El Parque de las Estatuas
En las afueras de Budapest, hay un parque llamado de las Estatuas. En vez de destruirlas, han reubicado all¨ª unas 50 de las mejores de la ¨¦poca del comunismo en Hungr¨ªa, para el que quiera recordar. En el fondo, aunque sea escondido o virtual, todos tenemos un Parque de la Estatuas, pues as¨ª como la guerra fr¨ªa nos pill¨® a todos, tambi¨¦n su final, simbolizado en la ca¨ªda del Muro de Berl¨ªn, nos ha afectado a todos. Entre otras cosas porque lo que de verdad hizo reventar el muro, y a la Uni¨®n Sovi¨¦tica, no fueron s¨®lo las gentes, sino eso que se ha venido en llamar la globalizaci¨®n.Quiz¨¢s, en la dureza del cambio, algunos en el Este echan de menos la estabilidad y seguridad que brindaba la protecci¨®n total del Estado, para malvivir o para aprovecharse de la situaci¨®n. Pero realmente, ?q¨²¨¦ queda de todo aquello? Poco, muy poco. O si se prefiere, mucho tiempo perdido en balde, al menos para los que tuvieron la mala fortuna de caer del lado malo del Muro de Berl¨ªn, que simbolizaba el muro de toda Europa. En Hungr¨ªa y en otros pa¨ªses el comunismo -eso que algunos insistieron absurdamente en llamar el socialismo real- no fue aut¨®ctono, como en Rusia, sino que lo impuso con la bota el partido y el Ej¨¦rcito sovi¨¦ticos. Por eso el mercado y la democracia se han recuperado m¨¢s r¨¢pidamente, aunque no del todo, en esa Europa desalojada que en Rusia, donde nunca hab¨ªan llegado a prender los h¨¢bitos democr¨¢ticos, ni el mercado, ni esa sociedad civil cuyo redescubrimiento en Europa, en toda Europa, al decir de Anthony Giddens, ha sido una consecuencia principal de aquel 1989.
Hubo un lado bueno: el de Europa occidental, en el que floreci¨® la democracia, el mercado y ese sistema que se vino a llamar el Estado del bienestar, en buena parte para oponer un sistema abierto frente al cerrado de los sovi¨¦ticos. ?Toda Europa occidental? No. Pues la guerra fr¨ªa y la divisi¨®n de Europa tambi¨¦n sirvieron para perpetuar, en aras del anticomunismo, dictaduras como la de Franco en Espa?a o la de Salazar en Portugal. O incluso, m¨¢s adelante y en otra geograf¨ªa, golpes de Estado como el de Pinochet en Chile. En nombre del comunismo se han cometido muchas atrocidades. En nombre del anticomunismo, no pocas tambi¨¦n.
Aquel mundo ten¨ªa un orden, que algunos echan de menos. ?ste no. Por eso no cabe pensar que el fin del muro, de la guerra fr¨ªa, de la Uni¨®n Sovi¨¦tica y de todo lo que conlleva, ha afectado y promovido un proceso de cambio ¨²nicamente en el Este, donde a veces, como en los Balcanes, ha regresado lo reprimido en forma de nacionalismo. Tambi¨¦n hemos cambiado, estamos cambiando, en esta parte de Europa que se ha quedado como vaca sin cencerro. Si la unificaci¨®n de Alemania no ha sido digerida a¨²n por los propios alemanes, ?c¨®mo va a serlo por los franceses? Rusia da coletazos post-imperiales. Y Estados Unidos, que se ha quedado como Reina solitaria, pretende que no le aten las manos, y da bandazos tras haber perdido ese principio unificador de su pol¨ªtica exterior y parte de su interior que durante 50 a?os fue el enfrentamiento con la URSS.
Ya no existe esa referencia en negativo. Pero tampoco otra en positivo. De ah¨ª el desconcierto, la perplejidad de tantos, en la derecha o en una izquierda. La Internacional Socialista se re¨²ne en Par¨ªs para aprobar una renovaci¨®n basada sobre una idea de Progreso Global -es decir, parafraseando a Octavio Paz, la b¨²squeda de nuevas respuestas generales a las preguntas de siempre, aunque en un mundo distinto, y a otras nuevas-, pero los socialistas europeos, mayoritarios en la gobernaci¨®n de los Quince, siguen sin dar con una visi¨®n propia de Europa. Los europeos tienen sin embargo, con la ampliaci¨®n, el desarrollo del euro, y la puesta en pie de una Pol¨ªtica Exterior y de Seguridad Com¨²n, junto a otras dimensiones, la posibilidad de renovar un proyecto esencial para evitar quedarse en un Parque de Estatuas. De sal.
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