El perd¨®n
Qu¨¦ duda cabe que, sesenta a?os despu¨¦s, mantener vivo un rencor es un trabajo que mina el alma, y s¨®lo un alma enferma ser¨ªa capaz de sustentar tama?aPasa a la p¨¢gina siguiente
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condenaci¨®n. Es ¨¦sta la clase de definici¨®n del infierno con que ahora se pone al d¨ªa el Papa de la Iglesia romana. Remol¨®n en reconocer, como todos los grandes jueces, que el esp¨ªritu y el intelecto humanos avanzan, aunque despacio, hacia estadios mejor iluminados. Pero el perd¨®n no demuele el recuerdo. No perdonamos para olvidar, sino para purificarnos del odio y del da?o y para mantener viva la lecci¨®n del dolor.
Esto, por supuesto, rara vez es aplicable a los verdugos, impunes e irredentos, sobre sus cr¨ªmenes. Me parece una torpeza pol¨ªtica m¨¢s y un lamentable pecado de esa humanidad que el PP se haya abstenido de apoyar una propuesta que nos har¨ªa a todos, dentro y fuera de nuestras fronteras, mucho bien. Ser¨ªa profundamente educativo superar nuestro recient¨ªsimo pasado hist¨®rico llamando a las cosas por su nombre. A la guerra civil, fratricida, que lo fue: odio feroz y la locura ciega de nuestras m¨¢s turbias pasiones. S¨ª, pero desencadenadas por un general desleal a su Gobierno y Constituci¨®n, que precipit¨® al pa¨ªs en la destrucci¨®n y la oscuridad de la que tantos a?os nos ha costado resurgir.
Chile, Timor, Argentina, antigua Yugoslavia..., tantos salvadores de patrias impuestos a costa de masacrar la libre voluntad y la dignidad humana. Afortunadamente, y opinen lo que opinen nuestros actuales gobernantes, muchos espa?oles tenemos muy bien analizado, enjuiciado y situado aquel levantamiento, en la justa medida de lo que fue: una traici¨®n, un atentado criminal a la libre opini¨®n de un pueblo, con todo el derecho a equivocarse en sus elecciones.- . .
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