Amnesia
Es amnesia enfermedad de f¨¢cil reconocimiento en sus manifestaciones, y menos identificable en su etiolog¨ªa. Se prodiga con frecuencia ante recuerdos que suscitan memorias desagradables, sue?os de pesadilla. Y tiene como consecuencia una enajenaci¨®n m¨¢s o menos transitoria respecto de la memoria. Puede resultar producto de la mera conveniencia, como sugieren los refraneros a prop¨®sito de otras enfermedades inc¨®modas, que no hay peor sordo que el que no quiere o¨ªr, y tan s¨®lo es un ejemplo. Es enfermedad la amnesia que se extiende con prodigalidad, a modo de pandemia, en nuestra sociedad. No hay modo conocido de atajarla, al menos que yo conozca. Afecta de modo virulento, de manera singular, a algunos colectivos, especialmente vulnerables que se acogen a las denominaciones de pol¨ªticos o informadores. No teman, lectoras y lectores. La responsabilidad no es la misma, que mientras unos generan las noticias, es un decir, los otros s¨®lo las compran como recuerdan con certeza y lucidez Ignatieff o Ramonet, tan lejos el uno del otro como acertado es el diagn¨®stico de ambos. Ignoran los primeros, los pol¨ªticos, cuanto prodigaron en sus programas, y en especial prestan especial servicio a la amnesia cuando no reconocen los hechos o aciertos, de sus adversarios. Esta es amnesia interesada, en el sentido que la venimos definiendo de acuerdo con las sentencias paremiol¨®gicas. Y parece m¨¢s que enfermedad, virtud. A mayor amnesia, mayor valor pol¨ªtico se le supone al memoricida, que no otra cosa es el amn¨¦sico voluntario. Suponen los segundos, los informadores, que una informaci¨®n tapa a la otra, y que la secuencia del olvido forma parte de las cualidades de sus oyentes, lectores, o sobre todo, telespectadores. Es m¨¢s, en virtud de una parasitosis degenerativa de la amnesia, unos y otros han urdido la complicidad de la amnesia recurrente, de recidiva nefasta, que consiste en negar, por la v¨ªa de la ausencia, la permanencia de los conflictos, o de su escalonamiento medi¨¢tico a veces -las m¨¢s-, en raz¨®n de intereses o de audiencia, que viene a ser lo mismo. Promesas electorales, programas o desahucios de adversario van a parar al mismo cubo de basura que las guerras, las desgracias o los conflictos, esto es al consumo inmediato, perecedero de las audiencias m¨¢s o menos provisionales, ef¨ªmeras. Mientras, subsisten las necesidades que hacen posible la formulaci¨®n de los programas, de las proclamas y de las apelaciones pol¨ªticas. Y subsisten, con encono que aviva la ignorancia medi¨¢tica, los conflictos, las confrontaciones, la violencia. Poco importa que el alisio electoral -afortunado alisio, por recurrente, que en nuestra tierra ha sido poco constante- empuje algunas ideas hasta el extremo de la tierra conocida, y menos aun que la desgracia se encarnice, con todo su rigor, sobre los espacios que ahora ya no son prioritarios para la audiencia. El combate contra la amnesia pol¨ªtica y medi¨¢tica deviene de esta suerte, una prioridad para las conciencias limpias, o al menos para aquellas conciencias que no se conforman al sue?o de las desmemorias voluntarias, al memoricidio sistem¨¢tico de la realidad hist¨®rica, a la ignorancia de los hechos que suceden con independencia de los titulares de prensa o de las apresuradas, y con frecuencia interesadas, s¨ªntesis de los informativos televisivos. La ¨²ltima travesura de un ¨ªdolo medi¨¢tico, esto es creado por los media, su ¨²ltima ocurrencia, por m¨¢s audiencia que genere no deber¨ªa hacernos olvidar que la tragedia existe, que el embuste es moneda corriente con que pagan nuestras preferencias sociales o pol¨ªticas, y en definitiva que hay mucha vida angustiada o feliz m¨¢s all¨¢ de las singularidades que la desmemoria voluntaria, la amnesia culpable, nos permite entrever.
Ricard P¨¦rez Casado es licenciado en Ciencias Pol¨ªticas.
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