Salud mental: ?nuevos retos o viejos problemas?
Una caracter¨ªstica de la atenci¨®n al enfermo mental en Espa?a ha sido su abandono por parte de los sistemas de protecci¨®n sanitaria y social, retraso hist¨®rico que est¨¢ en la base de las deficiencias asistenciales a¨²n existentes, a pesar de los esfuerzos realizados en los ¨²ltimos veinte a?os. Durante este periodo se han propuesto, con diferente fortuna, reformas en todos los ¨¢mbitos relacionados con la enfermedad mental: el m¨¦dico-sanitario, el socio-comunitario y el propiamente jur¨ªdico y normativo. Reformas que partieron de una consideraci¨®n amplia de la salud mental, no ajena a los conflictos biogr¨¢ficos y sociales, y capaz de ir m¨¢s all¨¢ de una visi¨®n exclusivamente m¨¦dica de los problemas del enfermo mental.El Informe de la Comisi¨®n Ministerial para la Reforma Psiqui¨¢trica (1985) y la Ley General de Sanidad (1986) expresaron la sensibilidad de los poderes p¨²blicos en aquellos momentos, no tanto por lo que hicieron, sino por haber podido establecer con un consenso suficiente los grandes objetivos. Pronto se agot¨®, sin embargo, esta capacidad de iniciativa de la Administraci¨®n central. Hasta el punto de que la siguiente acci¨®n significativa fue el decreto de ordenaci¨®n de las prestaciones sanitarias del Sistema Nacional de Salud de 1995, que avanz¨® en la concreci¨®n de las prestaciones sanitarias y los derechos de los pacientes. Desde entonces asistimos al silencio de la Administraci¨®n central, que parece haber pasado el testigo al resto de administraciones.
La atenci¨®n en salud mental parecer¨ªa estar en manos de los Gobiernos de las comunidades aut¨®nomas, a pesar de que algunos carezcan de competencias plenas y otros de voluntad para ejercitarlas o capacidad financiera para completar una tarea que es hoy m¨¢s necesaria que nunca si se quiere consolidar y mejorar lo conseguido y garantizar la igualdad efectiva de todos. En ¨²ltimo t¨¦rmino, se tratar¨ªa de hacer justicia con un colectivo hist¨®ricamente discriminado.
Sin embargo, cada vez es m¨¢s pesimista la opini¨®n existente sobre el futuro de la reforma de la psiquiatr¨ªa espa?ola. Muy al contrario: frente al insuficiente desarrollo de medidas para paliar el sufrimiento que acompa?a al trastorno mental asistimos a una presi¨®n creciente sobre las clases medias en favor de ciertos consumos de salud mental, consecuencia no tanto de la existencia de nuevas necesidades colectivas, sino del avance de una cultura consumista y mercantilizada que sue?a con poseer una felicidad continua, indefinida y estable mediante el uso de todo tipo de remedios que mitiguen cualquier presencia de ansiedades, tristezas o preocupaciones derivadas de los problemas cotidianos. Nos incitan a demandar "productos" ante cualquier insatisfacci¨®n, colocando nuestros problemas y sus soluciones en manos de profesionales expertos y productos milagrosos, aunque no los hagan desaparecer y, en cambio, aumenten nuestra incapacidad para vivir de frente los problemas y dificultades de nuestra vida.
Los medios de comunicaci¨®n se est¨¢n convirtiendo en la caja de resonancia ideal desde donde lanzar nuevos y extraordinarios remedios que, como b¨¢lsamo de Fierabr¨¢s, tienen propiedades curativas sobre todo tipo de problemas imaginables, metiendo en un mismo saco asuntos de pura cosm¨¦tica psicol¨®gica junto a graves y complejos trastornos psicopatol¨®gicos donde es necesario un uso riguroso de las distintas medidas terap¨¦uticas, que incluyen los avances en psicofarmacolog¨ªa cl¨ªnica y que pueden aportar un mejor control de los s¨ªntomas, menos efectos secundarios y mayores posibilidades de dise?ar tratamientos complejos y continuados en favor de una mayor autonom¨ªa personal, mejor convivencia familiar e integraci¨®n socio-laboral de estos enfermos. Es de resaltar la insatisfactoria respuesta de la Administraci¨®n sanitaria (y de una parte importante de la propia comunidad profesional) frente a este problema, al no asumir con toda firmeza sus responsabilidades a la hora de garantizar a los enfermos y sus familias informaci¨®n correcta, racionalidad y eficacia comprobada en las actuaciones de los profesionales del sistema sanitario. Frente a esta situaci¨®n, los principales afectados, los enfermos y sus familias, siguen sin contar con suficiente capacidad de presi¨®n, pese al crecimiento de sus organizaciones de autoayuda.
Se hace cada vez m¨¢s necesario recuperar los principios de la Reforma Psiqui¨¢trica y una concepci¨®n integral y actualizada de la salud mental capaz de romper con la din¨¢mica actual que tiende a reducirla cada vez m¨¢s a unas coordenadas m¨¦dico-psiqui¨¢tricas y presupuestarias. Para ello ser¨¢ preciso el di¨¢logo entre responsables pol¨ªticos, profesionales y asociaciones de usuarios. Pero es urgente enfrentar ya y con generosidad al menos dos problemas claves que no admiten espera: uno, el insuficiente soporte cl¨ªnico, socio-sanitario, psicosocial y laboral con que siguen contando muchas personas con enfermedades mentales persistentes y sus familias; el otro se refiere a los profesionales del sistema p¨²blico, a la ausencia cada vez mayor de incentivos con que cuentan en el desarrollo de su trabajo, lo que hace cada vez m¨¢s dif¨ªcil su dedicaci¨®n ilusionada al mismo e incide sobre los niveles de calidad asistencial y su propio prestigio profesional. Si las administraciones sanitarias no afrontan estos problemas con decisi¨®n y claridad, el actual malestar existente entre profesionales y usuarios va a continuar y sus negativos efectos van a ser cada vez m¨¢s visibles y de m¨¢s dif¨ªcil soluci¨®n. Antonio Espino es psiquiatra y coeditor del libro La psiquiatr¨ªa en la Espa?a de fin de siglo (1998).
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