Colombia ag¨®nica
La ¨²ltima vez que me volv¨ª de Colombia fue en octubre de 1997: el d¨ªa de mi marcha coincidi¨® con las votaciones del Mandato por la Paz, cuando 12 millones de ciudadanos pidieron en ins¨®litos comicios el cese definitivo de la violencia armada. Ahora he regresado, dos a?os despu¨¦s, casi en las mismas fechas, llegando precisamente el d¨ªa que ten¨ªa lugar una marcha tambi¨¦n por la paz que moviliz¨® en todas las ciudades del pa¨ªs a unos diez millones de personas de buena voluntad bajo el lema "?No m¨¢s!". De modo que, si alguien necesita un testimonio de que la inmensa mayor¨ªa de los colombianos quiere y requiere el final de la larga serie de matanzas fratricidas, cuenta sin reservas con el m¨ªo. Pero de que, pese a todo, la violencia contin¨²a haciendo sonar su orquesta atroz hay a¨²n otros testimonios mucho m¨¢s irrefutables y sangrientamente despiadados.?Puede comprender el viajero, observador ocasional, por muy amigo que sea de tantos colombianos entra?ables y admirables, lo que ocurre en Colombia? Como vasco doliente de males semejantes en el modo aunque ni de lejos en la cantidad, estoy vacunado contra dos tentaciones de simplificaci¨®n opuestas: la de los que pretenden saberlo todo enseguida (aplicando notorios estereotipos como el de la guerrilla admirable o abominable, el orden estatal injustamente vulnerado o vulnerablemente injusto) sin haber vivido de cerca nada y la de quienes se abstienen con virtuoso relativismo de cualquier enjuiciamiento o valoraci¨®n pol¨ªtica, aunque sea la del crimen, el secuestro, la tortura o la pena de muerte, como nuestro fiscal Cardenal, que, por lo extremadamente virtuoso, deber¨ªa llamarse "cardinal". Creo que se puede rechazar la fatuidad del "alma bella" apuntada por Hegel sin padecer el realismo c¨®mplice que suele buscar justificaci¨®n en Maquiavelo. Nadie nace m¨¢gicamente enterado de lo que les ocurre a otros, pero, con un poco de modestia y recelo, cualquiera puede enterarse suficientemente de si las cuitas hist¨®ricas ajenas le interesan de verdad.
Sin embargo, el caso colombiano es de los menos d¨®ciles al apresuramiento anal¨ªtico. ?Se mezclan tantos ingredientes explosivos, tantos malos actores con af¨¢n de protagonismo! Vayan contando: dos guerrillas principales (la una campesina y marxista, la otra clerical y urbana), un surtido de autodefensas paramilitares con origen y complicidades en los cuerpos represivos del Estado, los narcotraficantes, los agentes norteamericanos antinarc¨®ticos que les persiguen (y as¨ª les enriquecen), la corrupci¨®n pol¨ªtica, diversos latifundistas con mentalidad de se?ores feudales de horca y cuchillo, gran n¨²mero de delincuentes comunes reclutados entre los sicarios que han perdido a sus capos naturales (s¨®lo la muerte de Pablo Escobar dej¨® sueltos a 10.000 peligrosos "huerfanitos"). Como vivimos tiempos de violencia posmoderna, buena parte de tales contendientes tiene abierta su correspondiente p¨¢gina web en Internet, donde explican con fervor a veces elocuente la fundamentaci¨®n te¨®rica de sus tropel¨ªas. Todos coinciden en asegurar que su ¨²nico objetivo es lograr una aut¨¦ntica democracia y cumplir las mejores promesas de la Constituci¨®n.
Pese a estas autojustificaciones, los verdaderos ciudadanos deseosos de paz -es decir, la inmensa mayor¨ªa de la poblaci¨®n- abominan por igual de todos esos espont¨¢neos salvadores que les ha tocado padecer. Como bien se?al¨® Hernando G¨®mez Buend¨ªa en una columna en la que comentaba l¨²cidamente la marcha por la paz (El Tiempo, 28-6-99), "la guerra no es pol¨ªtica. Una marcha gigantesca (la mayor de la historia) sin un solo ?viva! a Marulanda, a Gabino, a Casta?o y ni siquiera a Pastrana significa sencillamente que ning¨²n ciudadano se siente representado por las partes ni es solidario con ellas, que no estamos en una guerra civil, sino en una guerra contra los civiles". Todos hablan en nombre del pueblo, y el pueblo marcha como puede contra todos ellos. Nadie ignora que hay reformas de justicia social que deben ser puestas en pr¨¢ctica en Colombia, pero la buena gente desconf¨ªa de quienes pretenden imponerlas a tiros para a su vez imponerse como administradores no electos del nuevo orden reformado.
?Y los gobernantes? Arrastrando la mala fama de pasadas pero a¨²n muy presentes corrupciones, se ven atrapados entre las exigencias de Estados Unidos, al que evidentemente no le interesan ni la paz ni el desarrollo democr¨¢tico de Colombia, sino solamente proseguir su irracionalidad y crimin¨®gena cruzada contra las drogas (cuya demanda asegura su propio consumo interno), y la presi¨®n de las guerrillas, que quieren sencillamente que se les ceda la agenda pol¨ªtica del pa¨ªs y el poder ejecutivo para llevarla a cabo. Dos fuerzas brutas, en el m¨¢s literal sentido del t¨¦rmino, frente a las que carecen de recursos eficaces y me temo que tambi¨¦n de convicci¨®n. Dejo de nuevo la palabra a G¨®mez Buend¨ªa, en el art¨ªculo antes citado: "Colombia no tiene clase dirigente, porque sus dirigentes no act¨²an por Colombia. Mientras el pueblo recorr¨ªa las calles, ellos estaban en Washington y en Uribe . Ni siquiera es su culpa: como ninguno encarna sue?os colectivos, se limitan a llevar y traer razones entre el Imperio y los violentos, para que el uno nos imponga la moral y los otros nos impongan la pol¨ªtica".
Entretanto, el director de la c¨¢rcel Modelo de Bogot¨¢ ha sido destituido tras un reportaje televisado en el que se ve¨ªa a los presos de las FARC hacer la instrucci¨®n en el patio con palos al hombro en lugar de fusiles o reptar en plan comando bajo los billares de la sala de recreo antes de recibir clases te¨®ricas de sus jefes o asistir a festivales de rap revolucionario in vincula. Y la ciudadan¨ªa com¨²n vive bajo la amenaza de las llamadas "pescas milagrosas", secuestros indiscriminados que ya no se dirigen a los potentados sino a simples usuarios de un autob¨²s interurbano o a los feligreses de una iglesia como la Mar¨ªa de Cali, de cuyas numerosas v¨ªctimas "pescadas" en mayo a¨²n quedan veintitantas en poder de sus raptores. Pese a las variadas bellezas del paisaje colombiano, la mayor¨ªa de los ciudadanos se ve obligada por la prudencia a una vida de reclusi¨®n urbana, cuando no domiciliaria. Se sienten cercados en su propio entorno familiar, lo cual no s¨®lo es desagradable e incluso antihigi¨¦nico, sino tambi¨¦n humillante. Algo sabemos los vascos de todo esto.
Un dato alarmante es que, en las clases m¨¢s favorecidas, algunos sue?an ya abiertamente con un liderazgo fuerte seg¨²n patrones no demasiado recomendables. En una encuesta Gallup en la que se pregunt¨® a centenares de ejecutivos de grandes empresas por el mediador ideal
para resolver el conflicto colombiano, la mayor¨ªa se inclin¨® por Alberto Fujimori. Por cierto, que Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar (que en un estupendo pie de foto de El Tiempo, tan involuntariamente jocoso como clarividente, fue bautizado "Felipe Aznar") figuraba tambi¨¦n en un lugar destacado, entre Fidel Castro y Rigoberta Mench¨². Afortunadamente, muchos ciudadanos m¨¢s siguen apostando por v¨ªas limpiamente democr¨¢ticas, por el di¨¢logo civilizado, la cultura y el arte, por reconstruir la verdadera autoridad del Estado, que no depende solamente de su capacidad de ejercer la coacci¨®n leg¨ªtima, sino tambi¨¦n de la rectitud de su procedimiento y de su decisi¨®n de acabar con la impunidad de cualquier forma de corrupci¨®n. No hay justicia sin un m¨ªnimo de seguridad, pero s¨®lo se alcanza la verdadera seguridad profundizando la justicia, de tal modo que todos los ciudadanos comprendan que pueden sacar m¨¢s provecho vital viviendo bajo las leyes establecidas que fuera de ellas.El t¨ªtulo de esta nota debe ser le¨ªdo en clave unamuniana: no me refiero a que Colombia est¨¦ a punto de morir, sino a que, por el contrario, lucha contra la muerte a favor de la vida. En una obra teatral de Giovanni Cesareo citada por Leonardo Sciascia en Crucigrama, un mafioso proclama: "Yo no soy la ley, que es la justicia de pocos, sino que soy la fuerza, que es la ley de todos". Cuando logren institucionalmente desmentir este siniestro apotegma del que tantos ahora con mejor o peor intenci¨®n se hacen eco, habr¨¢n triunfado por fin los colombianos, como sinceramente espero y como creo que merecen.
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