"Perestroika" marroqu¨ª
Los primeros cien d¨ªas y pico de reinado del joven monarca marroqu¨ª Mohamed VI han sido impresionantes. Ha descabalgado sin parpadear a los m¨¢s reputados pilares del r¨¦gimen autoritario del fallecido Hassan II, como el que parec¨ªa inamovible ministro del Interior, Dris Basri; ha visitado el norte, como se llama al antiguo protectorado espa?ol, tierra nunca cari?osa con Rabat; ha autorizado el regreso de la familia de Mehdi Ben Barka, el disidente asesinado en 1965 en Par¨ªs, presuntamente por agentes de la monarqu¨ªa; y, en general, ha desplegado una operaci¨®n seguramente no s¨®lo medi¨¢tica para decirle a Occidente que esto va de democracia.Los movimientos efectuados hasta la fecha deben interpretarse, sin embargo, m¨¢s como un recambio de equipo, una renovaci¨®n del makhzen -almac¨¦n o Tesoro en ¨¢rabe, t¨¦rmino que designa en Marruecos al grupo gobernante- en un sentido liberal o aperturista, pero no todav¨ªa como el comienzo de una aut¨¦ntica reforma. M¨¢s a¨²n, esa nueva alineaci¨®n del poder la ha decidido el soberano sin consultar con nadie, incluido el jefe de Gobierno, el socialista Abderram¨¢n Yusufi, aunque esta circunstancia tampoco tiene por qu¨¦ ser fatal, ya que la democracia no siempre llega democr¨¢ticamente.
La comparaci¨®n con la perestroika sovi¨¦tica es c¨®moda: Basri ser¨ªa Ligachov, el ¨¢ngel malo opuesto a Gorbachov, y S¨¢jarov, que volvi¨® del exilio interior, la sombra de Ben Barka.
El l¨ªmite real de los gestos de Mohamed VI tardaremos, sin embargo, a¨²n en verlo porque el obst¨¢culo a una aut¨¦ntica democratizaci¨®n del pa¨ªs es la propia existencia de la monarqu¨ªa, como el marxismo-leninismo lo era para el candoroso ejercicio renovador de Gorbachov.
Aunque todas las constituciones -1962, 1970, 1972, m¨¢s las revisiones de 1992 y 1996- han proclamado en su art¨ªculo primero que Marruecos es una monarqu¨ªa constitucional, lo cierto es que para ser constitucional el sistema habr¨ªa tenido que dejar de ser antes una monarqu¨ªa. Y no se trata ya de subrayar que el soberano alau¨ª puede hacer lo que le d¨¦ la gana en el interior de un sistema que es formalmente democr¨¢tico, sino que en Marruecos hay dos constituciones, aunque la real -en el doble sentido de aut¨¦ntica y de mon¨¢rquica- se halle como escondida dentro de la exterior y m¨¢s aparente.
En primer lugar, el soberano es un rey constituyente, porque por medio de los dah¨ªr o decretos ha sido la fuente de todas las constituciones que ha conocido el pa¨ªs; a continuaci¨®n, aunque en otro art¨ªculo de la carta se afirma que el depositario de la soberan¨ªa es el pueblo, ese texto proclama tambi¨¦n que el rey hace delegaci¨®n de parte de sus poderes a las c¨¢maras y al jefe del Gabinete; m¨¢s adelante, el monarca se reserva el nombramiento de los llamados ministerios nacionales: Interior, Exteriores, Defensa y Justicia; y, por ¨²ltimo, los ministros no son delegados de la naci¨®n, sino subordinados del monarca, al que sirven a su mejor conveniencia antes que a la del Parlamento. Una situaci¨®n muy parecida, para seguir con el paralelismo ruso, a la de los ministros de Nicol¨¢s II, que eran responsables ante el zar y no ante la Duma, la c¨¢mara electiva que existi¨® entre 1905 y 1913. Por eso son dos las constituciones y no s¨®lo una.
Una reforma a fondo del Estado parece, por tanto, poco probable, porque atentar¨ªa contra el instinto natural de preservaci¨®n de la especie, que registran tanto las dinast¨ªas como las formas de vida de la naturaleza. E incluso ni siquiera est¨¢ demostrado que la opini¨®n marroqu¨ª desee que el soberano pierda ese car¨¢cter arbitral, porque, en su calidad de jefe religioso o comendador de los creyentes a la vez dentro y fuera de la Constituci¨®n aparente, es una garant¨ªa de equilibrio entre lo ¨¢rabe y lo ber¨¦ber, entre lo tribal y la segmentaci¨®n de lo urbano, como protector, en definitiva, de una continuidad de la que no parece querer prescindir la naci¨®n norteafricana.
El mariscal Lyautey, m¨¢xima autoridad del antiguo protectorado franc¨¦s, dec¨ªa que en Marruecos "gobernar es hacer que llueva". Veremos si Mohamed VI se aviene un d¨ªa a renunciar a tan augusta prerrogativa.
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