LA CR?NICA Novelas gemelas IMMA MONS?
Hubo un tiempo en que, cada vez que un amigo me incitaba a leer alguna novela que despu¨¦s me disgustaba o, a la inversa, si ese amigo despreciaba una lectura que yo le hab¨ªa propuesto, ca¨ªa en honda depresi¨®n. Quedaba claro, para m¨ª, que no ¨¦ramos almas gemelas y, convencida de que, como dijo Katherine Mansfield, nuestros amigos son la personificaci¨®n m¨¢s o menos perfecta de nuestras ideas, utilizaba la novela (el mejor m¨¦todo de conocimiento del individuo hasta ahora inventado) como un mecanismo para detectar afinidades profundas. Un m¨¦todo para desenmascarar a las verdaderas almas gemelas y distinguirlas de las falsas, esas que se te acercan susurrando: "T¨² y yo tenemos mucho en com¨²n" cuando t¨² opinas todo lo contrario. En suma, consideraba la novela un mecanismo infalible para impedir que florecieran absurdas amistades sobre unos cimientos corrompidos de antemano. Ni que decir tiene que estoy hablando de la incre¨ªblemente est¨²pida etapa de la adolescencia. Posteriormente, aunque jam¨¢s me ha abandonado la propensi¨®n a rodearme de almas gemelas en la medida de lo posible, he llegado a albergar serias dudas acerca de la eficacia de la literatura como detector de gemelaridad espiritual. Motivos he tenido para ratificar sobradamente mi antigua confianza: debo los m¨¢s interesantes descubrimientos de los ¨²ltimos a?os a un par de almas muy gemelas. Es m¨¢s, no bien las conoc¨ª e intu¨ª la gemelaridad, de inmediato pas¨¦ a investigar qu¨¦ le¨ªan para ver si merec¨ªa la pena continuar con aquellas relaciones. Las lecturas confirmaron mi intuici¨®n y, as¨ª, no s¨®lo comenc¨¦ dos relaciones ¨ªntimas y s¨®lidas, sino que descubr¨ª a tres autores extraordinarios, con lo que podemos hablar de dos m¨¢s tres, o sea cinco relaciones s¨®lidas. M¨¢s recientemente, descubr¨ª a trav¨¦s de este peri¨®dico, en los art¨ªculos de Ram¨®n de Espa?a (con quien ya intu¨ªa cierta gemelaridad), a Nathalie Nothomb, a la deliciosa Vanderbeke y, posteriormente, a Houellebecq. Tan interesantes descubrimientos realizados a trav¨¦s de la misma persona me parecieron el colmo (teniendo en cuenta lo raros que suelen resultar esos hallazgos). De haberme sucedido hace 20 a?os, al coincidir con Ram¨®n en uno de esos c¨®cteles que por el mundo literario tanto abundan, sin duda me habr¨ªa abalanzado sobre ¨¦l exclamando para su bochorno: "?T¨² y yo tenemos mucho en com¨²n!". Sin embargo, insisto, hace ya un tiempo que mi antigua confianza sufre ciertos altibajos. Sobre todo desde que pesqu¨¦ a una de mis mejores amigas leyendo a Susana Tamaro. Era s¨®lo el principio. Otra de ellas me dijo (eso s¨ª, con mucho tacto) que no hab¨ªa podido digerir Ferdydurke. Otro me coment¨® que Bernhard le deprim¨ªa (cuando a m¨ª me resulta tronchante). Otra muy querida alma gemela me dijo que el cuento de Borges que m¨¢s me gusta le produce fotofobia. Y otros dos, sencillamente no leen (aunque con esos no tengo el menor problema). En otro tiempo habr¨ªa tomado con todos ellos una decisi¨®n dr¨¢stica, del tipo "lo nuestro no tiene futuro". Ahora, no. Se impone la tolerancia y llega una a la conclusi¨®n de que, como en cuestiones pol¨ªticas, lo que cuenta en tus amigos no son las ideolog¨ªas, sino la nobleza de coraz¨®n. Much¨ªsimo m¨¢s inquietante, sin embargo, me resulta la situaci¨®n opuesta: ?qu¨¦ hacer cuando aquel ser que consideras digno de un expediente X de los de Ram¨®n, uno de esos pelmas con quienes no entablar¨ªas relaci¨®n alguna aunque fuera el ¨²nico habitante del planeta (en ese caso menos a¨²n porque ser¨ªais pareja de hecho), en una palabra, un ser abyecto en grado superlativo, va y te suelta que adora, venera y se identifica hasta la m¨¦dula con tu autor preferido y adorado? Tal cosa me ha sucedido estos ¨²ltimos d¨ªas de vacaciones y me he visto obligada a pensar en por qu¨¦ me produce tal desaz¨®n. Y de pronto he comprendido: la desaz¨®n es debida a que, en el fondo, nunca he perdido por completo la fe en la novela como m¨¦todo de detecci¨®n de gemelaridad, de lo que se infiere que ese ser abyecto en grado superlativo, ese pelmazo deleznable es ni m¨¢s ni menos que mi alma gemela (por m¨¢s que superficialmente jam¨¢s lo habr¨ªa sospechado). Antes de caer en honda depresi¨®n a tontas y a locas, de inmediato me he puesto a reflexionar con el fin de modificar tan alarmante conclusi¨®n. Adopto una actitud positiva y va surgiendo ante mis ojos una posibilidad que nos contenta a todos y que me parece bastante puesta en raz¨®n: tal vez, al fin y al cabo, bajo ese solemne cretino se oculte un ser delicado, sensible, sutil (es decir, un alma gemela), al que s¨®lo has podido acceder a trav¨¦s de la novela. Tal vez la novela s¨ª que sea ese aparato de rayos X, ese m¨¦todo que se invent¨® para expresar lo que habitualmente traducimos a convencionalismos (es decir, a nada), esa m¨¢quina maravillosa que existe para hacer decir lo indecible. Y aunque en los amigos que no comparten nuestros gustos literarios lo que cuenta sea la nobleza, quiz¨¢ se oculte en algunos aparentes enemigos cierta nobleza secreta, cierta sensibilidad que s¨®lo la literatura es capaz de desvelar. Digo yo.
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