Canutillo
Las ciudades coloniales de la ¨¦poca imperial brit¨¢nica quer¨ªan introducir la modernidad en culturas como la china o la indonesia, consideradas arcaicas y varadas en alg¨²n pantano de tiempo muerto. Pero cualquiera que visite ahora el centro de negocios m¨¢s importante de Londres, el Canary Wharf, al norte de la isla de los Perros, se encontrar¨¢ con la venganza de las colonias. El inmenso espacio que Margaret Thatcher ofreci¨® al gran capital para construir el centro financiero del siglo XXI es una mala copia de Hong Kong o Malaisia. Las viejas colonias ya no son momias lamentables, sino modelos de especulaci¨®n capitalista.Todo el espacio de Canary Wharf est¨¢ destinado al trabajo y el negocio, sin un solo lugar para el deseo o la holganza. Por eso, los vulgares caf¨¦s de la estaci¨®n de ferrocarril est¨¢n llenos a rebosar de empleados (blancos) que devoran s¨¢ndwiches a velocidad de v¨¦rtigo. Fuera de los caf¨¦s s¨®lo se ven ciudadanos exasperados pregunt¨¢ndose los unos a los otros d¨®nde se oculta tal o cual oficina. Tambi¨¦n hay arquitectos conspicuos por el brillo sard¨®nico de su mirada. Van all¨ª para reflexionar sobre lo que le pasa al capital cuando le dejan solo. El gran capital, cuando ninguna instituci¨®n p¨²blica le reprime, asesora e ilumina, depone la m¨¢s est¨²pida, ineficaz y cara de las trivialidades, y encima pierde dinero.
Pero incluso en aquel campo de concentraci¨®n neoliberal se producen instantes po¨¦ticos. Estaba yo en uno de esos bares impersonales del centro imperial (Corney & Barrow) cuando, sin prestarle atenci¨®n, abr¨ª el canutillo que regalan con cada caf¨¦. En el instante de morderlo sent¨ª el navajazo de la reminiscencia. Mir¨¦ desconcertado el envoltorio, y all¨ª figuraba escrito: "Nets de Joaquim Trias, Santa Coloma de Farners, Catalunya". Acababa de toparme con la magdalena de Proust. As¨ª como la excelsa princesa de Guermantes con el paso del tiempo acaba siendo la grosera madame Verdurin, as¨ª tambi¨¦n las m¨¢s preciosas galletas de mi infancia, las que s¨®lo aparec¨ªan en muy contadas y estelares ocasiones, se hab¨ªan convertido, con el paso del tiempo, en el objeto sin valor que un barucho pretencioso regala con cada caf¨¦. Es posible que ¨¦ste sea un triunfo de la peque?a empresa y la venganza de las colonias, pero la verdad es que llor¨¦ un rato.
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