El hijo del cl¨¦rigo
Esta vez, Vladimir y Estrag¨®n son Charlot (dos charlots), y uno de ellos es una mujer. Pozzo es el hombre de las cejas circunflejas y la alta chistera, su tradicional y brutal enemigo. El ¨¢rbol esta hecho con tubos, y el campo, o lodazal, o infinito terrestre, es una pantalla de cine donde nunca se proyectar¨¢ nada: s¨®lo, a veces, las sombras de los actores. Y se recortar¨¢n sus siluetas sobre el blanco crudo. Y, a veces, aquellas carreras, aquellas persecuciones del viejo cine, se imitan con el azulado faro intermitente que fragmenta los movimientos.Estamos en el cine mudo: solamente que todos hablan. En catal¨¢n: el bello, el ir¨®nico y profundo catal¨¢n de Joan Oliver (Pere Quart). Hay unos letreros en castellano, hechos por Ana Mar¨ªa Moix: su proyecci¨®n es evanescente, insegura; ayuda, pero tambi¨¦n desv¨ªa la vista y tambi¨¦n crea la incomodidad de estar atendiendo en dos idiomas.
Tot en esperant Godot
De Samuel Beckett, versi¨®n en catal¨¢n de Joan Oliver. Int¨¦rpretes: Eduard Fern¨¢ndez, Anna Lizaran, Roger Coma, Francesc Orella. Escenograf¨ªa: Frederic Amat. Iluminaci¨®n: Xavi Clot. Vestuario y direcci¨®n de escena de Llu¨ªs Pasqual. Teatre Lliure, Barcelona. Festival de Oto?o. Teatro de la Abad¨ªa.
P¨¦rdida de la inocencia
Son muchos distanciamientos. M¨¢s el natural, el del paso del tiempo: de cuarenta y seis a?os desde que se estren¨® en Par¨ªs. Ahora ya sabemos que la naturaleza humana, como se dec¨ªa, no es permanente, ni fija, ni naturaleza, sino algo que cambia continuamente. Ha pasado un medio siglo nada inocente, incluyendo en la p¨¦rdida de la inocencia la aparici¨®n y extinci¨®n del propio Beckett y, sobre todo, esta obra, que es emblem¨¢tica. En ¨¦l, cada uno habr¨¢ visto sus cuatro, cinco o doce versiones de Esperando a Godot, las primeras directas, siguiendo el texto, luego reinventadas por los directores de ac¨¢ y all¨¢: unas veces hechas s¨®lo por mujeres, otras en traje de calle, alguna en teatro circular.
Es, por tanto, dificil saber, viendo esta representaci¨®n, qu¨¦ es lo que supone hoy el texto del hijo del cl¨¦rigo de Dubl¨ªn.
Yo siempre lo vi, como todas las obras del misterioso personaje que fue Beckett, como una forma de aferrarse a la esperanza, como un sistema religioso: todo lo contrario de la nada que se predicaba por entonces -"el ser y la nada"-, o sea, como algo que hay, que se espera, que env¨ªa mensajeros.
Comicidad
No dejo de verlo as¨ª ahora. El humor del irland¨¦s, el sobrentendimiento que hay en las frases y las situaciones, la baja intensidad de las palabras con que se quiere expresar un pensamiento complejo, lo rid¨ªculo de los personajes enormemente tr¨¢gicos, vienen en esta representaci¨®n llevados a la comicidad. Cine mudo, cine c¨®mico.
Como siempre pasa con estos excesos, estos alardes, la sorpresa pasa pronto; sobre todo, en este juego de la imitaci¨®n del cine, que han hecho ya todos los teatros, desde los aficionados a los de vodevil, y una vez que se deja de ver el manto, lo que queda es el espectador con sus man¨ªas, recuerdos o gustos frente a los actores y el texto.
La interpretaci¨®n es excepcional: Ana Lizar¨¢n, sobre todo, venciendo esa dificultad de ser mujer que representa un hombre, pero que no hace ning¨²n esfuerzo para falsearse; que dice y trasciende, que muchas veces se queda con la carga de la filosof¨ªa de la obra. Pero no cabe duda de que Eduard Fern¨¢ndez y Roger Coma est¨¢n a gran altura, como la conmovedora m¨ªmica de Frances Orella. Mucho se debe al director, al excelente Llu¨ªs Pasqual, pero no creo que se deba olvidar nunca que siempre hay un m¨¢s all¨¢ en cada actor que trasciende del director.
Gustaron, gust¨® todo. Aplausos, bravos sonoros, que arreciaron a la salida de Llu¨ªs Pasqual. Yo recordar¨¦ de esta representaci¨®n, sobre todo, a Ana Lizar¨¢n, aunque esta selecci¨®n del recuerdo sea injusta para los dem¨¢s.
Babelia
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