ginas del manual con la intenci¨®n de ofrec¨¦rselas a mi simp¨¢tica interlocutora madrile?a; pero no volv¨ª a verla en el caf¨¦. Escuch¨¦, eso s¨ª, varias conversaciones sobre los moros y Marruecos. Pese a las incomodidades del viaje y altas temperaturas de la estaci¨®n, el desierto parece haber fascinado a todo el mundo (sus habitantes, mucho menos). Pero no o¨ª ning¨²n comentario de mis compatriotas a la lectura de los diarios, con titulares referentes al muro de la verg¨¹enza de Ceuta, al naufragio de las pateras y al baile de m¨¢scaras de los giles y gilis de Melilla. Probablemente porque se trata de sucesos y hechos acaecidos en un planeta distinto.
Juan Goytisolo es escritor
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