Mike Leigh dibuja un inteligente retrato del Londres victoriano con sus m¨²sicas de opereta
Decepciona un intento similar dedicado a N¨¢poles y sus populares canciones callejeras
ENVIADO ESPECIALEl gran cineasta brit¨¢nico Mike Leigh aport¨® ayer al concurso Topsy-Turvy, una inteligente reconstrucci¨®n del periodo de las vidas del libretista William Gilbert y el compositor Arthur Sullivan que condujo al montaje en 1894 de su c¨¦lebre opereta Mikado, un hito legendario en la m¨²sica teatral y en la propia escena del Londres victoriano. Poco antes, el italiano Tonino di Bernardi busc¨® algo parecido en Apassionate: recrear una imagen actualizada del N¨¢poles de entreguerras a trav¨¦s de sus m¨¢s c¨¦lebres canciones callejeras. Un patinazo en toda la regla.
Entre una y otra aventura de cine musical, la Mostra acogi¨® dos filmes fuera de concurso en los que tambi¨¦n se puede encontrar, aunque m¨¢s distante, una cierta similitud del dispositivo argumental: ambas son historias triangulares de amor y sexo. En el primero, Con o sin m¨ª, Michael Winterbottom, director tan prol¨ªfico como irregular, vuelve a complicarse la vida y a emborronar la pantalla qued¨¢ndose m¨¢s atr¨¢s de donde ha demostrado -recu¨¦rdense I want you y Wonderland- que puede llegar en los territorios de la escuela del realismo documental brit¨¢nico. En el otro filme, titulado Los amantes criminales, Fran?ois Ozon triangula su relato con dosis masivas y dif¨ªcilmente tolerables de truculencia y juega, m¨¢s con la regla de c¨¢lculo de las ratas de cinemateca que con instinto de artista libre, al clis¨¦ surrealista del amor loco, que sigue haciendo estragos irreparables en el cine franc¨¦s. La pel¨ªcula quiere ser brutal, pero obviamente se queda s¨®lo en rebuscada.
Los amantes criminales pretende conmocionar, pero exagera demasiado sus aspectos siniestros, que son abrumadores, y esto le conduce sin querer al tropiezo de la caricatura sin gracia, por lo que no convence en absoluto el deforme, viscoso y sanguinario, casi monstruoso, itinerario hacia la conquista del sexo por una guapa parejita de adolescentes con mal funcionamiento de v¨ªsceras que se aman locamente, pero que necesitan degollar a viriles chicos magreb¨ªes, a astrosos maricas cazadores furtivos y a m¨ªseros emigrantes yugoslavos para motivar a sus arrugadas entrepiernas y ponerlas en posici¨®n de disparo. Obviamente, esta l¨²gubre lindeza acaba a tiro limpio, pero de las pistolas de la gendarmer¨ªa. No hace falta a?adir que tan asustante cuento resbala en la indiferencia y el retorcido coito se queda en un vulgar gatillazo.
Gatillazo, aunque de otra ¨ªndole, es el filme musical napolitano Apassionate, que es una obra no construida, sino tan s¨®lo hilvanada con torpones engarces entre canci¨®n y canci¨®n e historieta tras historieta, en un inh¨¢bil trofeo que al ser encadenado jam¨¢s alcanza la condici¨®n de unidad y se convierte en una sucesi¨®n desmembrada de huecos anticinematogr¨¢ficos rellenos de bellas m¨²sicas, que as¨ª propuestas no trasladan a la pantalla sus bellas y pegadizas cadencias, que hoy son ya patrimonio universal, pero que aqu¨ª quedan convertidas en una colecci¨®n de estampitas sonoras que no conciernen a nadie.
Nostalgias
Si Apassionate carece incluso de relevancia como cine local, no puede decirse lo mismo de Topsy-Turvy, que presumiblemente convocar¨¢ oleadas de buena nostalgia en la memoria de los londinenses. Las preciosas m¨²sicas de Sullivan son indagadas desde muy dentro por este descanso l¨ªrico que se ha tomado Mike Leigh entre el pu?etazo cr¨ªtico y la descripci¨®n de los destrozos del thatcherismo en su ciudad. Dice el gran cineasta que se ha permitido el descanso de "una ¨²ltima mirada hacia atr¨¢s, hacia un pasado que se difumina r¨¢pidamente, antes de embarcarme en un inminente viaje dentro del nuevo siglo". Y este anuncio de una nueva busca de secretos y mentiras en sus amargas y penetrantes visiones de los atolladeros de la sociedad brit¨¢nica da sentido a este filme musical, que es un poco m¨¢s que eso. Ese "poco m¨¢s" es lo que Topsy-Turvy tiene de zambullida de Leigh en su mundo de procedencia como artista: el teatro. Domina obviamente la materia en la que se mueve su evocaci¨®n y esto da firmeza a la secuencia, que discurre con exactitud y pleno dominio del paisaje humano e hist¨®rico que fluye en ella. Los tipos, los lugares, las atm¨®sferas, los interiores y los vaivenes emocionales de las vidas cotidianas de Gilbert y Sullivan, antes y durante el montaje de su opereta Mikado, son siempre cre¨ªbles porque son vida arrancada de su vibrante m¨²sica, cuyos acordes todav¨ªa flotan en los viejos escenarios londinenses.
S¨®lo una protesta, y nada trivial, contra el maestro Leigh: de las casi tres horas de su pel¨ªcula sobra, como poco, una, lo que es imputable a una nueva fechor¨ªa de la falsaria ecuaci¨®n entre director y autor. Mike Leigh ha hecho una pel¨ªcula para ¨¦l y de este abuso de adue?amiento autoral del director de Topsy-Turvy salen a relucir 60 o 70 minutos de aut¨¦ntico plomo cinematogr¨¢fico, completamente indigerible para el espectador com¨²n, al menos para el no brit¨¢nico. La pel¨ªcula es buena, pero ser¨ªa mucho mejor si un montador peluquero, ajeno a pruritos de autor¨ªa, metiera en su exceso de metraje un peine bien afilado y dejara la duraci¨®n del filme en la medida exacta que requiere lo que se nos cuenta en ¨¦l, sin respetar lo que opine de ello el ombligo del ilustre cineasta que la ha dirigido.
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