La contemplaci¨®n y el combate PON? PUIGDEVALL
Aprovech¨¦ el cese del ajetreo y que la mayor¨ªa de los asistentes al acto se hab¨ªa ya desplazado al vest¨ªbulo, junto a las mesas con el aperitivo y las bebidas, para contemplar los dibujos de los dos pintores con calma y sin empujones, sin que la labor de los fot¨®grafos interrumpiera la perspectiva adecuada y con la informaci¨®n que hab¨ªa recabado sobre sus preferencias est¨¦ticas y man¨ªas personales. No cre¨ª que llegara a conseguirlo, porque cuando entr¨¦ en la peque?a y elegante sala de exposiciones del Colegio de Arquitectos de Girona, al lado de la catedral, hab¨ªa constatado una vez m¨¢s que el peor momento para visitar una exposici¨®n es el primer d¨ªa, cuando los amigos de los artistas celebran la inauguraci¨®n y los simpatizantes de los refrigerios gratuitos invaden cualquier rinc¨®n y van y vienen y hablan y r¨ªen. Aunque no pude esquivar alg¨²n zarandeo ocasional, en la relativa tranquilidad de una esquina pude ojear el breve y cuidado cat¨¢logo editado para la ocasi¨®n. Maria Recasens, profesora de Historia del Arte en la Universidad de Girona, hab¨ªa elegido como texto que guiara la muestra de sus dibujos un cuento de Pierre Michon, escritor franc¨¦s de culto y del que, seg¨²n supe despu¨¦s, pronto se va a publicar un libro en castellano. En aquellas circunstancias no pude ir m¨¢s all¨¢ de la lectura de unas pocas frases sueltas, pero m¨¢s tarde comprend¨ª que el cuento del autor de Vidas min¨²sculas cumpl¨ªa con exactitud el objetivo primordial, comentar tangencialmente la obra de Maria Recasens. El texto que informaba sobre los dibujos de Teo Ortiz, en cambio, era del novelista y cr¨ªtico literario Miquel Pairol¨ª, y se centraba directamente en el trabajo realizado por este pintor soriano afincado en Salt, un texto tan combativo como los trazos que animan cada uno de sus dibujos: la bestia negra de Pairol¨ª y Teo Ortiz es aquella pintura provinciana insubstancial que s¨®lo aspira a ocupar un lugar decorativo en la pared de un comedor.Sin embargo, cuando pude recorrer la sala a mis anchas, descubr¨ª que Maria Recasens compart¨ªa id¨¦ntica caracter¨ªstica, y pens¨¦ si ambos autores no se hab¨ªan propuesto criticar intencionadamente, con rabia en el caso de Teo Ortiz, con refinada indiferencia en el caso de Maria Recasens, la parafernalia y los juegos de artificio con que la pintura dom¨¦stica intenta disimular su triste vacuidad. En ambos casos los dibujos eran grafitos realizados sobre el papel corriente de unos cuadernos escolares, alejados de cualquier extravagancia ornamental, carec¨ªan de marco y, sin ning¨²n ejercicio de maquillaje, estaban condenados a defenderse por s¨ª solos delante de la mirada del observador. Hab¨ªa a¨²n otro elemento que los relacionaba, la huida del taller y la toma de contacto directo con el exterior como modelo pict¨®rico, la conversaci¨®n pr¨¢ctica con el volumen real del paisaje. Los dibujos de Maria Recasens reafirmaban con l¨ªneas frescas y festivas el presentimiento de la estructura que perfilan el macizo del Montgr¨ª y los alrededores de la playa de La Fosca, un ejercicio de ensimismada y rica percepci¨®n basado en la f¨¦rtil creatividad de los detalles min¨²sculos. Por su parte, las localizaciones de Teo Ortiz se complac¨ªan en ofrecer la cara m¨¢s arrabalera de un paseo por la devesa de Salt, la en¨¦rgica vida en tensi¨®n de las cosas triviales: los t¨²neles eran como insalvables pasajes al infierno, las rejas de las huertas pose¨ªan un siniestro parecido a las de una c¨¢rcel, un viejo escup¨ªa con odio y asco, y unos edificios eran sospechosamente id¨¦nticos a los contenedores de basura que flanqueaban la calle.
Mientras iba una y otra vez de un lado a otro, del dibujo como contemplaci¨®n y reflexi¨®n al dibujo como combate y exabrupto, una voz me sobresalt¨®: sin darme cuenta, un individuo alto y delgado se hab¨ªa situado cerca de m¨ª y, con un envidiable af¨¢n did¨¢ctico, consiguiendo por unos instantes que creyera que se trataba de alguien contratado por los organizadores, me resumi¨® las respectivas estirpes est¨¦ticas donde se encuadraba cada uno de ellos. Maria Recasens cumpl¨ªa con eficaz respeto las lecciones sobre el equilibrio formal impartidas por los cuadros de Pierre Bonnard, y Teo Ortiz sab¨ªa aunar las ense?anzas de Paul C¨¦zanne sobre la construcci¨®n y composici¨®n del espacio con el temperamento y expresividad de William Kentridge. Eran dos caminos opuestos, pero el acierto de la exposici¨®n radicaba en que, gracias a la fijeza estructural de las dos series de dibujos, la mirada serena y la interrogaci¨®n vigilante de Maria Recasens se combinaban estrat¨¦gicamente con el desgarro emocional y el enojo acusador de Teo Ortiz.
Sus dibujos pueden contemplarse con gozo hasta mediados del mes de octubre, pero me alegr¨® haber ido el primer d¨ªa, como si fuera un amigo que celebrara la inauguraci¨®n o como uno de los simpatizantes de los refrigerios gratuitos, porque pude comprobar que su actitud cotidiana se asemejaba a la que mantienen delante del papel en blanco: mientras Teo Ortiz permanec¨ªa solitario en la barra del bar, Maria Recasens hablaba educadamente con uno y otro.
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