El hijo ¨²nico se ha convertido en tirano
China tiene sus peque?os emperadores: sus hijos ¨²nicos. ?C¨®mo este r¨¦gimen autoritario, que intenta reestructurar una moral social sobre la piedad confucionista, podr¨¢ templar el car¨¢cter de los ni?os mimados, a menudo refractarios a toda disciplina? Hay que ir a Shanghai para conocer toda la amplitud de este fen¨®meno. Y empezar la visita por la muy c¨¦lebre calle de Nank¨ªn, ah¨ª donde los soldados comunistas desembarcaron el 27 de mayo de 1949. Este sitio ocupa un lugar destacado en la mitolog¨ªa revolucionaria. Pero hoy, una estatua preside la zona peatonal de la calle de Nank¨ªn. ?Un soldado modelo? ?Un m¨¢rtir del pueblo? En absoluto. La silueta de bronce es la de una joven vestida a la moda, serena, flanqueada por su hijo, con una raqueta de tenis al hombro. Quedaron olvidados los h¨¦roes revolucionarios. Madre elegante y ni?o rey: son los nuevos iconos.
La Barbie y el ordenador
De una tienda de relojes surge de pronto Zhu Shuzh¨¦n. Tambi¨¦n luce elegante con su collar de perlas y su blusa moteada de blanco y negro. La jornada laboral se acaba. Directiva comercial de la tienda, una sociedad mixta sinohongkonesa, Zhu Shuzh¨¦n es el prototipo de la clase media de Shanghai. El marido, Liu Ji, conductor de la administraci¨®n de Correos, aires de deportista, se une a nosotros. La calle ruidosa, congestionada, dominada por autobuses decorados con Mickey, provoca el mareo. La casa est¨¢ ah¨ª: dos modestas habitaciones. La peque?a Liu Ming, de 13 a?os, est¨¢ sentada ante el ordenador. Sobre una estanter¨ªa destacan una Barbie y el peluche de Bozo el Payaso. Liu Ming hace clic en el rat¨®n y activa su juego preferido (pirateado en Taiwan): La gran fortuna. La idea es comprar terrenos para construir edificios. La chiquilla es viva, ¨¢gil. Le va bien en la escuela. Sin embargo, sus padres la vigilan muy de cerca. Por ejemplo, se preocupan por su flojo nivel de ingl¨¦s. "El profesor sigue el manual sin preocuparse de la comprensi¨®n de los alumnos, como un bur¨®crata", gru?e el padre, poniendo el dedo en la enorme laguna del sistema educativo chino.Pero la pareja se guarda muy bien de no desestabilizar a Liu Ming con un exceso de celo. Renunciaron a las clases privadas los fines de semana, una f¨®rmula hoy muy apreciada por padres que sue?an con convertir a sus hijos en Mozart o en Einstein. Saben que la presi¨®n sobre el hijo ¨²nico, objeto de todos los anhelos de ¨¦xito, se traduce en desarreglos ps¨ªquicos. El consumo de calmantes o de somn¨ªferos se ha disparado por ese motivo. A menudo desvalidos ante los nuevos retos educativos, los padres chinos oscilan entre dos excesos: la intromisi¨®n en los asuntos escolares y el laxismo en el resto, en especial en materia de alimentaci¨®n, donde todas las fantas¨ªas son concedidas (de all¨ª la aparici¨®n de obesos atiborrados de dulces o, al contrario, ni?os delgados debido a que son demasiado exigentes con la comida). As¨ª crece el peque?o emperador chino, al mismo tiempo listillo y tiranuelo. ?A qu¨¦ se parecer¨¢ el imperio cuando esta generaci¨®n alcance la madurez?
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