LA CASA POR LA VENTANA Tres motivos risue?os JULIO A. M??EZ
Daba mucha risa leer hace unos d¨ªas al profesor Xavier Paniagua -que, por cierto, en un valiente gesto ecologista, le ha regalado una pegatina en favor de los ciclistas a Federico Trillo en el Congreso: debe tratarse de una man¨ªa recurrente del poder valenciano en Madrid, que desborda los estrechos l¨ªmites de la obediencia pol¨ªtica, como cuando Gonz¨¢lez Lizondo le regalaba naranjas a Felipe Gonz¨¢lez en el mismo escenario, con id¨¦ntico sofoco, con parecido nerviosismo- esforz¨¢ndose en convencer a no se sabe qui¨¦n de que en el panorama del socialismo valenciano no pasa nada de nada, es decir, que pasa lo que tiene que pasar cuando todo pasa y poca cosa m¨¢s. Ese escaso poder de persuasi¨®n procede, adem¨¢s, a la manera franquista, negando evidencias molestas y adoptando ese cierto tono gubernamental del todo est¨¢ bajo control, cuando la percepci¨®n del ciudadano sobre el asunto es de aut¨¦ntico desastre. Hasta en groseras artima?as como ¨¦sta se deja ver la decadencia de la anta?o poderosa, y m¨¢s atinada, mano de Cipri¨¤ Ciscar, y lo ¨²nico que cabe a?adir es el deseo de que el profesor de ciencias sociales ande algo m¨¢s fino en la dispensa de los saberes que transmite a sus alumnos, aunque sea a distancia, por aquello de la esmerada educaci¨®n que conviene a los j¨®venes en edad de merecer.Mucha m¨¢s gracia tiene nuestro primer Eduardo (el d¨¦cimosegundo, de apellido Mira, est¨¢ tan ricamente en N¨¢poles oteando milenios de temporada baja para Rita Barber¨¢) quien, mira por donde, se ha colgado la medalla al m¨¦rito cultural otorgado no ya por Mar¨ªa Consuelo Reyna, como rumiar¨¢ alg¨²n malvado, sino por el mucho m¨¢s ex¨®tico estado de S?o Paulo, creo recordar, a cambio de la sobrevenida afici¨®n viajera de lo m¨¢s granado de nuestros artistas, desde Miquel Navarro al anta?o correoso Uiso Alemany, quienes, en justa correspondencia, comparten mesa y mantel incluso con Ana Botella, que con tanto arte pasea sus pareos por las playitas cubanas. A ver, por cierto, cu¨¢ndo ese fecundo intercambio de bienes culturales se extiende a la pujante y no menos art¨ªstica producci¨®n de nuestro peque?o mundo audiovisual, que bien merece una corta recompensa cosmopolita a la multitud de sus afanes locales de la calle Traginers. Bien est¨¢, a lo que ¨ªbamos, que los m¨¢s pr¨®speros de nuestros empresarios llenen de medallas a su presidente de toda la vida, ya que sin duda reconocen en Zaplana a un superior jer¨¢rquico, con m¨¢s mano izquierda (la de Rafa Blasco, por supuesto) y siempre dispuesto a dispensarles toda clase de oportunidades, porque tambi¨¦n Valencia y Alicante son Espa?a y su buen derecho tienen a sacar de donde sacan para tanto como destacan las figurillas de Lladr¨®. Pero una sospecha entre t¨ªmida y terrible corroe el alma, a saber, si nuestro primer valenciano no se est¨¢ pel¨ªn apresurando en recabar esa clase de galardones que tantas veces otorgan respetabilidad a cambio de servir de marco incomparable a una jubilaci¨®n anticipada. Valencia, y con ella la feliz comunidad a que da nombre, est¨¢ tan asombrada ante su estupenda gesti¨®n que no sabr¨ªa por d¨®nde salir -de hecho, no sabr¨¢ por d¨®nde salir- si a cambio de tanta medalla decide tomar, Ivex mediante, el primer AVE del pr¨®ximo milenio para largarse a la meseta antes de que se haga m¨¢s p¨²blico lo que de todos modos acabar¨¢ por saberse en la noche venidera de los bolsillos manirrotos.
Casi tan gracioso, en fin (la semana viene salerosa), es el caso de ese tal Carlos Pascual que hace de alcalde de Pego y que piropea a las chicas amenaz¨¢ndolas con correrlas a vergazos. Aunque me parece a m¨ª que algunos se han apresurado a troncharse de indignada risa a costa del personaje, ya que entre sus detractores hay m¨¢s de uno -aunque jam¨¢s formular¨¢ sus intenciones con semejante desparpajo- que comparte con ese var¨®n sincero m¨¢s de una actitud acerca de lo que se cree que desean las mujeres. A alguno de esos sujetos escandalizados ante la estupidez ajena, freudianos de reader"s digest, le he o¨ªdo yo atribuir el malhumor epis¨®dico de alguna mujer a la presunci¨®n de que no follaba bastante, observaci¨®n invariable aunque educadamente seguida del oportuno ofrecimiento -entre risotadas de amigotes- para solventar el problema. La facundia del se?or alcalde, que lo mismo es lo bastante lerdo como para estar orgulloso de sus atributos, s¨®lo se distingue de la normal¨ªsima complicidad viril entre amigos que ya no cumplir¨¢n los 30 por su esmerada mala educaci¨®n. Pero en esa fanfarria de proporci¨®n insultante nos reconocemos todos, por m¨¢s que renunciemos a veces a la cutre ventaja de la exageraci¨®n.
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