La deconstrucci¨®n de la esperanza
La ca¨ªda del muro de Berlin es a la vez l¨ªnea y cat¨¢strofe imaginaria. Habermas se plantea si hay que aprender a fuerza de cat¨¢strofes cuando se enfrenta a la obligaci¨®n de hacer un diagn¨®stico del siglo XX, convergente con el de Hobsbawn en La Era de los extremos: El corto siglo XX, 1917-1991. Si bien la ca¨ªda del muro fue saludada como el inicio de una historia sin bipolarizaciones y sin chantajes at¨®micos, diez a?os despu¨¦s asistimos a algo parecido a una deconstrucci¨®n de lo tan dif¨ªcilmente construido por la raz¨®n solidaria y humanista a lo largo de m¨¢s de un siglo: la filosof¨ªa del desarme, la descolonizaci¨®n y la construcci¨®n del Estado social. Como si mediante la ingenier¨ªa gen¨¦tica el ave f¨¦nix del capitalismo se resignificara emergente de los cascotes del muro de Berl¨ªn, su antigua l¨®gica reaparece maquillada de modernidad, justificando con la coartada de la globalizaci¨®n el desarrollo armamentista y el intervencionismo militar, las relaciones de dependencia fatales entre globalizadores y globalizados y la no funci¨®n del Estado social, presentado como un lastre para la extensi¨®n de la red de poder econ¨®mico y medi¨¢tico que fijar¨¢ un nuevo orden.Una inteligent¨ªsima derecha que niega la divisi¨®n entre izquierdas y derechas, hegemoniza el discurso cultural mientras copa la parte sustancial de la red medi¨¢tica global y deja la iniciativa programadora en manos de los centros de dise?o econ¨®mico, propiciando un economicismo determinista ciego ante el coste social y ecol¨®gico del crecimiento. Si bien el mercado aparece como el Gran Legitimador de lo bueno y lo malo y por lo tanto de lo necesario, el discurso se uniforma y se centraliza mediante la progresiva inculcaci¨®n de pautas culturales regresivas en consonancia con el totalitarismo del pensamiento ¨²nico neoliberal. En ocasiones se produce la aparente contradicci¨®n de que esa reforma neoliberal basada en la libertad de iniciativa frente al gregarismo estatalista debe apoyarse en un neoautoritarismo militarizado para cumplir sus objetivos de hegemon¨ªa, como ocurri¨® en el Chile de Pinochet. Los neoliberales tienen en Monte Peregrino su monta?a sagrada, de la que descendi¨® Hayeck en 1948 con las tablas de la ley antimarxistas y antikeynesianas, pero la derecha neoliberal autoritaria se ha apoderado del mensaje y lo ha convertido en los mandamientos can¨®nicos de su proyecto hist¨®rico. El control economicista de la pol¨ªtica ha dejado casi sin funci¨®n a los pol¨ªticos y tiende a convertir los Parlamentos nacional-estatales en simples teatros donde se desarrolla la dramaturgia de una democracia para profesionales.
Aunque al parecer el muro de Berl¨ªn s¨®lo se desmoron¨® sobre el costillaje comunista, diez a?os despu¨¦s se constata la impotencia de respuesta por parte de otras izquierdas, la socialdem¨®crata la m¨¢s importante. Al final de la d¨¦cada de la catarsis y la autocomplacencia, las propuestas de la Tercera V¨ªa de Blair, Giddens y Shroeder son meros restos del naufragio keynesiano disfrazados de radicalidad de verbo y de prop¨®sitos, aunque el propio Giddens es consciente del riesgo y lo exorciza por el simple procedimiento de enunciarlo: "(...) la imagen sola no es suficiente. Debe haber algo s¨®lido tras el montaje pues si no el p¨²blico ve muy pronto lo que hay detr¨¢s de la apariencia. Si todo lo que el Nuevo Laborismo tuviera que ofrecer fuera astucia medi¨¢tica, su permanencia en la escena pol¨ªtica ser¨ªa corta y su contribuci¨®n a la revitalizaci¨®n de la socialdemocracia, limitada". La propia l¨®gica interna de los aparatos de poder de la socialdemocracia real fuerza a ocupar el espacio del social-liberalismo para disputar la hegemon¨ªa al neoliberalismo puro y duro, pero en ning¨²n momento de esos an¨¢lisis emerge la idea de la alternativa realmente modificadora: se trata de paliar los efectos de los nuevos centros de poder factuales que al pertenecer a la galaxia de lo cosmopolita han perdido incluso el car¨¢cter inquietante que tuvieron las grandes potencias o la en otro tiempo llamada oligarqu¨ªa monopolista. S¨®lo se asume lo ling¨¹¨ªsticamente correcto.
Las izquierdas no reconocen enemigos, la Historia se ha quedado sin culpables, salvo en el caso de genocidas psic¨®patas. Nadie espera nada del futuro que no aporte la tecnolog¨ªa y la esperanza humanista emancipadora e igualitaria se convierte en espera no de lo bueno o lo malo, sino de lo inevitable. Es tan grave y tediosa la expectativa que ser¨¢ insoportable. ?sa es la gran esperanza.
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