La pureza del gran masturbador
Boadella ofrece en 'Daal¨ª' un retrato muy favorble del pintor ampurdan¨¦s
"Espl¨¦ndida falsificaci¨®n". Con estas palabras, por otra parte tan apropiadas en un contexto daliniano, felicit¨® el escritor Manolo V¨¢zquez Montalb¨¢n a Albert Boadella al acabar la primera representaci¨®n de Daaal¨ª el viernes por la noche en Figueres. La opini¨®n acerca del nuevo espect¨¢culo de Els Joglars era un¨¢nime: estamos ante uno de los mejores trabajos de la dilatada carrera del grupo. Pero al entrar a evaluar la exactitud del retrato que se ofrece de Dal¨ª, hab¨ªa opiniones muy encontradas -Antoni Pitxot, amigo personal de Dal¨ª, afirmaba que de ver el espect¨¢culo se sale con una idea m¨¢s ajustada de lo que era el pintor que tras leer todas las biograf¨ªas publicadas-, con la mayor¨ªa, sin embargo, decant¨¢ndose por el juicio de que se trata de una pintura muy idealizada rayando casi en la hagiograf¨ªa. La cosa puede mover a pol¨¦mica y quiz¨¢ propiciar un debate p¨²blico sobre la figura de Dal¨ª. Boadella ya hab¨ªa declarado su admiraci¨®n por Dal¨ª, pero ni sobre aviso deja de sorprender que salga el pintor tan favorecido. El Dal¨ª de Boadella es un personaje delicado, casi ¨¦tereo, de enorme sensibilidad, un genio entra?able, l¨²cido hasta en su delirio, quijotesco, con un punto grouchiano, sin m¨¢s tacha que resultar incomprendido a veces; un tipo decididamente simp¨¢tico; un ser puro que se acoraza con sus excentricidades, pataf¨ªsicas y marranadas contra la inquina del mundo. Un Parsifal de la pintura; lo cual, trat¨¢ndose del gran masturbador, tiene tela.
La absoluta identificaci¨®n de Boadella con la perspectiva de Dal¨ª impide que haya en el espect¨¢culo el m¨¢s m¨ªnimo cuestionamiento del personaje. Incluso hay momentos -como la desternillante escena de los artistas contempor¨¢neos-payasos, con T¨¤pies caracterizado de Fofito- en que uno no sabe d¨®nde empieza Dal¨ª y donde acaba Boadella.
La obra no es que pase de puntillas por la relaci¨®n del pintor con el franquismo, es que la escamotea completamente. Y as¨ª, Franco no aparece, aunque s¨ª lo hacen profusamente, con lo cual la ausencia resulta m¨¢s chocante, Hitler y Mussolini.
Apuntado esto, hay que recalcar que Daaal¨ª es un espect¨¢culo espl¨¦ndido, en el que el dominio esc¨¦nico de Boadella no para de sorprender con hallazgos continuos -es prodigioso el partido que le saca a la pantalla electr¨®nica del fondo del escenario-, y donde la interpretaci¨®n alcanza altas cotas. La noche del estreno el p¨²blico interrumpi¨® varias veces la representaci¨®n con aplausos.
La obra arranca con un Dal¨ª en agon¨ªa que pasa revista a su vida. Los periodistas son mostrados como una omnipresente cacofon¨ªa babeante ante las declaraciones del genio. Dal¨ª delira: "Federico, Federico...". Y aparece una mujer envuelta en capa de guardia civil y tocada con tricornio que ser¨¢ a la vez Lorca y Gala. Ante los ojos del pintor pasan escenas de su infancia. La obra llega a su fin con un di¨¢logo de Dal¨ª con su admirado Vel¨¢zquez, y se cierra con una estremecedora escena en la que un Dal¨ª embalsamado en una armadura dorada es quebrado y consumido hasta el ¨²ltimo resto como un bogavante de oro por una jaur¨ªa de individuos trajeados.
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