La caldera rusa
LA DESCOMPOSICI?N rusa ha adquirido una intensidad y rapidez inimaginables hace poco tiempo. El imperio de la ley y el respeto por los derechos humanos naufragan en la misma mar gruesa que sumerge a un aparato de gobierno incompetente y venal. La oleada de atentados de las ¨²ltimas semanas -que se han cobrado tres centenares de vidas y no han sido reivindicados por ninguna organizaci¨®n conocida- ha venido a a?adir p¨¢nico a la percepci¨®n generalizada de desplome de un sistema. Tras la reuni¨®n a puerta cerrada del primer ministro, Putin, con la C¨¢mara alta del Parlamento, parece adem¨¢s que Mosc¨² se encamina a una nueva guerra con Chechenia. Se acusa a la rep¨²blica secesionista sure?a de albergar y apoyar a los supuestos terroristas isl¨¢micos de Daguest¨¢n a los que el Kremlin, hasta ahora sin exhibir pruebas, responsabiliza de las terribles matanzas. Miles de soldados est¨¢n siendo enviados a la frontera, y los dirigentes pol¨ªticos que se opusieron a la desastrosa guerra que condujo a la virtual separaci¨®n de la rep¨²blica cauc¨¢sica y a la humillaci¨®n rusa en 1996 piden ahora cirug¨ªa radical contra el considerado santuario de los dinamiteros.Semejante clima ha convertido a Mosc¨² en una caldera en la que cualquier rumor, especulaci¨®n o vaticinio tiene asiento. Los ¨²ltimos apuntan a una inmediata destituci¨®n del nov¨ªsimo primer ministro, Putin (y su reemplazo por el general Lebed), e incluso a la resignaci¨®n de Bor¨ªs Yeltsin, acosado por crecientes esc¨¢ndalos de corrupci¨®n y abandonado por casi todos. En letra impresa se llega a sugerir que los propios servicios rusos podr¨ªan estar detr¨¢s de la cadena de atentados, con el fin de propiciar la declaraci¨®n del estado de emergencia y suprimir las elecciones legislativas previstas para diciembre. Con buenos motivos, Estados Unidos y el conjunto de pa¨ªses occidentales que a trav¨¦s de los organismos crediticios internacionales pagan una parte de las facturas rusas temen que la situaci¨®n se escape de control.
Rusia ha entrado en una etapa de lucha por el poder sin reglas -la sucesi¨®n de Yeltsin- en la cual intriga y conspiraci¨®n sustituyen a los mecanismos ordinarios de un Estado cada vez m¨¢s d¨¦bil, sometido a enormes fuerzas centr¨ªfugas y en el que los ciudadanos son meros espectadores. El combinado que amenaza la estabilidad del gigante euroasi¨¢tico mezcla, entre otros ingredientes, ambiciones pol¨ªticas de toda laya, una econom¨ªa ag¨®nica devorada por la corrupci¨®n y la delincuencia y unas fuerzas armadas desmoralizadas y obsoletas y con ganas de revancha.
La situaci¨®n exige urgentemente la salida de Yeltsin, cuyos ¨²ltimos a?os, coincidiendo con el agravamiento de su enfermedad, representan un c¨²mulo de calamidades. Pese a sus promesas rituales de poner coto al desgobierno y sacar al pa¨ªs de la miseria, el err¨¢tico y poderoso presidente ha ca¨ªdo en las manos de un oscuro c¨ªrculo cortesano. Y el carrusel de primeros ministros que por su capricho se han ido sucediendo no ha servido ni para detener la ca¨ªda libre del nivel de vida de su pueblo ni para frenar el descr¨¦dito de las instituciones. En teor¨ªa, Yeltsin debe permanecer al tim¨®n hasta las elecciones presidenciales del pr¨®ximo verano. Pero eso parece ahora una eternidad. Aunque las circunstancias hacen improbable que la doble cita con las urnas se salde con una democracia triunfal, los rusos merecen cuanto antes un cambio de dirigentes que les devuelva la esperanza.
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